Las extrañas profundidades del corazón

(El texto muestra las reflexiones de Yevguenia Nikoláyevna cuando está viviendo un encuentro amoroso con un brillante coronel del ejército soviético, Nóvikov, que es su nuevo amor, al que ella se entrega de corazón. Pero precisamente en lo más bello de esa entrega le viene a la mente la situación de su antiguo marido, Nikolái Grigorevich Krímov, del que ella se acaba de divorciar, un comunista convencido, de los de la primera hora, compañero de Lenin y de Trotski, que actualmente ejerce de comisario político en el ejército que está defendiendo Stalingrado. Y descubre en lo más profundo de sí misma la voluntad decidida de seguir amándolo, si cae en desgracia)

A Yevguenia le asaltó la imagen de la cabeza despeinada de Krímov. Dios, ¿era posible que se hubieran separado para siempre? Y precisamente en aquellos minutos de felicidad la idea de no volver a verle jamás le pareció insoportable.

Por un instante tuvo la impresión de que iba a reconciliar el tiempo presente, las palabras del hombre que ahora la besaba, con el tiempo pasado; que estaba a punto de comprender el curso secreto de su vida, que vería aquello que nunca le había sido dado ver: las profundidades de su propio corazón, allí donde se decide el destino.

Yevguenia hubiera querido hablarle de la piedad que sentía hacia Krímov, al que había abandonado; ahora él no tenía a nadie a quien escribir, ni casa a la que acudir, sólo le quedaba la melancolía, una melancolía sin esperanza, y la soledad. Increíble… Le parecía revivir su ruptura con Krímov. En el fondo siempre había creído que todo se arreglaría, que podría volver al pasado. Y aquello la tranquilizaba. Pero ahora que se sentía avasallada por una fuerza nueva, volvía la inquietud, el tormento. ¿De veras aquello era para siempre? ¿Es posible que fuera irreparable? Pobre, pobre Nikolái Grigorevich. ¿Qué había hecho para merecer tanto sufrimiento?

-¿Qué va a ser de nosotros? –preguntó.

-Te convertirás en Yevguenia Nikoláyevna Nóvikova –respondió él.

Ella se echó a reír, mirándole fijamente.

-Pero tú eres un extraño, un perfecto extraño para mí. ¿Quién eres en realidad?

-Eso no lo sé. Pero tú eres Nóvikovna, Yevguenia Nikoláyevna.

En ese momento Yevguenia dejó de contemplar su vida desde aquella atalaya. Le sirvió agua caliente en una taza y preguntó:

-¿Un poco más de pan?

Luego de repente añadió:

-Si le pasa algo a Krímov, si le mutilan o lo meten en la cárcel, volveré con él. Tenlo en cuenta.

-¿Por qué iban a meterlo en la cárcel? –preguntó él con aire sombrío.

-Nunca se sabe. Es un viejo miembro del Komitern, Trotsky le conocía y una vez, leyendo uno de sus artículos, exclamó: “¡Es puro mármol!”.

Por alguna razón quería que Nóvikov comprendiera que Krímov era un hombre inteligente y lleno de talento, que le tenía cariño, más aún, que le amaba. No es que quisiera ponerle celoso deliberadamente, pero estaba haciendo todo lo posible para despertar sus celos. Incluso le había contado a él, y sólo a él, lo que Krímov le había dicho a ella, y sólo a ella: las palabras de Trotsky. “Si esta historia hubiera llegado a oídos de cualquier otro, probablemente Krímov no hubiera sobrevivido al terror del 37”. Su sentimiento hacia Nóvikov le exigía una confianza plena y por ese motivo le confiaba el destino de un hombre al que había ofendido.

Nóvikov no pensaba ni en el futuro ni en el pasado. Era feliz. No le espantaba ni siquiera la idea de que en pocos minutos se separarían. Estaba sentado a su lado, la miraba… Yevguenia Nikoláyevna Nóvikova… Era feliz. Poco importaba que fuera joven, bella, inteligente. La amaba de verdad. Al principio no se atrevía a soñar en que se convertiría en su mujer. Luego lo soñó muchos años. Pero ahora, como antes, reaccionaba a sus sonrisas y palabras irónicas con temor y humildad. Sin embargo, se daba cuenta de que había nacido algo nuevo.

