Lunes Santo

6 de abril de 2020
(Ciclo A - Año par)








El que viene a implantar la justicia (Is 42, 1-7)


La “justicia” de Dios no consiste en dar a cada uno lo que le corresponde: si así fuera estaríamos todos muertos para siempre pues todos hemos pecado (Rm 3, 23) y “el salario del pecado es la muerte” (Rm 6, 23). La justicia de Dios es la salvación, que consiste en el perdón de los pecados y en la creación de un hombre nuevo, conforme a la voluntad de Dios, semejante a su único Hijo Jesucristo. Por eso el que viene a implantar la justicia posee una paciencia infinita y no quiebra la caña cascada ni apaga la mecha vacilante que somos cada uno de nosotros, sino que intenta robustecer nuestras rodillas vacilantes y poner en nosotros el fuego de su amor. Su paciencia es nuestra salvación.


El amor excesivo de Dios (Jn 12, 1-11)


El exceso de Dios consiste en haber venido a nosotros, en haber tomado nuestra carne, haciéndola suya, para obtener con ella, en la cruz, nuestra salvación. Todo lo cual es excesivo, desproporcionado: “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él” (Sal 8, 5). Y el exceso del amor de Dios hacia nosotros no encontró en nosotros sino resistencias, sospechas, cuando no rechazo. Hasta que llegó esa mujer, María, y “tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso” y ungió los pies del Señor y se los enjugó con su cabellera. Y por fin el Amor excesivo de Dios encontró una correspondencia adecuada. Porque si hay un lugar donde la belleza merece postrarse y ser derramada, ese lugar son los pies del Señor, que serán taladrados por nuestra salvación.

Emergencia sanitaria: Oración

Padre Santo,
cuida de todos los enfermos del mundo;
sostén a quienes han perdido la esperanza;
consuela a quienes lloran en el dolor o sufrimiento;
protege a quienes no son atendidos;
acompaña a quienes viven en soledad;
alumbra a quienes pasan
una “noche oscura” y desesperan;
ilumina a quienes ven tambalear su fe
y se sienten atacados por las dudas;
da paz a quienes se impacientan;
devuelve la esperanza y la alegría
a quienes se llenaron de angustia;
cura los padecimientos de los más débiles y ancianos;
guía a los moribundos al gozo eterno;
conduce a todos al encuentro con Dios;
bendice abundantemente
a quienes acogen a los que sufren,
los acompañan con amor en la soledad,
les infunden alegría y esperanza,
los consuelan en su angustia y los sirven con caridad.
Amén.

(Inspirada en San Pío de Pietralcina)