Escuela de la fe #18: ¿Judíos o cristianos?


¿Judíos o cristianos?

"Por pura gracia estáis salvados" (Efesios 2, 5)


D. Fernando Colomer Ferrándiz
26 de enero de 2024


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IV Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto  

28 de enero de 2024

(Ciclo B - Año par)





  • Suscitaré un profeta y pondré mis palabras en su boca (Dt 18, 15-20)
  • Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón» (Sal 94)
  • La soltera se preocupa de los asuntos del Señor, de ser santa (1 Cor 7, 32-35)
  • Les enseñaba con autoridad (Mc 1, 21b-28)
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En el evangelio de este domingo se nos reitera la Buena Noticia de la llegada del Reino de Dios, que ya se nos anunció el domingo anterior. Y ello se hace, de manera muy gráfica, presentándonos a un hombre que tenía un espíritu inmundo al que Jesús libera. “Un espíritu inmundo” significa una fuerza que supera al hombre, que se apodera de él, que lo arrastra, que no le deja ser él mismo, que lo convierte en un guiñapo, en un cascarón de nuez arrastrado por la corriente, en un ser incapaz de gobernarse a sí mismo según la verdad y la dignidad de su propio ser. Eso es un “espíritu inmundo”. Y de esos, hay muchos: la soberbia, la avaricia, la ira, la lujuria, la pereza, la envidia, la gula etc. El evangelio nos enseña que todas esas fuerzas están, en realidad, dominadas por Satán, por el Maligno, que es el enemigo del género humano desde el principio.

El evangelio de hoy nos da la Buena Noticia de que hay uno, Jesús, el Señor, que tiene verdadero poder sobre todas esas fuerzas oscuras que aplastan al hombre; y que Él, con su palabra poderosa, puede arrinconarlas, mandarles que dejen en paz al hombre para que éste puede ser de verdad lo que es: imagen y semejanza de Dios, y no un pelele en mano de unas fuerzas oscuras. De hecho, Jesús, cuando nos enseñe a orar, nos mandará pedir: “y líbranos del Mal”.

Vivir cristianamente la enfermedad

Señor, tú me habías dado la salud para servirte
y yo he hecho un uso inadecuado de ella.
Tú me envías ahora la enfermedad para corregirme:
no permitas que yo la use para irritarte
por mi impaciencia.
Toca mi corazón mediante el arrepentimiento de mis pecados
y haz que los males del cuerpo sirvan de remedio
a los del alma.
Concédeme la gracia, Señor, de unir tus consuelos
a mis sufrimientos para que yo sufra como cristiano.
No te pido dejar de sentir mis dolores
sino no ser abandonado a los dolores
de la naturaleza sin los consuelos de tu Espíritu.

Haz, Señor, que tal como yo estoy
me conforme a tu voluntad;
y que estando enfermo
te glorifique en mis sufrimientos.
Pues sin ellos no puedo llegar a la gloria;
pues tú mismo, Señor, no has querido llegar a ella
sino a través de ellos.
Y ha sido por las huellas de tus sufrimientos
como tus discípulos te han reconocido;
y es también por sus sufrimientos
como tú reconoces a los que son tuyos.

III Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

21 de enero de 2024

(Ciclo B - Año par)





  • Los ninivitas habían abandonado el mal camino (Jon 3, 1-5. 10)
  • Señor, enséñame tus caminos (Sal 24)
  • La representación de este mundo se termina (1 Cor 7, 29-31)
  • Convertíos y creed en el Evangelio (Mc 1, 14-20)
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El evangelio de hoy nos presenta a Jesús que inicia su ministerio anunciando la Buena Noticia, diciendo que “se ha cumplido el plazo” y ya “está cerca el Reino de Dios”, es decir, que Dios, por fin, ha empezado a construir su Reino, a introducirlo en la historia. Jesús dice que está sucediendo algo y nos pide, en consecuencia, dos cosas: que creamos de verdad que eso (la introducción de su Reino en la historia humana) está sucediendo, y que nos convirtamos, es decir, que reajustemos nuestra vida, que cambiemos la orientación de nuestra vida, en función de este acontecimiento.

Lo que está sucediendo es objeto de fe, hay que “creerlo”, porque no es algo evidente que se imponga por sí mismo a los ojos de todos. Porque Dios está introduciendo su Reino en la historia humana, pero al modo de un germen, de una semilla muy pequeña (“grano de mostaza”), de una levadura. Por eso Jesús nos pide que “creamos” esta Buena Noticia.

