Sábado, San Marcos

25 de abril de 2020
(Ciclo A - Año par)







Descargar en Dios todo nuestro agobio (1Pe 5, 5b-14)

Estas palabras, escritas por san Pedro en el siglo I, se aplican perfectamente a nuestra situación actual: nos invitan a descargar en Dios todo nuestro agobio “porque Él cuida de vosotros”, recordándonos al mismo tiempo que nuestros hermanos en el mundo entero están “pasando por los mismos sufrimientos”. Pedro además está seguro de que “después de sufrir un poco, él mismo os restablecerá, os afianzará, os robustecerá y os consolidará”. Le pedimos al Señor que, aunque no nos lo merezcamos, haga realidad en nosotros estas palabras y que, como también dice Pedro, nos podamos volver a saludar “con el beso del amor”.

Proclamad el Evangelio (Mc 16, 15-20)

El Evangelio, la Buena Noticia, no es un libro, no es un código de conducta, no es una filosofía: es un acontecimiento: el hecho de que uno –el Señor Jesús- ha vuelto del cementerio, ha salido de la tumba, y está radiante de una vida nueva, tan nueva que, a quienes se unen a Él por la fe y el bautismo, los hace capaces de echar demonios en su nombre, de hablar lenguas nuevas, de coger serpientes en sus manos, de que no les dañe un veneno mortal y de curar enfermos imponiéndoles las manos. Porque esa vida nueva es la vida misma de Dios, de la que Cristo resucitado nos hace partícipes. El Evangelio es Él, vencedor del pecado y de la muerte, pletórico de la vida misma de Dios. Y proclamar el Evangelio es anunciar este hecho.

Emergencia sanitaria: Jueves Santo sin fieles

“Por los que estamos aquí reunidos: para que el Señor…” Al pronunciar estas palabras en la oración de los fieles del jueves santo, el párroco se sobrecogió, porque estaba él solo el templo. Se vio a sí mismo como una cabeza que no tiene cuerpo, como un pastor que no tiene rebaño, como el maestro que no tiene alumnos, como el que preside una asamblea que no existe. Y entonces comprendió con mayor hondura que los hermanos en la fe, a los que él tiene que presidir y apacentar en la caridad, no son un patrimonio al que se tiene derecho, sino un don, un regalo, una gracia, que Dios concede cuando quiere y como quiere, y que él no es digno de ellos. Y el sobrecogimiento se hizo humildad y agradecimiento.