El odio: la tragedia de un deseo

(Václav Havel (1936-2011) fue el último presidente de Checoslovaquia y el primer presidente de la República Checa. Escritor y dramaturgo, fue encarcelado varias veces por su defensa de los derechos humanos. Las reflexiones que siguen las expuso en una alocución pronunciada en Oslo el 29 de agosto de 1990)

Al meditar sobre aquellos que me odian o me han odiado personalmente, descubro que todos tienen ciertos rasgos de carácter que, una vez reunidos y sumados, proporcionan una explicación muy general al origen de ese odio.

Ante todo, nunca se trata de personas vanas, vacías, pasivas, indiferentes o apáticas. Su odio me parece traducir siempre una gran aspiración insatisfecha, una voluntad incumplida e irrealizable, una ambición desesperada. Se trata de una fuerza interior radicalmente activa que habita en la persona, la sujeta, la arrastra hacia algún lugar y la supera.

Tal y como las he conocido, las personas llenas de odio tienen permanentemente el sentimiento de que han sido engañadas, es un sentimiento indestructible profundamente desproporcionado respecto de la realidad. Estas personas parecen querer ser estimadas, respetadas y amadas sin límite, parecen atormentarse sin cesar por el doloroso descubrimiento de que los demás son de una ingratitud y de una injusticia imperdonables, pues no solo no les manifiestan el respeto y el amor que se les debería, sino que incluso les olvidan; esta es la menos su impresión.

En el subconsciente de los que odian duerme el perverso sentimiento de ser los únicos representantes auténticos de la verdad completa y, por lo tanto, de ser unos superhombres, incluso unos dioses, y que por este título el mundo les debe total reconocimiento, lealtad y docilidad absolutas, e incluso obediencia ciega. Son como niños mimados o mal educados, que piensan que su madre está ahí solo para adorarlos; se resisten a que esta haga otra cosa, a que se ocupe de sus hermanos o hermanas pequeños, de su marido, a que lea un libro o desempeñe un trabajo. Sienten todo esto como un perjuicio, una herida, un ataque o un cuestionamiento de su valía.

El odio es la cualidad diabólica del ángel caído: es el estado del alma de quien se cree Dios, incluso está seguro de serlo, y se ve atormentado constantemente por señales que muestran que no es, que no puede ser así. Es una característica del ser celoso de Dios, roído por el sentimiento de que el camino que conduce al trono divino que cree poder ocupar le es denegado por un mundo injusto que se ensaña contra él. El hombre que odia es incapaz de buscar la causa de su fracaso metafísico en sí mismo, en esa sobreestima general de su persona. A sus ojos, todo es culpa del mundo que le rodea.

He podido observar que, para aquel que odia, el odio es más importante que su objeto, y que puede, por lo tanto, cambiar de objeto con bastante frecuencia, sin modificar en nada su actitud. Ello es totalmente comprensible, puesto que no experimenta odio por un hombre concreto, sino por lo que este representa: la suma de los obstáculos en el camino que conduce al absoluto, al reconocimiento absoluto, al poder absoluto, a la identificación absoluta con Dios, con la verdad y con el orden del mundo.

Existe además otra observación que creo importante. El que odia no conoce la sonrisa, sino tan solo el rictus. Incapaz de bromear, se limita a agrias burlas. Al ignorar la autoironía, es incapaz de una auténtica ironía, solo quien no se toma en serio conoce la risa auténtica. El que odia hace gala de un aspecto grave, manifiesta una gran susceptibilidad, utiliza grandes palabras, le gusta gritar y es totalmente incapaz de cobrar distancias para ver su lado ridículo.

El denominador común e todo esto, sin duda, sería una carencia trágica, metafísica incluso, del sentido de la medida: el que odia no comprende la medida de las cosas, la medida de sus posibilidades, la medida de sus derechos, de su existencia, del reconocimiento del amor que puede esperar. Quiere que el mundo le pertenezca sin límites, que el reconocimiento que el mundo le debe sea ilimitado. Si su concepción del derecho a la existencia y al reconocimiento es tal cual la acabo de describir forzosa y constantemente ha de indignarse contra los que no respetan la ilimitada suma de consecuencias que debieran sacar de su derecho.




Autor: Václav HAVEL
Título: Sobre la política y el odio
Editorial: Ediciones Rialp, Madrid, 2021, (pp. 14-20)