Las claridades de la noche

“Loado seas mi Señor, por la hermana luna y las estrellas; en el cielo las has formado claras y preciosas y bellas” (San Francisco de Asís).

Valorizada religiosamente, soñada en profundidad, la noche se transforma en el símbolo de las profundidades inconscientes y nutricias del ser, en el símbolo femenino y maternal. Escribe Péguy: “Como el mar es la reserva de agua, la noche lo es del ser (…) ¡Oh Noche, madre de ojos negros, madre universal (…) Noche, hija mía la Noche, hija mía silenciosa, en el pozo de Rebeca, en el pozo de la Samaritana, eres tú quien sacas el agua más profunda del pozo más profundo”.

Es fácil ver, en efecto, que bajo el símbolo maternal y nutricio de la noche, el alma se confronta con sus propias profundidades nocturnas, las de su inconsciente y las de su misterio total. Las realidades de la noche son aquí el lenguaje de ciertas fuerzas ocultas del alma; y su esplendor “precioso” simboliza algún gran esplendor interior.

Nótese que, en el Cántico de las criaturas de san Francisco de Asís, “el hermano Sol” se valoriza en el sentido de la acción y del dinamismo –hace el día, irradia con gran esplendor-, mientras que “la hermana Luna y las Estrellas” son objeto de una valorización referida únicamente a su ser, a su sustancia. Ninguna función precisa, ninguna utilidad particular se les reconoce. Se celebran simplemente como “claras y preciosas y bellas” que son. Estas calificaciones sobrepasan el plano de la rentabilidad y traducen una apertura a una nueva dimensión, a un mundo interior de valores que no pertenecen al dominio del “hacer”, sino más bien al del “ser”.

Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo

24 de noviembre de 2019
(Ciclo C - Año impar)






  • Ellos ungieron a David como rey de Israel (2 Sam 5, 1-3)
  • Vamos alegres a la casa del Señor (Sal 121)
  • Nos ha trasladado al reino del Hijo de su amor (Col 1, 12-20)
  • Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino (Lc 23, 35-43)
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Lo demoníaco y la filiación

A diferencia de los espíritus puros, el hombre, antes de ser maduro, conoce el “verde paraíso de los amores infantiles”. Los ángeles nacen adultos, libres y perfectos en el acto. Nosotros pasamos por esa edad de vulnerabilidad y de dependencia extremas y, por esa misma razón, de despreocupación también y de gozoso abandono. El Altísimo no podía haber encontrado nada mejor que ese paso por la infancia, que marca para siempre el fondo de nuestro ser, para preservarnos en lo posible del mal definitivo. Bernanos es de los que mejor se dieron cuenta de ello y por eso toda su obra gravita entre esas dos posibilidades contrarias de la infancia y de lo demoníaco. 

Desarraigar de uno mismo al niño pequeño que uno fue es intentar hacerse el ángel y, por ende, llegar a ser un demonio. Uno se contempla a sí mismo como especie de pleno derecho, sin vínculo alguno de dependencia con las demás criaturas, sin un origen que reconocer, salvo el que fabriquen las opciones tomadas como demiurgo de la propia vida. La frase de Bernanos sobre Hitler es significativa: “El señor Hitler no ha hecho más que realizar los sueños de su edad madura”. Los sueños de la edad madura son los de la dominación. Los recuerdos de la infancia son los de la admiración. Mientras que aquellos lo esperan todo de un acrecentamiento del propio poder, éstos aguardan un don que nos fascina y que nos lleva más allá. La memoria de esta edad primera se mantiene desde entonces como principio de las conversiones más elevadas: la infancia es en nosotros como una reserva, el recuerdo de lo posible, de cierta inocencia y, por tanto, para el hombre viejo que se zambulle en ella, la vuelta de cierta frescura y la posibilidad de volver a empezar otra vez. Puesto que no tiene infancia, puesto que nace adulto, el ángel no puede volverse atrás: sus opciones son irrevocables, se entrega a ellas sin moderación, sin potencialidad ninguna, sin el anclaje en esos comienzos que nos da la soltura para recomenzar una y otra vez hasta el umbral de la muerte, de reabrir en uno mismo la disponibilidad al misterio. 