Se estaba preparando para partir y ella le seguía con la mirada.

-Ha llegado la hora de que te unas a tus valientes compañeros y para mí de lanzarme a las olas que rompen.

Mientras Nóvikov se despedía, comprendió que ella no era tan fuerte, que una mujer es siempre una mujer, aunque Dios la haya dotado de un espíritu lúcido y burlón.

-Quería decirte tantas cosas, pero no he dicho nada –decía ella.

Pero no era cierto. Durante el encuentro, había comenzado a perfilarse lo más importante, aquello que decide el destino de las personas. Él la amaba de verdad.


Autor: Vasili GROSSMAN

Título: Vida y destino

Editorial: Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2007, (pp. 416-419)



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IV Domingo de Cuaresma

15 de agosto 

 27 de marzo de 2022

(Ciclo C - Año par)





  • El pueblo de Dios, tras entrar en la tierra prometida, celebra la Pascua (Jos 5, 9a. 10-12)
  • Gustad y ved qué bueno es el Señor (Sal 33)
  • Dios nos reconcilió consigo por medio de Cristo (2 Cor 5, 17-21)
  • Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido (Lc 15, 1-3. 11-32)
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La liturgia de este cuarto domingo de cuaresma nos habla de la necesidad de reconciliación que todos tenemos, que el mundo y la humanidad tienen, y de las condiciones para que esa reconciliación sea posible. El evangelio de hoy nos presenta el plan del Padre, el deseo de Dios: que todos vivamos juntos, con Él, en su casa, compartiéndolo todo: “hijo mío, todo lo mío es tuyo”, le dice el padre de la parábola a su hijo mayor. Pero ese designio divino se ve contestado por los dos hijos: el pequeño quiere vivir su vida lejos del padre, mientras que el mayor quiere comerse un cabrito “con sus amigos”, es decir, sin el padre cuya presencia, al parecer, le estropearía la fiesta. A los dos les estorba la presencia del padre y quieren vivir sin él; el pequeño se marcha físicamente de la casa del padre (¡cuántos se han ido en estos años de la Iglesia en España!), y el mayor no se marcha físicamente pero su corazón está lejos del corazón del padre, está tan lejos que, cuando regresa su hermano, no lo quiere reconocer como hermano (“ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres”), ni quiere compartir la alegría del padre. Lo cual nos muestra que no basta con “estar en la Iglesia” para estar con Dios.

III Domingo de Cuaresma

15 de agosto 

20 de marzo de 2022

(Ciclo C - Año par)





  • “Yo soy” me envía a vosotros (Éx 3, 1-8a. 13-15)
  • El Señor es compasivo y misericordioso (Sal 102)
  • La vida del pueblo con Moisés en el desierto fue escrita para escarmiento nuestro (1 Cor 10, 1-6. 10-12)
  • Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera (Lc 13, 1-9)
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El evangelio de hoy nos habla el lenguaje de los periódicos y de los telediarios: la actualidad siempre trae noticias de accidentes y desgracias; también de crímenes. A Jesús le relatan uno de esos crímenes y él por su cuenta añade el relato de un accidente laboral en el que murieron dieciocho obreros.

Siempre que ocurren cosas de este tipo nosotros tendemos a preguntarnos el por qué y nos gustaría poder responder en términos estrictos de causa-efecto. Sin embargo Jesús no se interesa por el por qué, sino por el significado que esos acontecimientos tienen. Jesús no busca una explicación racional del tipo causa-efecto, sino que hace una lectura espiritual de esos acontecimientos convirtiéndolos en un signo de la llamada de Dios.

