El sufrimiento de los sacerdotes
I Domingo de Cuaresma
26 de febrero de 2023
(Ciclo A - Año impar)
- Creación y pecado de los primeros padres (Gen 2, 7-9; 3, 1-7)
- Misericordia, Señor, hemos pecado (Sal 50)
- Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia (Rom 5, 12-19)
- Jesús ayuna cuarenta días y es tentado (Mt 4, 1-11)
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Frases...
Contemplar cada uno de los pecados que he cometido como un favor de Dios. Un favor es que la imperfección esencial que se encuentra disimulada en el fondo de mí se manifieste parcialmente ante mí un día cualquiera, a una hora cualquiera, en una circunstancia determinada. Yo deseo, suplico que mi imperfección se manifieste ante mí por entero, tanto como sea capaz de aguantar la mirada del pensamiento humano. No para que se cure, sino, aún cuando no haya de curarse, para que yo esté en la verdad.
A imagen y semejanza de Dios
Desnudez y misericordia
Catequesis parroquial nº 173
Fecha: 15 de febrero de 2023
VII Domingo del Tiempo Ordinario
19 de febrero de 2023
(Ciclo A - Año impar)
- Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Lev 19, 1-2. 17-18)
- El Señor es compasivo y misericordioso (Sal 102)
- Todo es vuestro, vosotros de Cristo y Cristo de Dios (1 Cor 3, 16-23)
- Amad a vuestros enemigos (Mt 5, 38-48)
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Al acostarse
un sueño ligero,
para que mi voz
no permanezca muda mucho tiempo.
Tu creación velará
para salmodiar con los ángeles.
Que esté mi sueño siempre
habitado por tu presencia.
Y que la noche no retenga
ninguna de las manchas del pasado día.
Que las locuras de la noche
no pueblen mis sueños.
Separado incluso del cuerpo,
te canta el Espíritu, ¡oh Dios!
Padre, Hijo
y Espíritu Santo.
A Ti el honor, el poder y la gloria
por los siglos de los siglos.
Amén.
(San Gregorio Nacianceno [329-390])
VI Domingo del Tiempo Ordinario
12 de febrero de 2023
(Ciclo A - Año impar)
- A nadie obligó a ser impío (Eclo 15, 15-20)
- Dichoso el que camina en la ley del Señor (Sal 118)
- Dios predestinó la sabiduría antes de los siglos para nuestra gloria (1 Cor 2, 6-10)
- Así se dijo a los antiguos; pero yo os digo (Mt 5, 17-37)
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Aprender a recibir
Recuerdo el día en que subí al tejado donde tenía el telescopio que me había regalado mi padre. Era un día sin viento y la azotea del edificio estaba inmersa en el silencio, apenas me llegaban los ruidos de la calle. La ciudad, bajo mis pies, parecía arrastrarse más de lo habitual para llegar a la noche. Sentía el peso del aire, yo era un pavimento sobre el que la vida, el cielo y el dolor, consumaban su bacanal. Hacía dos años que no veía nada. Echaba de menos las estrellas que antes estudiaba todas las semanas, no conseguía soportar el hecho de no ver crecer a mi hijo. El contacto con mi padre se había hecho imposible; a la casi insuperable distancia de su demencia senil se unía mi ceguera. Ahora éramos dos islas sin ningún puente que las uniera. Todo lo que habíamos sido parecía haber desaparecido. La soledad envenenaba cada pensamiento y cada sentimiento, no conseguía estar con mi mujer, no quería darle a probar esa soledad, creía que tenía que afrontarla yo solo, porque me avergonzaba demasiado de mi debilidad. Había perdido el gusto por la investigación, mi proverbial e insoportable curiosidad; había dejado de enseñar porque me parecía imposible continuar. La oscuridad me lo había quitado todo y, poco a poco, la vida dentro de mí se había ido apagando. Y yo, en aquella azotea, quería consumar aquella soledad. Habría bastado un salto, ni siquiera eso, solo un paso. Subí al borde, de pie. Desde un punto de vista mecánico es facilísimo acabar con la vida, pero el espíritu se ríe de la mecánica. Caminé por el borde como un funambulista, con los brazos extendidos para mantener el equilibrio. Por debajo, un vacío de diez pisos me golpeaba en la cara, pero me esforzaba en imaginarme que solo había un jardín al que bajar para continuar viviendo. Sería un vuelo breve, ciego, sin el miedo del golpe porque no habría visto cómo se iba acercando el suelo. Una oscuridad definitiva habría sustituido a la provisional. Levanté el rostro al cielo, le grité a Dios que me había abandonado y que no tenía ya nada por lo que vivir. Le pedí perdón, pero tenía demasiado miedo a seguir viviendo así, perdiendo todo lo que amaba, poco a poco, como caen los granos en un reloj de arena. Era un peso para todos y, sobre todo, para mí mismo. Bastaba un paso para decir adiós y abandonarme definitivamente al abrazo de la nada. Empecé a hacer una lista con los diez suicidas más importantes de la historia: Sócrates, Judas, Monroe, Catón, Cleopatra, Séneca, Cobain… No tenía ni la dignidad ni la inspiración de ninguno de ellos. Mi insignificancia había recibido un certificado auténtico con la ceguera. Nuestra vida está a merced del dolor y el contrapeso del amor nunca es suficiente. Nunca. Al llegar a esta conclusión, con calma, levanté el pie y me lancé al vacío. Y caí. La caída duró un instante. Me rompí el tobillo. Pero estaba vivo. Había sobrevivido a un vuelo de diez pisos, así que mi vida aún servía para algo. ¿Tenía Dios un plan diferente para mí? Mi mujer me encontró en ese estado.
