V Domingo de Pascua

15 de agosto  

28 de abril de 2024

(Ciclo B - Año par)






  • Él les contó cómo había visto al Señor en el camino (Hch 9, 26-31)
  • El Señor es mi alabanza en la gran asamblea (Sal 21)
  • Este es su mandamiento: que creamos y que nos amemos (1 Jn 3, 18-24)
  • El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante (Jn 15, 1-8)
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“No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”.

Estas palabras del Papa Benedicto XVI traducen la enseñanza del Evangelio de hoy. Pues uno no es cristiano por ser una buena persona, por colaborar con muchas ONG, por ser solidario con los pobres dedicando tiempo y dinero a causas justas…; uno es cristiano si ha sido injertado en esa vid que es Cristo y si, como consecuencia de ello, la misma savia que circula por la vid, empieza a circular por él. Uno es cristiano si está animado, habitado, movido, por la misma vida que anima, habita y mueve a Cristo. Y si no, no lo es, aunque sea una bellísima persona.

Pues el Hijo de Dios, hermanos, no se ha hecho hombre para que nosotros seamos “buenas personas”, es decir, personas moralmente correctas, sino para mucho más: para que tengamos vida y vida en abundancia (Jn 10,8); y “vida” aquí significa “vida eterna”, significa la vida misma de Dios, la única vida que ha vencido a la muerte. Por eso los Padres de la Iglesia nos enseñan que el Hijo de Dios se ha hecho hombre, para que los hombres seamos divinizados, seamos hechos dioses, no por naturaleza, evidentemente, sino por participación en la vida misma de Dios. “Dios se ha hecho hombre para que el hombre llegue a ser Dios” afirma San Atanasio. De este modo el hombre por gracia va siendo lo que Cristo es por naturaleza, explica San Juan Damasceno.

Trátame con bondad, Señor

Señor muy compasivo,
Manantial de misericordia,
Dador de bienes,
Hijo del Altísimo,
Señor Jesucristo,

ten misericordia de mí,
sálvame,
trátame con bondad,
mírame en mi peligro,
considera mi corazón quebrantado;

abájate hacia mi miseria,
contempla mi desconcierto en mi angustia irremediable,
socórreme frente a mis debilidades que me conducen a la perdición.

Para que sea glorificado tu Nombre, oh Jesús,
siendo proclamado en todo
con el Padre y tu Espíritu Santo,
en lo alto del cielo,
y abajo en la tierra,
por todos sus habitantes
por los siglos de los siglos.

Amén.

San Gregorio de Narek
(944-1010)

IV Domingo de Pascua

15 de agosto  

21 de abril de 2024

(Ciclo B - Año par)






  • No hay salvación en ningún otro (Hch 4, 8-12)
  • La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular (Sal 117)
  • Veremos a Dios tal cual es (1 Jn 3, 1-2)
  • El buen pastor da su vida por las ovejas (Jn 10, 11-18)
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La Buena Noticia que nos da la liturgia de este domingo es que hay salvación para el hombre. “Salvación” no significa una especie de “jubilación aceptable”, es decir, una buena renta, una buena salud, no tener enemigos y estar con los que quiero. “Salvación” significa mucho más, significa un nuevo nivel de la existencia, un nuevo nivel del ser, que san Pedro expresa hablando de que estamos llamados a ser “partícipes de la naturaleza divina” (2P 1, 4).

Son palabras mayores. Ninguno de nosotros es Dios y entre Dios y cada uno de nosotros hay un abismo infranqueable. Sin embargo “salvación” significa que Dios quiere “deificarnos”, hacernos “dioses por participación” en su única y propia naturaleza divina. Así es como podemos ser llamados “hijos de Dios, pues ¡lo somos!” dice san Juan en la segunda lectura de hoy, aunque aún no se ha manifestado lo que llegaremos a ser: “seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es”.

Ser “hijo de Dios” significa parecerse a Dios, ya que los hijos se parecen siempre a los padres (aunque a veces los padres piensen y digan que no). Dios es humilde, es generoso y magnánimo, es casto y puro y se complace en perdonar. Él quiere “salvarnos”, es decir, hacer de nosotros seres parecidos a Él: hombres y mujeres humildes, generosos y magnánimos, castos, puros y llenos de misericordia.

