20 de noviembre de 2022
(Ciclo C - Año par)
- Ellos ungieron a David como rey de Israel (2 Sam 5, 1-3)
- Vamos alegres a la casa del Señor (Sal 121)
- Nos ha trasladado al reino del Hijo de su amor (Col 1, 12-20)
- Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino (Lc 23, 35-43)
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El evangelio de hoy nos ofrece una imagen de lo que es la humanidad: un conjunto de malhechores en medio de los cuales está crucificado el único inocente, Jesús, el Señor. Al presentarnos esta imagen rompe uno de los sueños más enraizados en el corazón del hombre y abre una ventana a la esperanza. El sueño que el evangelio de hoy destruye es el de pensar que los hombres se dividen en buenos y malos y que yo estoy entre los buenos. La esperanza que inaugura es que, si a pesar de mi maldad, invoco con fe al Señor Jesús, también yo escucharé las benditas palabras: “Te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el paraíso”.
“Todos pecaron y están privados de la gloria de Dios” (Rm 3,23), afirma san Pablo. Es tanto como decir que todos “hemos hecho el mal”, es decir, que todos hemos sido, en alguna ocasión y de algún modo, “mal-hechores”, “hacedores del mal”. Porque Dios es Amor (1Jn 4,16) y ¿quién de nosotros puede afirmar que nunca ha herido al Amor? Todos, en efecto, a veces por debilidad y otras por egoísmo o malicia, hemos herido al Amor en la persona de nuestros padres, de nuestro cónyuge, de nuestros hijos, de nuestros familiares o compañeros de trabajo o vecinos, o amigos, o de nuestro prójimo en general. Por lo tanto todos merecemos la muerte ya que “el salario del pecado es la muerte” (Rm 6,23). El lugar que nos corresponde es el Calvario.