Así pues, la infancia es en nosotros la fuente de la renovación -esa provisión de aceite que permite a las vírgenes prudentes estar abiertas a la venida incalculable. Si bien el espíritu de infancia no es sólo docilidad a una providencia paterna, disposición a la gracia -cosas que el ángel bueno también detenta- sino punto de apoyo para el arrepentimiento, posibilidad de retorno aun cuando se haya caído. Porque las caídas, en el niño pequeño, no duelen. Y sabe también desarmar la cólera de su padre echándose en sus brazos. 

La filiación implica también esa piedad que funda la comunidad fraternal. La gran tentación moderna, demo(nio)crática, es intentar construir una fraternidad sin padre, es decir, una comunidad de individuos puros, sin carga histórica, sin ese vínculo de carne que escapa a la elección. Porque uno no elige su familia, su lengua materna, ni siquiera su propio cuerpo, y la utopía libertaria sería verse como espíritu puro, sin el deber de asumir y purificar una herencia, verse incluso como demonio, queriendo reconocer en la autoridad del padre sólo el poder y no la ternura, sólo al que se impone y no al que instruye. Al diablo no le importa reconocer en Dios al Creador, pero reconocer en él al Padre, ¡eso no! Sobre todo cuando, después de que el Hijo eterno se hiciera carne, Dios se haya convertido en el Padre de esos sucios animales poco racionales, y Padre suyo tanto en el sentido espiritual como en el carnal: ¿cómo admitir esa fraternidad no buscada, esa comunión, no con una elite, sino con toda esa canalla de barro y sangre? 

La fe teologal se enraíza en esa realidad carnal de la filiación. Ser creyente es ser hijo. Y ser hijo es asumir libremente una historia que pasa por el cuerpo y que Dios transita físicamente con su gracia, a pesar nuestro y a pesar de nuestros crímenes, como revela en Mateo la genealogía de Cristo. Se dice en el último libro de la Torah: Por el amor que os tiene y por guardar el juramento hecho a vuestros padres, por eso os ha sacado YHVH con mano fuerte (Dt 7, 8). No sólo por amor a nosotros, como pretenden el espiritualismo gnóstico y la amnesia fundamentalista, despreciando la carne y la tierra, la cultura y la historia, sino también por la fidelidad a la promesa hecha a nuestros padres, por medio de ese vínculo de las entrañas que nos obliga, contra toda tentación revolucionaria o demiúrgico, a alcanzar la novedad de los frutos a través de la veneración de las raíces (no sin la poda de las ramas). Sin ese arraigo filial, nuestra fe no puede hacer otra cosa que deslizarse hacia lo demoníaco. 

Esa fidelidad del Eterno al juramento hecho a nuestros padres nos recuerda que la fe, orientándonos hacia el Cielo, nos inscribe mejor en la historia. No es una sabiduría que se deduzca por sí misma, hace referencia, ante todo, a un acontecimiento (el del Mesías crucificado bajo Poncio Pilato y resucitado al tercer día según las Escrituras) y supone por tanto, el reconocimiento de un pasado común y de esa deuda infinita con la inmensa cadena de los testigos que se han ido sucediendo hasta llegar a mí.



Autor: Fabrice HADJADJ
Título: La fe de los demonios (o el ateísmo superado)
Editorial: Nuevo Inicio, Granada, 2009








XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario

17 de noviembre de 2019
(Ciclo C - Año impar)






  • A vosotros os iluminará un sol de justicia (Mal 3, 19-20a)
  • El Señor llega para regir los pueblos con rectitud (Sal 97)
  • Si alguno no quiere trabajar, que no coma (2 Tes 3, 7-12)
  • Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas (Lc 21, 5-19)
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Himno a la misericordia divina

¡Oh eterna Misericordia,
Tú que cubres las faltas de tus criaturas,
Tú que dices a los que se convierten:
“Ya no me acuerdo de vuestras ofensas”!

Oh Misericordia inefable,
que dices a propósito de quienes te persiguen:
“Quiero que recéis por ellos para que yo les haga misericordia”.

