Lo nuestro









Lo nuestro es muy simple:
tan solo mirarnos.
Otros te hablan, rezan,
te entonan sus cantos.
Tú y yo en silencio:
lo nuestro es mirarnos.

En mis pobres ojos,
tus vívidos rayos,
invasión de luces,
tenso fogonazo.
Quietud y silencio:
lo nuestro es mirarnos.

Mirada que abraza
sin mover los brazos.
Mirada que es beso,
sin rozar los labios.
Y todo el espíritu
de azul inundado.

Solo eso tan simple:
lo nuestro: mirarnos.

(Julia Estevan Echevarría)

XXI Domingo del Tiempo Ordinario

25 de agosto de 2019
(Ciclo C - Año impar)






  • De todas las naciones traerán a todos vuestros hermanos (Is 66, 18-21)
  • Id al mundo entero y proclamad el Evangelio (Sal 116)
  • El Señor reprende a los que ama (Heb 12, 5-7. 11-13)
  • Vendrán de oriente y occidente, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios (Lc 13, 22-30)
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Cómo se pasa de ángel a demonio

La fe de los demonios

¿Tú crees que hay un solo Dios? También los demonios lo creen y tiemblan (St 2, 19). La fe de los demonios consiste en una certeza especulativa, en un creer que esto es verdad, sin que esté en juego ningún abandono a la palabra del otro. Una fe sin confianza. Beda el Venerable explica esta distinción diciendo que una cosa es creer algo y otra cosa es creer en algo: “Creer que Dios es, creer que lo que él dice es verdad, eso pueden hacerlo los demonios. Pero creer en Dios, eso sólo se alcanza a los que aman a Dios, es decir, a los que no son cristianos sólo por el nombre, sino también por la vida y por los actos”. San Agustín subraya que la diferencia se encuentra bajo afirmaciones idénticas: “Pedro dice: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Los demonios dicen también: Sabemos quién eres, el Hijo de Dios, el Santo de Dios. Lo que dice Pedro lo dicen los demonios también: las mismas palabras, pero no el mismo espíritu. ¿Y dónde está la prueba de que Pedro decía de otra forma las mismas palabras? En que la fe del cristiano va acompañada de la dilección, la del demonio no. Los demonios hablaban de esa forma para que Cristo se alejara de ellos. Porque antes de decir: Sabemos quién eres, etc., habían dicho: ¿Qué tenemos nosotros contigo? ¿Has venido a destruirnos antes del tiempo señalado? Así pues, una cosa es confesar a Cristo para atarse a Cristo y otra es confesar a Cristo para arrojarlo lejos de ti”.

XX Domingo del Tiempo Ordinario

18 de agosto de 2019
(Ciclo C - Año impar)






  • Me has engendrado para pleitear por todo el país (Jer 38, 4-6. 8-10)
  • Señor, date prisa en socorrerme (Sal 39)
  • Corramos, con constancia, en la carrera que nos toca (Heb 12, 1-4)
  • No he venido a traer paz, sino división (Lc 12, 49-53)
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Oración al Dios único

Oh Dios, Tú eres nuestro Creador.
Tú eres bueno y tu misericordia no tiene límite.
A Ti la alabanza de todas las criaturas.

Oh Dios, Tú nos has dado a los hombres
la ley interior de la que debemos vivir.
Nuestra tarea es hacer tu voluntad.
Seguir tus caminos es conocer la paz del alma.

A Ti te ofrecemos nuestra obediencia.
Guíanos en todos nuestros caminos,
líbranos de las malas tendencias
que desvían nuestro corazón de Tu voluntad.
No permitas que, invocando Tu Nombre,
justifiquemos los desórdenes humanos.

Oh Dios, Tú eres el Único.
A Ti va nuestra adoración.
No permitas que nos alejemos de Ti.

Oh Dios, juez de todos los hombres, ayúdanos
a formar parte de tus elegidos en el último día.

Oh Dios, autor de la justicia y la paz,
concédenos la alegría verdadera, el amor auténtico
y una fraternidad duradera entre los pueblos.
Cólmanos de tus dones por siempre. Amén.


(Oración pronunciada por San Juan Pablo II durante su viaje a Marruecos, 
en Casablanca, el 15 de agosto de 1985, ante miles de musulmanes)



XIX Domingo del Tiempo Ordinario

11 de agosto de 2019
(Ciclo C - Año impar)






  • Con lo que castigaste a los adversarios, nos glorificaste a nosotros, llamándonos a ti (Sab 18, 6-9)
  • Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad (Sal 32)
  • Esperaba la ciudad cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios (Heb 11, 1-2. 8-19)
  • Lo mismo vosotros, estad preparados (Lc 12, 32-48)
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Reconciliarse con la propia historia

(El libro es una meditación que hace sobre su propia vida un hombre de setenta y un años, un judío ateo. Este hombre tiene un hermano encantador –Howie- que lleva cincuenta años de matrimonio feliz y estable con su mujer y sus cuatro hijos- mientras que él se ha casado y divorciado tres veces. De su primera esposa tuvo dos hijos –Randy y Lonny- que no le perdonan en modo alguno el que les abandonara a ellos y a su madre para casarse con otra mujer. De su segunda esposa –Phoebe, mujer abnegada y servicial en extremo- tuvo una hija –Nancy-, que es dulce, paciente y entregada, y que es la única que se preocupa un poco por la salud de su padre, salud que está cada vez más deteriorada. Nuestro personaje vive en una buena urbanización de jubilados y, para no divorciarse del todo de la vida, ha organizado unas clases de pintura en su propio taller, pues desde su jubilación laboral se ha dedicado a su hobby de toda la vida, la pintura)

Cuando ella (=Nancy, la hija de Phoebe, su segunda esposa) se sentó en la cama del hospital de su padre y lloró en sus brazos, lo hizo por muchas razones, la menor de las cuales no era el hecho de que él la hubiera abandonado cuando tenía trece años. Había ido a la costa para ayudarle, y todo lo que aquella hija serena y juiciosa pudo hacer era revivir las dificultades causadas por el divorcio y confesar la imperecedera fantasía de una reconciliación entre sus padres que había esperado durante más de la mitad de su vida.

-Pero es imposible cambiar la realidad –le dijo él en voz baja, mientras le frotaba la espalda, le acariciaba el pelo y la mecía suavemente en sus brazos-. Tómala tal como viene. Mantente firme y tómala como viene. No hay otra manera. 

Aparte de su hija, no había ninguna mujer en su vida. Ella nunca dejaba de llamarle antes de salir por la mañana hacia el trabajo, pero, por lo demás, el teléfono casi nunca sonaba. Ya no buscaba el afecto de los hijos habidos de su primer matrimonio; tanto ellos como su madre sostenían que nunca había hecho lo correcto, y ofrecer resistencia a la constante reiteración de esas acusaciones y a la versión que daban sus hijos de la historia familiar requería un grado de combatividad que había desaparecido de su arsenal. La combatividad había sido sustituida por una enorme tristeza. Si, en la soledad de sus largas noches, cedía a la tentación de llamar a uno u otro de ellos, luego siempre se sentía entristecido, entristecido y derrotado.

XVIII Domingo del Tiempo Ordinario

4 de agosto de 2019
(Ciclo C - Año impar)






  • ¿Qué saca el hombre de todos los trabajos? (Ecl 1,2; 2, 21-23)
  • Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación (Sal 89)
  • Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo (Col 3, 1-5. 9-11)
  • ¿De quién será lo que has preparado? (Lc 12, 13-21)
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