El hombre es un ser que se sostiene desde arriba

La arquitectura del ser humano, con sus tres elementos principales (cuerpo, alma, espíritu), tiene un sentido dinámico y ascendente. Puede ser comparada a un cono, cuya base representaría el cuerpo, cuyo cuerpo interior representaría el alma y cuyo vértice sería el espíritu. El ser del hombre “se sostiene desde arriba”, es decir, desde el espíritu, porque es el espíritu, es decir, el ser personal, lo que constituye la característica diferencial del hombre en relación a todos los demás seres visibles: si el cuerpo vive animado por el alma y ésta, a su vez, centrada y unificada en el espíritu, entonces resplandece el ser del hombre en toda su plenitud y belleza. Si en cambio el alma, con su multitud de vivencias, invade el espíritu y lo agobia, sin dejarle apenas margen de maniobra, y anima al cuerpo sin dejarse ella misma animar por el espíritu, entonces el ser del hombre se desfigura, “desciende”, se aproxima cada vez más al mundo animal, pero con el agravante de que la libertad suele ceder a las peores posibilidades, que nunca ocurrirían en el mundo animal.

II Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

14 de enero de 2024

(Ciclo B - Año par)





  • Habla, Señor, que tu siervo escucha (1 Sam 3, 3b-10. 19)
  • Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad (Sal 39)
  • ¡Vuestros cuerpos son miembros de Cristo! (1 Cor 6, 13c-15a. 17-20)
  • Vieron dónde vivía y se quedaron con él (Jn 1, 35-42)
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El evangelio de hoy, queridos hermanos, nos enseña qué es y cómo se hace el cristianismo. En él vemos que el cristianismo es, ante todo, un encuentro personal con Cristo. En este encuentro interviene siempre alguien que actúa como mediador, como aquel que me presenta a Cristo (en el evangelio de hoy Juan el Bautista y Andrés) y, por supuesto, el Espíritu Santo que abre los ojos del corazón para que reconozcamos en Jesús al Mesías, al Hijo de Dios vivo, al Salvador, a Aquel que viene a cumplir los deseos del corazón del hombre.

El encuentro con Cristo, nos enseña el evangelio de hoy, requiere tiempo, requiere un trato sosegado, tranquilo, que permita acogerlo y dejar que nuestro corazón se pronuncie sobre Él. Por eso los dos discípulos de Juan, que se van a convertir en discípulos de Jesús, le preguntan: “Maestro, ¿dónde vives?”; es decir, donde podemos entrar en intimidad contigo, conocer tu mundo interior, los contenidos de tu corazón, lo que a ti te interesa, te urge, te entusiasma, te mueve. Y Jesús acepta introducirlos en su casa: “Venid y lo veréis”.

Notemos que Jesús no les da un libro, un código de conducta, unas normas que cumplir. Jesús les da su amistad, les abre su corazón, acepta hablar, platicar, con ellos, dejarse conocer por ellos. En el cristianismo, lo primero, hermanos, es una amistad, una relación, un encuentro vivo. En ese encuentro, en el trato con Jesús, ellos irán descubriendo una manera nueva de ser hombre, una manera distinta de vivir: la que encarna y realiza ese hombre, Jesús de Nazaret. Y de Él, de su Persona, de su manera de ser, los discípulos deducirán cómo debe vivir todo aquel que quiera ser discípulo suyo, todo aquel que quiera vivir en la amistad con Él.

Frases...

¿Por qué nos asalta el deseo de burlarnos de los inocentes? 
¿Es por la envidia que sentimos de ellos?





Autor: Graham GREENE
Título: El final del affaire
Editorial: Libros del Asteroide, Barcelona, 2019, (p. 121)

Bautismo del Señor

15 de agosto 

7 de enero de 2024

(Ciclo B - Año par)





  • Mirad a mi siervo, en quien me complazco (Is 42, 1-4. 6-7)
  • El Señor bendice a su pueblo con la paz (Sal 28)
  • Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo (Hch 10, 34-38)
  • Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco (Mc 1, 7-11)
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“Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo”. El cielo estaba cerrado desde que Adán, por el pecado original, había roto la comunión con Dios, porque el hombre, por el pecado, se había hecho un extraño en relación a Dios: ya no había comunicación entre el cielo y la tierra. “Vio rasgarse el cielo” significa, pues, que se ha vuelto a reestablecer la comunión entre el cielo y la tierra, entre Dios y los hombres.

El Evangelio nos dice hoy que esto ocurre con Jesús, cuando Jesús se bautiza. Los Padres de la Iglesia nos enseñan que Jesús no se bautizó porque necesitara ser purificado de algún pecado, ya que él era el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, sino que lo hizo para conferir a las aguas del Jordán y, a través de ellas, a las aguas del mundo entero, el poder de engendrar, por la fuerza y la acción del Espíritu Santo, hijos de Dios. Así San Proclo de Constantinopla afirma que, cuando Jesús se sumergió en las aguas del Jordán, fue como si el sol se sumergiera en el agua: el “sol de justicia que ha venido de lo alto”, se sumergía, en efecto, en el Jordán. Y San Máximo de Turín, por su parte, nos recuerda que “Cristo es bautizado no para ser él santificado por las aguas, sino para que las aguas sean santificadas por él, y para purificarlas con el contacto de su cuerpo. Más que de una consagración de Cristo, se trata de una consagración de la materia del bautismo”. Jesús se bautizó, pues, para instaurar nuestro propio bautismo, el bautismo que, recibido mediante el agua, es, sin embargo, bautismo “con Espíritu Santo y fuego”, que otorga la vida eterna, por el que se nos comunica la vida divina, que es la vida de la que vive Cristo, junto con el Padre, en la unidad del Espíritu Santo.