Belleza y bondad

Aquellos que están habitados por las cualidades que acabamos de mencionar  consiguen conservar su nobleza y dignidad en la adversidad. Sus figuras brillan con una extraña belleza que nos conmociona y nos confunde, irradian una luz que procede de la belleza del alma. Todos los santos, anónimos o conocidos, se cuentan entre los tipos más bellos de la humanidad. Se trata de una belleza conmovedora, consoladora, que no declina. Entre los más conocidos, limitándome al cristianismo, pienso en un Francisco de Asís, en un Vicente de Paúl, en un Carlos de Foucauld, en las tres Teresas, la gran Teresa, la pequeña Teresa y la madre Teresa. Entre ellos muchos tienen el rostro curtido surcado de arrugas causadas por el sol exterior y la llama interior, y, al mismo tiempo, de ellos emana una dulzura luminosa porque poseen un lazo íntimo con la transcendencia. Se sabe que la transcendencia en cuestión, a los ojos de estos santos, no es una entidad vaga e impersonal. Se trata del Dios vivo y único, fuente de lo verdadero, lo bueno y lo bello. Lo que estos santos adoran no es en modo alguno un estar delante de, sino un rostro, una presencia. Un rostro cuyo contorno no pueden identificar, ya que es muy cierto que dicho rostro contiene una gran parte de aura invisible. Presencia a la vez íntima y distante: íntima porque se encuentra en el fundamento de todos los seres; distante, porque es promesa en sí misma, exigencia en sí misma. Doble modo cuya necesidad comprenden todos los santos prendados de pasión mística, ya que saben que la proximidad excesiva a esta presencia divina los consumiría. No olvidan que los apóstoles se postraron en el momento de la Transfiguración de Cristo. Mientras tanto, permanecen arrodillados, dejándose inundar por la fuente de lo bueno y lo bello. Entonces se vislumbra a través de ellos una belleza que ya no es la del galán o del top-model; es una belleza, como hemos dicho, infinitamente más conmovedora y duradera, la belleza del alma que esparce sin contar los dones beneficiosos de la bondad. ¿Por qué todos los enamorados son bellos? El motivo nos parece evidente: al amar, ven sus capacidades para la bondad y la belleza exaltadas por la presencia del otro. Entonces, ¿por qué limitarnos únicamente a los enamorados? ¿Por qué no ampliar afirmando alto y claro: cualquier rostro humano, cuando está habitado por la bondad, es bello?



Autor: François CHENG

Título: Mirar y pensar la belleza

Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 2020, (pp. 43-45)







II Domingo de Cuaresma

15 de agosto 

13 de marzo de 2022

(Ciclo C - Año par)





  • Dios inició un pacto fiel con Abrahán (Gén 15, 5-12. 17-18)
  • El Señor es mi luz y mi salvación (Sal 26)
  • Cristo nos configurará según su cuerpo glorioso (Flp 3, 17 - 4, 1)
  • Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió (Lc 9, 28b-36)
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Abraham le dijo al Señor: “¿qué me vas a dar, si me voy sin hijos?” (Gn 15,2). Son las primeras palabras que Abraham dirige a Dios y en ellas le abre su corazón y le muestra su inquietud. Pues a Abraham la vida le ha ido muy bien, es un hombre rico, felizmente casado con Sara, pero no ha tenido hijos; y ésta es la herida interior que tiene, el dolor que le habita. Y Abraham abre su corazón a Dios y le muestra su dolor: “He aquí que no me has dado descendencia, y un criado de mi casa me va a heredar” (Gn 15,3). Y entonces el Señor le hace una promesa desorbitada, humanamente increíble: “Mira al cielo, cuenta las estrellas si puedes. Así será tu descendencia”. Es tan increíble que Abraham se atreve a pedirle a Dios un signo de que la promesa de la descendencia se cumplirá. Y Dios le da un signo.

La Iglesia, santa y pecadora

Catequesis parroquial nº 169
(Charla cuaresmal 3/3)

Autor: D. Fernando Colomer Ferrándiz
Fecha: 10 de marzo de 2022

La sabiduría de Dios

Catequesis parroquial nº 168
(Charla cuaresmal 2/3)

Autor: D. Fernando Colomer Ferrándiz
Fecha: 9 de marzo de 2022


El Dios de los abismos

Catequesis parroquial nº 167
(Charla cuaresmal 1/3)

Autor: D. Fernando Colomer Ferrándiz
Fecha: 8 de marzo de 2022


Nos acordamos de lo que vendrá


“Nos acordamos de lo que vendrá” es una expresión de los Padres de la Iglesia para recordarnos que es imposible vivir el cristianismo si no tenemos muy presente la segunda venida de Cristo, la parusía, su venida gloriosa al final de los tiempos. San Pablo enseña a los Tesalonicenses a “esperar del cielo a su Hijo Jesús, a quien resucitó de entre los muertos y el cual nos liberó de la ira venidera” (1Ts 1, 9ss). La fórmula primitiva “el Señor viene”, afirma la parusía como objeto de fe, tanto como de esperanza: creemos que eso ocurrirá y esperamos, deseamos, que ocurra.

