Y el Justo caminaba detrás del ángel de Dios
Inmenso y luminoso sobre la montaña negra
Pero la angustia hablaba fuerte a su mujer:
No, no es demasiado tarde, todavía puedes verla.
Tu Sodoma natal, sus torres rojas,
La plaza en la que tú cantabas, el patio en el que tú tejías,
Y las ventanas vacías de la alta casa
En la que tú has dado hijos a tu marido muy amado.
Ella se vuelve – y de repente golpeados por un dolor mortal
Sus ojos ya se ciegan,
Y su cuerpo se pone rígido, sal trasparente,
Y sus piernas rápidas se enraízan en la tierra.
¿Quién llorará a esta mujer?
¿Qué importancia tiene ella?
Pero mi corazón, él, no la olvidará jamás
A la que, por una mirada, entregó su vida.

(Anna Akhmatova)
La lectura de este poema, lleno de compasión, constituye una lección para todos los tiempos. Según él, lo que nos retiene y nos impide darnos sin condición a Dios no es sólo nuestro apego a los vicios, sino que también pueden ser cosas buenas que nos son queridas. Acordarse de la mujer de Lot, significa también prepararse para una separación y un abandono de realidades buenas, que puede resultar muy dolorosa (Erik VARDEN, Quand craque la solitude. La Mémoire et la Vie, Les Éditions du Cerf, Paris, 2018, p. 81).
“Replicó Jesús: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios»” (Lc 9, 62)