El perdón de los pecados



1. La Buena Noticia: el perdón de los pecados.

Jesús no se cansó de señalar al pecado como el verdadero mal del hombre, como la causa última de una existencia marcada por la incapacidad para vivir de un modo auténticamente humano. Por eso cuando le presentan a un hombre atenazado por la parálisis, el Señor ve en él como una imagen de la situación espiritual de todo hombre, atenazado por la parálisis del pecado, y le anuncia la Buena Noticia: Hijo, tus pecados te son perdonados (Marcos 2,5).

El hombre bajo el imperio del pecado vive une existencia de esclavo, sometido al diablo (Juan 8,34). Anunciar, pues, el perdón de los pecados, es tanto como anunciar la derrota del diablo y la apertura de una nueva posibilidad para la existencia humana: la de realizarse según la voluntad de Dios, que no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva (Ezequiel 18,23). Las palabras de Jesús: el tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios ha llegado (Mc 1,14; Mt 4,17; 10,7; Lc 10, 9 y 11) anuncian esta nueva posibilidad, que constituye la “Buena Noticia” en la que hay que creer (Mc 1,15). Y los milagros de Jesús son los signos que la avalan, ya que si por el dedo de Dios expulso yo los demonios es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios (Lc 11,20).

III Domingo de Pascua

15 de agosto 

14 de abril de 2024

(Ciclo B - Año par)






  • Matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos (Hch 3, 13-15. 17-19)
  • Haz brillar sobre nosotros, Señor, la luz de tu rostro (Sal 4)
  • Él es víctima de propiciación por nuestros pecados y también por los del mundo entero (1 Jn 2, 1-5a)
  • Así está escrito: el Mesías padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día (Lc 24, 35-48)
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En el Evangelio que acabamos de escuchar vemos cómo los discípulos no acaban de creer que Cristo ha resucitado, a pesar de que lo tienen delante de ellos y pueden verlo y tocarlo. Sin embargo ellos piensan más bien que es un fantasma, un producto mental pero sin consistencia carnal, corporal. Por eso Jesús les muestra las manos y los pies, les invita a que le toquen (“palpadme”); pero no basta. Entonces el Señor les pide algo de comer y come un trozo de pez asado delante de ellos; pero tampoco basta. Los discípulos permanecen en silencio, no acaban de creerlo, no le confiesan como al Señor resucitado.

Entonces Jesús les explica que su crucifixión y resurrección es el cumplimiento “de todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí”. San Lucas nos entrega a continuación la clave de la situación: “les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras”. Cristo resucitado ha abierto el entendimiento de su Iglesia, para que ella comprenda las Escrituras y, de ese modo, comprenda quién es Él, porque para conocer quién es Jesús es imprescindible reconocer en él la realización del designio salvador de Dios. Dicho de otra manera, es imprescindible el conocimiento y la comprensión profunda del Antiguo Testamento. De lo contrario no se puede saber quién es Jesús. Porque Jesús no es una especie de meteorito caído del cielo, sino Aquél que da cumplimiento a todo lo anunciado en el Antiguo Testamento. Esta gracia de iluminación del entendimiento para comprender la Sagrada Escritura la ha recibido la Iglesia y no el individuo aislado. Por eso hay que leer la Sagrada Escritura siempre con los ojos de la Iglesia, que es la Esposa del Señor, iluminada y esclarecida por Él: sólo quien lee las Escrituras con los ojos de la Esposa la lee correctamente. Y entonces entiende quién es Jesús.

El odio: la tragedia de un deseo

(Václav Havel (1936-2011) fue el último presidente de Checoslovaquia y el primer presidente de la República Checa. Escritor y dramaturgo, fue encarcelado varias veces por su defensa de los derechos humanos. Las reflexiones que siguen las expuso en una alocución pronunciada en Oslo el 29 de agosto de 1990)

Al meditar sobre aquellos que me odian o me han odiado personalmente, descubro que todos tienen ciertos rasgos de carácter que, una vez reunidos y sumados, proporcionan una explicación muy general al origen de ese odio.

Ante todo, nunca se trata de personas vanas, vacías, pasivas, indiferentes o apáticas. Su odio me parece traducir siempre una gran aspiración insatisfecha, una voluntad incumplida e irrealizable, una ambición desesperada. Se trata de una fuerza interior radicalmente activa que habita en la persona, la sujeta, la arrastra hacia algún lugar y la supera.