Esta fe y esta esperanza se reflejan en una expresión, en lengua aramea, que los primeros cristianos introdujeron en la liturgia. “Maranatha”: “El Señor viene” o también, como súplica, “¡Señor ven!”. La encontramos al final del Apocalipsis: “Sí, vengo pronto. ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22, 20). Nosotros la recordamos y la hacemos nuestra en cada eucaristía cuando, después de la consagración, decimos: “¡Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven Señor Jesús”.

 I.- El acontecimiento que esperamos

“Y entonces verán venir al Hijo del hombre que viene entre las nubes con gran poder y gloria” (Mc 13, 26) (Mt 24, 30) (Lc 21, 27). Lo que esperamos es, pues, la segunda venida de Cristo, que no será como la primera acontecida en el silencio y la humildad, sino con la revelación patente de todo su poder y de toda su gloria.

Ese día será el día de la resurrección de los muertos, tal como anunció Jesús: “Llega la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su (la del Hijo del hombre) voz y saldrán los que hayan hecho el bien para una resurrección de vida, y los que hayan hecho el mal, para una resurrección de juicio” (Jn 5, 28-29).

Esta segunda venida comportará el juicio universal: “Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria. Serán congregadas ante él todas las naciones, y él separará los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos” (Mt 25, 31-32).

 San Pablo precisa que este juicio se hará “por medio del fuego”, que es, obviamente, un símbolo del Espíritu Santo: “La obra de cada cual quedará al descubierto; la manifestará el Día que ha de revelarse por el fuego. Y la calidad de la obra de cada cual, la probará el fuego. Aquel, cuya obra, construida sobre el cimiento, resista, recibirá la recompensa” (1Co 3, 13-a4). La “obra de cada cual” es su propia vida terrena, y el “cimiento” es Cristo: quien haya construido su vida terrena sobre el cimiento que es Cristo, resistirá la prueba del fuego y recibirá la recompensa del Señor.

“El Día del Señor llegará como un ladrón; en aquel día, los cielos, con ruido ensordecedor, se desharán; los elementos, abrasados, se disolverán, y la tierra y cuanto ella encierra se consumirá (…) Pero esperamos, según nos lo tiene prometido, nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia” (2P 3, 10. 13). Y en esos cielos nuevos y tierra nueva, “Dios será todo en todo” (1Co 15, 28).

II.- Lo que ocurrirá antes de ese día

San Pablo lo describe con claridad: “Primero tiene que venir la apostasía y manifestarse el Hombre impío, el Hijo de perdición, el Adversario que se eleva sobre todo lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de culto, hasta el extremo de sentarse él mismo en el Santuario de Dios y proclamar que él mismo es Dios (…)    La venida del Impío estará señalada por el influjo de Satanás, con toda clase de milagros, señales, prodigios engañosos, y todo tipo de maldades que seducirán a los que se han de condenar por no haber aceptado el amor de la verdad que les hubiera salvado” (2Ts 2, 4. 9-10).

El Catecismo de la Iglesia Católica afirma: “Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12). La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cf. Lc 21, 12; Jn 15, 19-20) desvelará el ‘Misterio de iniquidad’ bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad” (675).

Como se ve, la clave de esta situación de iniquidad es el abandono y la traición a la verdad. Este abandono y esta traición se está produciendo en nuestro tiempo bajo la forma de “un interés exclusivo del hombre por las realidades temporales, que ya no es una elección legítima, sino apostasía y caída total de la fe” (Karl Rahner). Porque la verdad más profunda de este mundo es su provisionalidad, el hecho de que “la figura de este mundo pasa”, como afirma san Pablo (1Co 7, 31). Y lo que está ocurriendo es una concentración de todos los anhelos del corazón del hombre en la resolución e los problemas de este mundo, como si con ello pudiéramos alcanzar la felicidad que, en realidad, sólo la contemplación del rostro de Dios puede darnos: “Nos hiciste para ti, Señor, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti” (San Agustín).

