Aprender a recibir

(El protagonista del relato es un joven profesor de instituto, casado y padre de familia, que, a causa de una enfermedad inesperada, ha quedado completamente ciego)

Recuerdo el día en que subí al tejado donde tenía el telescopio que me había regalado mi padre. Era un día sin viento y la azotea del edificio estaba inmersa en el silencio, apenas me llegaban los ruidos de la calle. La ciudad, bajo mis pies, parecía arrastrarse más de lo habitual para llegar a la noche. Sentía el peso del aire, yo era un pavimento sobre el que la vida, el cielo y el dolor, consumaban su bacanal. Hacía dos años que no veía nada. Echaba de menos las estrellas que antes estudiaba todas las semanas, no conseguía soportar el hecho de no ver crecer a mi hijo. El contacto con mi padre se había hecho imposible; a la casi insuperable distancia de su demencia senil se unía mi ceguera. Ahora éramos dos islas sin ningún puente que las uniera. Todo lo que habíamos sido parecía haber desaparecido. La soledad envenenaba cada pensamiento y cada sentimiento, no conseguía estar con mi mujer, no quería darle a probar esa soledad, creía que tenía que afrontarla yo solo, porque me avergonzaba demasiado de mi debilidad. Había perdido el gusto por la investigación, mi proverbial e insoportable curiosidad; había dejado de enseñar porque me parecía imposible continuar. La oscuridad me lo había quitado todo y, poco a poco, la vida dentro de mí se había ido apagando. Y yo, en aquella azotea, quería consumar aquella soledad. Habría bastado un salto, ni siquiera eso, solo un paso. Subí al borde, de pie. Desde un punto de vista mecánico es facilísimo acabar con la vida, pero el espíritu se ríe de la mecánica. Caminé por el borde como un funambulista, con los brazos extendidos para mantener el equilibrio. Por debajo, un vacío de diez pisos me golpeaba en la cara, pero me esforzaba en imaginarme que solo había un jardín al que bajar para continuar viviendo. Sería un vuelo breve, ciego, sin el miedo del golpe porque no habría visto cómo se iba acercando el suelo. Una oscuridad definitiva habría sustituido a la provisional. Levanté el rostro al cielo, le grité a Dios que me había abandonado y que no tenía ya nada por lo que vivir. Le pedí perdón, pero tenía demasiado miedo a seguir viviendo así, perdiendo todo lo que amaba, poco a poco, como caen los granos en un reloj de arena. Era un peso para todos y, sobre todo, para mí mismo. Bastaba un paso para decir adiós y abandonarme definitivamente al abrazo de la nada. Empecé a hacer una lista con los diez suicidas más importantes de la historia: Sócrates, Judas, Monroe, Catón, Cleopatra, Séneca, Cobain… No tenía ni la dignidad ni la inspiración de ninguno de ellos. Mi insignificancia había recibido un certificado auténtico con la ceguera. Nuestra vida está a merced del dolor y el contrapeso del amor nunca es suficiente. Nunca. Al llegar a esta conclusión, con calma, levanté el pie y me lancé al vacío. Y caí. La caída duró un instante. Me rompí el tobillo. Pero estaba vivo. Había sobrevivido a un vuelo de diez pisos, así que mi vida aún servía para algo. ¿Tenía Dios un plan diferente para mí? Mi mujer me encontró en ese estado.

- ¿Qué haces aquí en la azotea y en el suelo?

No contesté.

- ¿Qué te has hecho en el pie? ¿Qué has hecho?

Había caído hacia el lado equivocado. Perdido en mis pensamientos me había girado hacia el lado del tejado. Había vivido un milagro: la ceguera me había salvado de la desesperación.

Mi mujer me abrazó y me besó en los ojos, después, acercando sus labios a mis oídos, me dijo:

- Estoy embarazada.

Y yo lloré. No sé si por el dolor del tobillo o porque mi frontera se alargaba de improviso más allá del perímetro de la oscuridad y la soledad.

- Te necesito. Vuelve a mí tal y como eres –me dijo. Y me sentí amado precisamente por aquello de lo que más me avergonzaba.

En aquel instante volví a nacer, porque dejé morir la vieja vida en la que yo dominaba sobre todo. Había comenzado una nueva vida, en la que tenía que aprender a recibir.




Autor: Alessandro D’AVENIA
Título: ¡Presente!
Editorial: Encuentro, Madrid, 2022, (pp. 235-237)