I Domingo de Cuaresma

15 de agosto 

 26 de febrero de 2023

(Ciclo A - Año impar)





  • Creación y pecado de los primeros padres (Gen 2, 7-9; 3, 1-7)
  • Misericordia, Señor, hemos pecado (Sal 50)
  • Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia (Rom 5, 12-19)
  • Jesús ayuna cuarenta días y es tentado (Mt 4, 1-11)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

La liturgia de la palabra de este primer domingo de cuaresma nos plantea el problema del hombre en toda su crudeza y radicalidad. Pues el verdadero problema del hombre es elegir entre Dios y Satán, entre “el amor hacia sí mismo hasta el desprecio de Dios” y “el amor hacia Dios hasta el desprecio de sí mismo”, como dijo san Agustín en la Ciudad de Dios: los dos amores que dan lugar a las dos ciudades, la ciudad terrestre y la ciudad celestial.

Los textos de hoy nos presentan a los dos principios dinámicos que dan lugar a las dos ciudades: el primer Adán, que elige “el amor hacia sí mismo hasta el desprecio de Dios” y el segundo y definitivo Adán, que es Cristo, que elige, al contrario, “el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo”. Queda a la libertad de cada hombre el decidirse por uno u otro Adán, por el primero o por el segundo, y en esa elección se juega el hombre su destino eterno.

El primer Adán sucumbe a la propuesta de “la Serpiente antigua, el llamado diablo y Satanás, el seductor del mundo entero” (Ap 12, 9). Esta propuesta se basa en la desconfianza hacia Dios: el diablo se comporta como un “listillo” que le dice a Adán que, en realidad, lo que Dios le ha prohibido es fruto de un temor del propio Dios, que no quiere verse igualado por el hombre. Y Adán asume como propio ese punto de vista y se comporta en relación a Dios como quien dice: “a mí no me la pegas”, “a mí no me vas a engañar”. Adán decide tomar otro camino distinto del que Dios le ha indicado, porque, en realidad, lo que ha decidido es ser él quien determine el camino que hay que seguir para alcanzar su propia plenitud. Adán se ha preferido a sí mismo, hasta “el desprecio de Dios”, como dice san Agustín. Y así Adán, con esta elección, acaba de fundar la “ciudad terrena”, de la que él se cree propietario, pero que en realidad pertenece a Satán, como precisa san Lucas en su evangelio cuando el diablo le dice a Jesús: “Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me ha sido dado y yo lo doy a quien quiero” (Lc 4,6). Por eso san Juan, en su evangelio, llama al diablo “el Príncipe de este mundo” (Jn 12,31).

El segundo Adán, que es Cristo, también es tentado por el diablo que, en este caso, se comporta como alguien que “tiene ideas” y que “da ideas”, al hombre Jesús de Nazaret, para que realice la misión que Dios le ha confiado. Esas ideas sugieren caminos posibles para realizar esa misión. Exactamente el diablo le propone a Jesús tres caminos: la satisfacción de las necesidades materiales del hombre (convertir las piedras en panes), el recurso a lo prodigioso, a lo que se sale de lo normal (arrojarse desde lo alto del templo y ser conducido por los ángeles) y el camino del “poder y la gloria”, es decir, del éxito, del triunfo en la historia, del poder político que permite organizar el mundo como a uno le parece conveniente. Todas estas ideas no coinciden para nada con la idea que tiene Dios, que es la Cruz, que es la implantación de su reino por el misterio pascual de Jesucristo, que es un misterio de humillación y de exaltación gratuitamente regalada por Dios, y no astuta y hábilmente conseguida por mí. Pero Jesús vence la tentación porque elige dejar a Dios ser Dios, no indicarle a Dios el camino por el que debe realizar su Reino entre nosotros, sino dejarle a Dios la libertad de determinar él mismo el camino por el que va a hacerlo. El común denominador de las tres citas bíblicas con las que Jesús responde a las propuestas del diablo es precisamente éste: dejar que Dios sea Dios y no pretender decirle cómo tiene que ser Dios.

La opción del primer Adán, que quiere ser él mismo quien lo decida todo, conduce a una miseria total: “se les abrieron los ojos a los dos y se dieron cuenta de que estaban desnudos”. En cambio la opción de Jesús, que deja que sea Dios quien decida, conduce a la implantación del reino de Dios en medio de los hombres: “Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y le servían”, termina el evangelio. Los ángeles sirviendo al hombre, eso es el reino de Dios. San Pablo nos recuerda que “no hay proporción” entre la primera opción, la del primer Adán, y la segunda, la del nuevo Adán que es Cristo. Y que si por la primera opción “murieron todos”, mucho más, “gracias a un solo hombre, Jesucristo, la benevolencia y el don de Dios desbordaron sobre todos”.

Quien elige la opción del primer Adán camina hacia su propia desnudez, hacia el empobrecimiento radical de su ser; camina hacia “el mono desnudo”. Quien elige la opción de Cristo camina hacia una plenitud de su ser que es mucho más grande de lo que cabría esperar analizando el propio ser del hombre: a la de ser hechos hijos de Dios, “ciudadanos del cielo” (Flp 3,20).

Que el Señor nos conceda elegir bien, elegir a Cristo.