Miércoles de la V Semana de Cuaresma

1 de abril de 2020
(Ciclo A - Año par)






  • Envió un ángel a salvar a sus siervos (Dan 3, 14-20. 91-92. 95)
  • ¡A ti gloria y alabanza por los siglos! (Salmo: Dan 3, 52-56)
  • Si el Hijo os hace libres, sois realmente libres (Jn 8, 31-42)
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La audacia de decir “no” (Dan 3, 14-20. 91-92. 95)

El relato de los tres jóvenes –Sidrac, Misac y Abdénago- arrojados al horno ardiente por no querer adorar la estatua de oro erigida por el rey Nabucodonosor, es siempre actual. Pues la idolatría es una tentación permanente con la que el diablo intenta doblegar a los hombres para que su corazón adhiera al mundo y sus valores en vez de adherir a Dios y su reino. “Te daré todo el poder y la gloria de estos reinos (…) si me adoras” (Lc 4, 6-7). Tentación siempre muy bien orquestada, con “la trompa, la flauta, la cítara, el laúd, el arpa, la vihuela y todos los demás instrumentos”, es decir, con todo al aparato cultural puesto al servicio del poder mundano. Frente a ello los tres jóvenes tienen un doble mérito: el de la valentía para decir claramente “no” y el de respetar la libertad de Dios para librarlos o no del horno encendido. 

“La verdad os hará libres” (Jn 8, 31-42)

La gran tentación del hombre de hoy es querer disponer de la Verdad según la libertad, determinar que sea verdadero, lo que yo elijo y quiero que lo sea, en vez de someter la libertad a la Verdad. Cristo nos indica que el único camino que nos conduce a la libertad es el de la obediencia a la Verdad. Pues lo que más se opone a la libertad es el pecado, por el que “aprisionamos la verdad en la injusticia” (Rm 1, 18) y somos esclavizados: “todo el que comete pecado es esclavo”, dice el Señor. Pues el corazón de la libertad es la adhesión al Bien por la cual crecemos y somos capaces de amar. “Habéis purificado vuestras almas, obedeciendo a la verdad, para amaros unos a otros sinceramente como hermanos” (1P 1, 22). La obediencia a la Verdad hace posible el Amor.

Emergencia Sanitaria: El atronador silencio

En el silencio del templo, reforzado por el silencio exterior de las calles, ante el Santísimo Sacramento expuesto, un reducido puñado de fieles se arrodilla o se sienta de cara al Señor y permanecen largo tiempo ante Él, también en silencio. Pero el espacio físico y espiritual que hay entre cada uno de ellos y Cristo está lleno de nombres, de recuerdos, de proyectos, de anhelos, de logros y de fracasos, de cosas que, por la gracia de Dios, han salido bien y de otras que, a pesar de esa gracia, han salido mal. La historia de cada uno. Y todo queda presentado, ofrecido y suplicado al Señor, para que Él afiance, consolide, destruya, repare, enderece según su sabiduría y su libertad, Él que es Amor. Y el atronador silencio de la tarde en el templo se me antoja como la lenta elaboración de un hermoso acorde para la melodía final y eterna de la Jerusalén celestial.