Epifanía del Señor

15 de agosto 

6 de enero de 2024

(Ciclo B - Año par)





  • La gloria del Señor amanece sobre ti (Is 60, 1-6)
  • Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra (Sal 71)
  • Ahora ha sido revelado que los gentiles son coherederos de la promesa (Ef 3, 2-3a. 5-6)
  • Venimos a adorar al Rey (Mt 2, 1-12)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

Cuando el Señor eligió a Abraham lo hizo para que, a través de su descendencia, fueran bendecidos “todos los linajes de la tierra” (Gn 12,3), “todos los pueblos de la tierra” (Gn 18,18). De Abraham sacaría Dios más tarde un pueblo, Israel, que tendría como misión en el mundo ser el portador de la salvación de Dios para todos los hombres. Pues “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1 Tm 2,3-4). Por eso ya desde antiguo el profeta Isaías exhortó a Israel a “ensanchar” su corazón, para acoger en su seno a la multitud de los gentiles: “Tus hijos llegan de lejos…Te inundará una multitud de camellos, los dromedarios de Madián y de Efá” (Is 60,1-6). Este misterio, escondido durante siglos eternos en Dios, es el que ahora, con la venida de Cristo, ha sido revelado: que “también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo, por el Evangelio” (Ef 3,6). Pues Jesucristo es la descendencia de Abraham en la que son bendecidas todas las naciones de la tierra. Por eso los magos preguntan “dónde está el rey de los judíos”. Es la misma inscripción que se pondrá sobre la cruz: Jesús Nazareno, Rey de los judíos. La salvación de Dios viene, en efecto, de los judíos. Pero es una salvación ofrecida a todos los hombres. Los magos que llegan de Oriente reconocen en Jesús al “rey de los judíos” por el que se les ofrece la salvación también a ellos, que no son judíos.

Alejandro Soljenitsyn

¡Cómo me resulta ligero vivir contigo, Señor!
¡Cómo me resulta simple creer en Ti!

Cuando mi espíritu está horadado por la duda o abatido,
cuando las personas más inteligentes
no ven más allá que la tarde del día de hoy
y no saben qué hacer mañana,

Tú me envías la clara certeza
de que Tú existes y de que Tú cuidarás
de que no sean obstruidos todos los caminos del bien.

En la cordillera de la gloria terrena,
contemplo, sorprendido, ese sendero
que yo solo no habría nunca descubierto,
ese camino sorprendente a través de la desesperación
desde el cual yo he podido
enviar a la humanidad el reflejo de Tus rayos.

Y tú me concedes el tiempo necesario
para que yo continúe haciéndolo.

Y el que yo no tendré
es porque Tú se lo has concedido a otros.


  Alejandro Soljenitsyn

Extranjeros y peregrinos



Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu (Jn 3,6). Estas palabras de Jesús a Nicodemo, hablándole de la necesidad de “nacer de lo alto”, de “nacer del agua y del Espíritu”, para entrar en el Reino de Dios, contraponen nuestra condición humana, designada aquí con la palabra “carne”, a la nueva realidad, a la humanidad nueva, que el Señor quiere crear en nosotros, a través de su Espíritu Santo. La oposición entre “nacer de la carne” y “nacer del Espíritu” podría hacer pensar en una alternativa: o las pertenencias humanas o la pertenencia al Reino. ¿Cómo hay que entender la relación entre lo humano (“la carne”) y lo divino (“el Espíritu”)? ¿Prescinde la fe de todo lo humano? ¿Es lo humano un obstáculo para la fe?

1. Las raíces humanas del hombre.

“El hombre no nace, se hace”, podríamos decir para expresar que, a diferencia del animal, que tiene su ser perfectamente programado por el instinto, el hombre tiene que aprender su humanidad, y tiene que hacerlo de una manera personal, propia de cada uno. Lo que permite al hombre, que carece de instintos, desarrollar unas pautas de comportamiento que le permitan vivir en el mundo, es la cultura.

Por “cultura” entendemos la conciencia de la realidad que cada grupo humano elabora y suministra a sus miembros, para expresar y justificar su posición y su función en el mundo. Así entendida “cultura” es sinónimo de “mentalidad”, de “sensibilidad”, de “visión de la realidad”. La cultura es el conjunto de formas de actuar, de ver y de prever las cosas, de pensarlas y evaluarlas, de tomar decisiones, así como de entender las grandes cuestiones de la vida humana: origen, destino, muerte, etc. “Cultura” equivale, pues, a costumbres, tradiciones, usos, sentimientos populares, valores, ideas, carácter nacional o popular etc. etc.