Martes Santo

7 de abril de 2020
(Ciclo A - Año par)






  • Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra (Is 49, 1-6)
  • Mi boca contará tu salvación, Señor (Sal 70)
  • Uno de vosotros me va a entregar... No cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces (Jn 13, 21-33. 36-38)
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Flecha bruñida, escondida en su aljaba (Is 49, 1-6)

Al igual que el profeta Isaías, cada uno de nosotros ha sido elegido por Dios desde el vientre materno. Y lo ha sido para manifestar la gloria de Dios –no la propia, sino la de Dios- para que la belleza de Dios resplandezca a través de nuestra vida ante los ojos de los hombres. Aunque tal vez nosotros no hemos percibido como ocurre eso y hemos dicho desalentados, como el profeta: “en vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas”. Pero por caminos ocultos para nosotros, el Señor ha hecho su obra, hemos sido “flecha bruñida en su aljaba” y Él nos ha disparado, en su guerra contra el mal, sin que nosotros ni siquiera nos diéramos cuenta de ello. Para que la vanidad no corroa nuestra escasa virtud.

Era de noche (Jn 13, 21-33. 36-38)

En el momento en que Judas Iscariote sale del cenáculo para traicionar a Jesús, el Señor declara solemnemente: “Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él”. La gloria –la belleza- de Cristo y de Dios se va a manifestar en la traición y en el oprobio que va a sufrir Jesús. “Era de noche”, dice el evangelista, subrayando la convergencia del momento temporal con el espiritual. Porque siempre que se traiciona a Cristo, aunque se haga de manera educada y silenciosa –como hoy en día se hace en Europa- es oscuridad y noche. Pero en esa noche hubo una dulzura que es luz, la de Cristo llamando “amigo” a Judas, el traidor, cuando lo entregó con un beso (Lc 22, 47-48). Y ahí resplandeció la gloria de Dios, que es perdón y misericordia. “Ni la tiniebla es oscura para ti, la noche es clara como el día” (Sal 138, 12).

Emergencia Sanitaria: La intolerancia que hay en mí

La situación difícil y compleja que atravesamos es percibida por cada hombre con matices propios que provienen de su sensibilidad personal, de su propia personalidad, de su trayectoria y circunstancia vital. Y como la situación es poliédrica y los hombres somos diversos, surge en cada uno un juicio y una valoración que se traducen en una manera concreta de actuar, que no coincide exactamente con la mía. Y cuando yo lo contemplo, surge en mi interior un juicio condenatorio, una crítica severa, porque a mis ojos el otro aparece como un insensato o un irresponsable. La sabiduría humana, sin embargo, aconseja no estar demasiado seguro de que la propia opinión es la más correcta y acertada. Y la sabiduría divina dice: “No juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor. Él iluminará los secretos de las tinieblas y pondrá de manifiesto las intenciones de los corazones. Entonces recibirá cada cual de Dios la alabanza que le corresponda” (1Co 4, 5).