Viernes de la II Semana de Pascua

24 de abril de 2020
(Ciclo A - Año par)






  • Salieron contentos de haber merecido aquel ultraje por el Nombre (Hch 5, 34-42)
  • Una cosa pido al Señor: habitar en su casa (Sal 26)
  • Repartió a los que estaban sentados todo lo que quisieron (Jn 6, 1-15)
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Cosa de hombres o cosa de Dios (He 5, 34-42)

Todo lo que es obra del hombre está marcado por la fragilidad y la inconsistencia: “He observado cuanto sucede bajo el sol y he visto que todo es vanidad y atrapar vientos” (Qo 1, 14). En cambio lo que es obra de Dios lleva el sello de la consistencia y de la eternidad del mismo Dios. El razonamiento de Gamaliel es correcto. Por eso la verdadera cuestión está en saber si las obras que emprendemos –a veces con gran entusiasmo y esfuerzo- son “cosa de hombres”, en cuyo caso llevan impresa la fecha de caducidad antes mismo de aparecer, o son “cosa de Dios”, en cuyo caso el sello de la eternidad y de la vida las acompaña.

La desproporción no es problema (Jn 6, 1-15)

Cinco panes de cebada y dos peces son manifiestamente insuficientes para dar de comer a más de cinco mil personas: la desproporción es flagrante. Pero la desproporción no es problema cuando entregamos a Cristo lo poco que tenemos: entonces Él da gracias al Padre y convierte esa miseria en una riqueza sobreabundante. Nuestro verdadero problema no es nuestra pobreza, nuestra incapacidad o nuestra torpeza, sino el que queremos gestionar todo eso nosotros mismos, en vez de ponerlo en las manos de Cristo. Quien dice con toda sencillez “soy tuyo, Señor” y le entrega a Él su propia incapacidad y torpeza, se convierte inmediatamente en vehículo de su gracia. Porque Dios estima más el don de nuestras deficiencias que el de nuestras capacidades.

Emergencia sanitaria: Dios nos habla

Que a través de los acontecimientos de la vida Dios va educando a su pueblo, es una de las verdades que aprendemos en la Sagrada Escritura. Por lo tanto, ante los acontecimientos de la historia, el creyente lo primero que se pregunta no es quién ha provocado esto –cuestión que, al final, resulta irrelevante- sino qué me estás diciendo, pidiendo, enseñando, Señor, a través de todo esto: ¿a qué me estás llamando? Saber que Dios nos habla a través de los acontecimientos de la vida, es algo fundamental para el creyente, que tiene que intentar, con humildad y confianza, descubrir lo que Dios le está sugiriendo a través de ellos y ajustar su propia vida a lo que el Señor quiere. Para no caer en el terrible reproche: “no se convirtieron” (Ap 9, 20).