¡Oh Misericordia que se derrama de Tu Divinidad, oh Padre eterno,
y que gobierna, junto con tu Potencia, el mundo entero!

En tu Misericordia hemos sido creados,
y en ella hemos sido re-creados por la sangre de Tu Hijo.
Es tu Misericordia quien nos guarda;
es ella la que, en la Cruz, ha puesto a tu Hijo en manos de la muerte.
En la Cruz la Vida ha vencido a la muerte de nuestro pecado,
y la muerte de nuestro pecado ha arrancado la vida del cuerpo del Cordero inmaculado.
¿Quién ha sido vencido? La muerte.
¿Quién ha sido la causa? Tu Misericordia.

Tu Misericordia da la Vida;
da la Luz que permite conocer Tu bondad en cada criatura,
tanto en los justos como en los pecadores.
Tu Misericordia resplandece
en lo más alto de los cielos y en la vida de tus santos.

¡Amor loco de Cristo,
por tu Misericordia has querido vivir con Tus criaturas!
¡Encarnarte no te ha bastado y has querido morir!
¡Como si la muerte no te bastara todavía,
has querido descender a los infiernos,
para liberar a los santos
cumpliendo en ellos la promesa de Tu Misericordia!

Santa Catalina de Siena (1347-1380)

XXXII Domingo del Tiempo Ordinario

10 de noviembre de 2019
(Ciclo C - Año impar)






  • El Rey del universo nos resucitará para una vida eterna (2 Mac 7, 1-2. 9-14)
  • Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor (Sal 16)
  • Que el Señor os dé fuerza para toda clase de palabras y obras buenas (2 Tes 2, 16 - 3, 5)
  • No es Dios de muertos, sino de vivos (Lc 20, 27-38)
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Yo soy tú

10-XII-1918

(Giuseppe Capograssi (1889-1956) nació en una familia noble venida a menos. Fue educado en el catolicismo, pero durante la adolescencia sufrió una crisis de fe que sólo superará al encontrar, en 1918, a Giulia Ravaglia, su prometida, con quien se casará en 1924. Después de haber ejercido como abogado y de haber ocupado el cargo de secretario de una importante corporación romana de derecho público, inició, en 1925, la carrera de docente universitario llegando a ser, en 1933, catedrático de Filosofía del Derecho. En 1940 fue uno de los pocos juristas italianos que levantó la voz para oponerse al ordenamiento jurídico que el fascismo estaba haciendo en Italia, lo que le valió más tarde un enorme prestigio intelectual y moral, que hizo que fuera nombrado juez de la Corte Constitucional en 1956. Durante los casi seis años de su noviazgo escribió todos los días una carta a su prometida Julia, hasta un total de 1951 cartas, que han sido publicadas bajo el título de “Pensamientos para Julia”)

Tienes razón, Julia, soy un hombre afortunado. A menudo el mundo considera afortunado al hombre que tiene muchos golpes de fortuna. Como de costumbre, el mundo se equivoca. Afortunado es quien consigue ver reflejado su ser en el ser de otro espíritu; éste es quien vive realmente una vida plena.

La vida es la riqueza y la fortuna de los hombres. No hay ninguna otra riqueza ni ninguna otra fortuna. ¿Y qué es la vida sino mirarnos a los ojos y llegar a ver en el interior de las profundidades más hondas de nuestra alma? La vida es la adhesión estrecha e indisoluble de un espíritu a otro, de tal manera que el uno y el otro lleguen a ser una sola cosa. 

Por eso sólo vivimos cuando amamos. Tú y yo vivimos desde que amamos a Dios, en el orden sobrenatural, y nos amamos el uno al otro en el orden real. Y vivida de esta manera, la vida es dulce y preciosa, encantadora y libre de angustias.

XXXI Domingo del Tiempo Ordinario

3 de noviembre de 2019
(Ciclo C - Año impar)






  • Te compadeces de todos, porque amas a todos los seres (Sab 11, 22 - 12, 2)
  • Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey (Sal 144)
  • El nombre de Cristo será glorificado en vosotros y vosotros en él (2 Tes 1, 11 - 2, 2)
  • El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido (Lc 19, 1-10)
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