 III.- Dos actitudes cristianas fundamentales

Las exigencias de la vida cristiana se fundamentan en la fe en la parusía, es decir, en la segunda venida de Cristo, en el hecho de que “el Señor volverá”. Y la fe en la parusía significa fundamentalmente dos cosas:

-que este mundo y la historia humana que se desarrolla en él tiene un carácter provisional y

 -que este tiempo de la historia humana es un tiempo de lucha contra las fuerzas del mal.

De ahí provienen las dos exigencias fundamentales para el cristiano: no idolatrar al mundo ni a nada de lo que hay en él y luchar el combate espiritual contra las fuerzas del mal.

 a) El combate contra los ídolos

El ídolo es cualquier realidad a la que el hombre le otorga el valor de realidad última, capaz de satisfacer los anhelos del corazón del hombre. Ídolo puede ser una persona, una idea, un proyecto, una propiedad, un objeto, si creo que puede saciar lo que mi corazón anhela, si creo que puede darme la felicidad. Pablo enumera distintas realidades de este mundo –el matrimonio, la propiedad- y distintas vivencias de esta vida –el llanto, la alegría, el disfrute- y proclama que creer que su presencia o su ausencia son determinantes para nuestra felicidad es un error, “porque la apariencia (la figura, la forma) de este mundo pasa” (1Co 7, 29-31), y lo que nosotros anhelamos de verdad es algo que tiene que vencer la temporalidad, que tiene que ser eterno: ninguna felicidad es tal si no es para siempre, si no es eterna.

 Quienes no son cristianos suelen tener como ídolos a las realidades que facilitan el triunfo en el mundo: el dinero, el poder, la atracción sexual, las redes sociales, las relaciones humanas, la fuerza militar etc. etc. Los cristianos podemos caer por supuesto en las mismas idolatrías que los demás, pero podemos caer también en la tentación de idolatrar cosas buenas, realidades temporales bendecidas por Dios, pero que no son Dios, como por ejemplo, la familia o el trabajo o la propiedad privada o una determinada imagen de nosotros mismos etc. etc.

El combate contra los ídolos comporta una llamada a desconfiar de toda fascinación, de toda admiración excesiva, porque puede ser el inicio de una idolatría. De ahí la necesidad de evitar las “beaterías”. ¿Qué son las beaterías? Las beaterías se dan cuando algo que no es esencial ni fundamental se toma y se vive como si lo fuera. Las beaterías son el inicio de una idolatría, porque son la absolutización de algo que no es absoluto, porque consideran imprescindible para la vida cristiana algo que no lo es.

Es perfectamente legítimo y lícito que un cristiano tenga sus preferencias dentro de las múltiples posibilidades que ofrece la Iglesia para muchos temas; pero lo que nunca es lícito es considerar que quien no tenga esa misma preferencia es un cristiano de segunda categoría o no es un buen cristiano. San Agustín acuñó una frase que no debemos nunca olvidar: “En las cosas necesarias, unidad; en las cosas discutibles, libertad; y siempre y en todo, caridad”. Las idolatrías nacen cuando se considera necesario e imprescindible lo que no lo es.

 b) La lucha contra las fuerzas del mal

El combate espiritual es fundamentalmente un combate por la Verdad y por ello hay que combatirlo “ceñida vuestra cintura con la verdad” (Ef 6,14), es un combate en el que “deshacemos sofismas y toda altanería que se subleva contra el conocimiento de Dios y reducimos a cautiverio todo entendimiento para obediencia de Cristo” (2Co 10,4-5). Cristo es la Verdad y por ello, para someter a la obediencia de Cristo “todo entendimiento”, hay que “deshacer sofismas”, es decir, falsos razonamientos que nos pretenden convencer de que la verdad está en cualquier otro lugar que no sea Cristo. De aquí deriva la importancia del estudio para los cristianos. “Lo primero que ocurre cuando uno empieza a alejarse de Dios, es el fastidio por el estudio”, afirmaba Abelardo. San Francisco de Sales inculcaba siempre a sus sacerdotes la necesidad del estudio, al que llamaba “el octavo sacramento”.