- ¿Qué haces aquí en la azotea y en el suelo?
No contesté.
- ¿Qué te has hecho en el pie? ¿Qué has hecho?
Había caído hacia el lado equivocado. Perdido en mis pensamientos me había girado hacia el lado del tejado. Había vivido un milagro: la ceguera me había salvado de la desesperación.
Mi mujer me abrazó y me besó en los ojos, después, acercando sus labios a mis oídos, me dijo:
- Estoy embarazada.
Y yo lloré. No sé si por el dolor del tobillo o porque mi frontera se alargaba de improviso más allá del perímetro de la oscuridad y la soledad.
- Te necesito. Vuelve a mí tal y como eres –me dijo. Y me sentí amado precisamente por aquello de lo que más me avergonzaba.
En aquel instante volví a nacer, porque dejé morir la vieja vida en la que yo dominaba sobre todo. Había comenzado una nueva vida, en la que tenía que aprender a recibir.
Frases...
El hombre se muestra indigno del milagro cuando intenta reducirlo a una vulgar causa material.
V Domingo del Tiempo Ordinario
5 de febrero de 2023
(Ciclo A - Año impar)
- Surgirá tu luz como la aurora (Is 58, 7-10)
- El justo brilla en las tinieblas como una luz (Sal 111)
- Os anuncié el misterio de Cristo crucificado (1 Cor 2, 1-5)
- Vosotros sois la luz del mundo (Mt 5, 13-16)
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El
evangelio de hoy nos habla de la relación de los cristianos con el ambiente,
con la sociedad, con el mundo. En esa relación siempre existe la tentación de
querer mimetizarse con el entorno, de
ser como todos. El Señor hoy nos dice
que nosotros tenemos que ser diferentes
a los demás, que entre los cristianos y el mundo existe una diferencia que debe de ser mantenida,
porque es una diferencia querida por Dios, que marca la misión que Él nos ha
confiado. Esa misión consiste en ser luz y sal en relación al mundo, en
relación a toda la humanidad. El Señor no nos ha elegido para que seamos como todos sino para que siendo de otra manera, constituyamos
para todos una “ciudad elevada sobre un monte”, una “luz puesta sobre un
candelero”, una “sal” que posee un sabor distinto al de los alimentos y que,
por ello mismo, los sazona y les da un gusto especial.
Ser diferentes es una
carga. A lo largo de la historia del pueblo de Israel, que es como un
anticipo de nuestra propia historia, en varias ocasiones los judíos se cansaron
de ser diferentes. Por eso le pidieron al profeta Samuel que les diera un rey:
“Asígnanos un rey (…) como todas las naciones” (1S 7,5). Más adelante, en el
siglo IV a. C., “surgieron de Israel unos hijos rebeldes que sedujeron a muchos
diciendo: «Vamos, concertemos alianza con los pueblos que nos rodean, porque
desde que nos separamos de ellos, nos han sobrevenido muchos males.» (…) En
consecuencia, levantaron en Jerusalén un gimnasio al uso de los paganos,
rehicieron sus prepucios, renegaron de la alianza santa para atarse al yugo de
los paganos, y se vendieron para obrar el mal” (1Mac 1,11-15).