Tal y como las he conocido, las personas llenas de odio tienen permanentemente el sentimiento de que han sido engañadas, es un sentimiento indestructible profundamente desproporcionado respecto de la realidad. Estas personas parecen querer ser estimadas, respetadas y amadas sin límite, parecen atormentarse sin cesar por el doloroso descubrimiento de que los demás son de una ingratitud y de una injusticia imperdonables, pues no solo no les manifiestan el respeto y el amor que se les debería, sino que incluso les olvidan; esta es la menos su impresión.

II Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia

15 de agosto 

7 de abril de 2024

(Ciclo B - Año par)






  • Un solo corazón y una sola alma (Hch 4, 32-35)
  • Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia (Sal 117)
  • Todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. (1 Jn 5, 1-6)
  • A los ocho días llegó Jesús (Jn 20, 19-31)
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“Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez” (Lc 1,36), le dijo el ángel a la Virgen en la anunciación. Con estas palabras le daba un signo que la ayudara a creer, a dar crédito a lo que se le estaba diciendo de parte de Dios. A Dios le gusta siempre darnos signos que nos sirvan de apoyo para nuestra fe.

El Evangelio de hoy nos presenta la figura de Tomás que exige un signo concreto, determinado, para creer; exactamente exige “ver y tocar” las llagas del Resucitado para dar fe al testimonio que le están dando los demás discípulos. Y el Señor, en su infinita misericordia, le concedió el signo que pedía. Entonces Tomás hizo un acto de fe sorprendente, el acto de fe más rotundo y explícito que encontramos en todo el Nuevo Testamento: “Señor mío y Dios mío”. Como observa San Agustín: “Veía y tocaba al hombre y confesaba a Dios, a quien no veía ni tocaba”.

El pecado


1. Qué es el pecado.

El pecado es una postura, una actitud, que el hombre puede tomar ante Dios. Dios creó al hombre a su imagen y semejanza (Gn 1,26). El hombre es, pues, un ser referencial, relacional: todo su ser consiste en ser una referencia, una relación a Dios (más exactamente a Cristo), a cuya imagen ha sido creado y cuya semejanza le realiza, le plenifica. El ser del hombre, en efecto, adquiere su plenitud si existe completamente “volcado” hacia Dios, si vive “mirando a” Dios porque sólo en Él puede encontrar su propia identidad. Así vivían Adán y Eva antes del pecado: contemplaban el mundo, se contemplaban el uno al otro y cada uno a sí mismo, “mirando a Dios”, es decir, a través de los ojos de Dios. Por eso dice la Escritura que estaban ambos desnudos (...) pero no se avergonzaban uno del otro (Gn 2,25), porque se percibían en la mirada de Dios, para el cual no hay maldad ni impureza alguna en nada de lo creado, pues para los limpios todo es limpio (Tt 1,15).

El pecado consiste en dejar de mirar a Dios, en plantear la propia existencia fuera de la mirada de Dios, en empezar a existir “desde sí mismo” en vez de existir “desde Dios”. Seréis como Dios en el conocimiento del bien y del mal (Gn 3,5) dijo la serpiente a Eva; es decir seréis vosotros quienes decidiréis lo que está bien y lo que está mal, ya no tendréis que vivir extáticamente pendientes de Dios para saber lo que está bien y lo que está mal, sino que seréis vosotros mismos quienes lo determinaréis. De este modo lo que Dios quiso unir en el hombre, el hombre lo disoció: Dios quiso que el hombre fuera criatura y creador, libre y obediente, agradecido a Dios y autónomo en sus elecciones. Pero el hombre (“Adán”) lo disoció todo: el hombre eligió la inteligencia, el espíritu, la razón, la dominación de las cosas, disociándolo de su amor de hijo hacia Dios, su Padre. Quiso todo eso pero fuera del contexto del amor filial.

Frases...

En la planta, las hojas y las flores son belleza, los frutos son riqueza, pero la raíz es sólo fuerza de fe. La raíz no es más que esperanza, camino paciente en la noche hacia el día que no verá jamás, hacia la flor que desconoce y a la que, en su oscuridad, alimenta. ¡Ayudad a las raíces, Señor!

Marie Noël