El estudio debe ser una dimensión constante de nuestra vida. No debe tener como finalidad el hacer de nosotros unos “intelectuales” que “están al día” de todas las corrientes teológicas, filosóficas, sociales, políticas etc. que surgen. Eso tal vez deba ser tarea de quienes son profesores en un determinado nivel de enseñanza. Nosotros no estudiamos para poder debatir en cualquier tertulia y hacer ver que “estamos al día”, sino para saber discernir los “Espíritus del mal que están en el aire” (Ef 6,12), es decir, los elementos de nuestra cultura -pues el “aire” del hombre es la cultura- y ver cuáles son favorables y cuáles son contrarios a Cristo.      

*         *

*

 

Oremos con palabras de los cristianos del siglo II:

 

Tú, Señor omnipotente
creaste todas las cosas por causa de tu Nombre
y diste a los hombres
comida y bebida para su disfrute.
Pero a nosotros nos has dado
una comida y bebida espiritual
para la vida eterna.

Ante todo te damos gracias
porque eres poderoso.
A Ti sea la gloria por los siglos.

Acuérdate, Señor, de tu Iglesia,
líbrala de todo mal,
hazla perfecta en tu amor,
y reúnela de los cuatro vientos,
santificada en el reino que Tú has preparado.
Porque tuyo es el poder y la gloria por los siglos.

¡Maranatha!
¡Que venga le Señor!
¡Que pase este mundo!
¡Hosanna al Dios de David!
¡Ven Señor Jesús!

Charlas cuaresmales


18:15 h

Vísperas

18:30 h

Charla

19:30 h

Exposición del Smo. Sacramento

20:00 h

Eucaristía


Martes 8 de marzo de 2022
"El Dios de los abismos"

Miércoles 9 de marzo de 2022
"La sabiduría de Dios"

Jueves 10 de marzo de 2022
"Meditación sobre la Iglesia"

I Domingo de Cuaresma

15 de agosto 

6 de marzo de 2022

(Ciclo C - Año par)





  • Profesión de fe del pueblo elegido (Dt 26, 4-10)
  • Quédate conmigo, Señor, en la tribulación (Sal 90)
  • Profesión de fe del que cree en Cristo (Rom 10, 8-13)
  • El Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado (Lc 4, 1-13)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

“El Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo”. Estas palabras del evangelio de hoy nos describen la situación en la que vive siempre el cristiano: impulsado por el Espíritu Santo hacia el desierto, es decir, hacia la dificultad, es, al mismo tiempo, tentado por el diablo. El Espíritu Santo nos anima a entrar en el desierto, es decir, a afrontar la dificultad de una vida centrada en Dios (el desierto es, en efecto, el lugar donde el hombre se siente perdido y abandonado y descubre que sólo tiene a Dios); y el diablo aprovecha esta dificultad para tentarnos. Nosotros fácilmente sucumbimos a la tentación; sin embargo Cristo supo mantener la justa relación con Dios en medio de la tentación. Contemplemos a Cristo siendo tentado, para aprender de él la manera de no sucumbir a la tentación.

Invocación al Espíritu Santo

Amor emanado del Poder divino,
santo intercambio entre el Padre todopoderoso
y su Hijo bendito,
todopoderoso Espíritu Paráclito,
dulce consolador de los afligidos,
penetrad con fuerza hasta el interior de mi corazón.

Habitad los rincones tenebrosos
de esta casa abandonada
e iluminadla con vuestra luz resplandeciente.
Que la abundancia de vuestro rocío
fecunde sus lugares yermos,
secos y marchitos.

Herid con vuestro amor
hasta los pliegues más secretos del hombre interior;
penetrad este corazón paralizado por las pasiones,
inflamándolo con vuestras llamas saludables.

Que la luz de vuestro santo ardor
brille sobre todo mi cuerpo
sobre mi espíritu.

Amén.



(Atribuida a san Agustín +430)