La caridad

Madre Teresa afirmaba que sin la presencia intensa y ardiente de Dios en nuestro corazón, sin una vida de profunda e intensa intimidad con Jesús, somos demasiado pobres para ocuparnos de los pobres. Pues es Jesús, presente en nosotros, quien nos empuja hacia los pobres. Sin él, no podemos hacer nada. Pues nosotros somos muy pocas veces capaces de hacer el don de nosotros mismos a los demás. Los cristianos no están solo llamados a comprometerse en acciones humanitarias, porque la caridad va más allá. Con frecuencia, la acción de las organizaciones no gubernamentales humanitarias que yo he podido observar en África o en otros lugares es verdaderamente útil. Pero tiene siempre tendencia a convertirse en un comercio en el que se mezclan los intereses egoístas y la generosidad.

La verdadera caridad es gratuita: no espera nada en contrapartida. La verdadera gratuidad procede de aquel que ha dado su vida gratuitamente por nosotros. La caridad es así una participación en el amor mismo del corazón de Jesús a los hombres. Sin Cristo, la caridad es una mascarada. Cuando las hermanas de Madre Teresa llegan a un país, no piden nada. No desean más que servir en las chabolas más oscuras, humildemente, con la sonrisa, después de haber contemplado durante mucho tiempo al Señor. Lo único que quieren es que un sacerdote vaya a celebrarles la misa cada día a su casa. Estas mujeres saben que es imposible tener caridad sin la ayuda del Hijo de Dios, pues la fuente del amor es Dios. 

Estoy convencido de que las organizaciones caritativas católicas no pueden ser unas ONG entre otras. Tienen que ser la expresión de una fe radiante en Jesucristo. Todos los grandes santos que han servido a los pobres han fundado su trabajo caritativo en el amor de Dios.



Cardinal Robert SARAH avec Nicolas DIAT
"Le soir approche et déjà le jour baisse"
 Fayard, 2019 (pp. 46-47) 






III Domingo del Tiempo Ordinario

26 de enero de 2020
(Ciclo A - Año par)






  • En Galilea de los gentiles el pueblo vio una luz grande (Is 8, 23b - 9,3)
  • El Señor es mi luz y mi salvación (Sal 26)
  • Decid todos lo mismo y que no haya divisiones entre vosotros (1 Cor 1, 10-13. 17)
  • Se estableció en Cafarnaún, para que se cumpliera lo dicho por Isaías (Mt 4, 12-23)
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El milagro de la esperanza


EL DESEO DEL HOMBRE, ENCLAVE DE LA ESPERANZA

La esperanza, junto con la fe y la caridad, constituyen las tres virtudes teologales que fundan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano, informando y vivificando todas las virtudes morales. Las tres virtudes teologales son infundidas por Dios en el alma de los fieles por el bautismo y son la garantía de la presencia y de la acción del Espíritu Santo en el hombre (CEC 1266 y 1813).

“La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo” (CEC 1817)

“La virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad” (CEC 1818).

La fe, la esperanza y la caridad, siendo distintas van siempre unidas y constituyen la articulación fundamental del organismo espiritual del cristiano. El gran poeta cristiano Charles Péguy ha sabido cantar esta unidad diferenciada de las tres virtudes teologales en este magnífico texto:

“Porque mis tres virtudes, dice Dios, mis criaturas,
mis hijas, mis niñas,
son como mis otras criaturas de la raza de los hombres:
la Fe es una esposa fiel.
la Caridad es una madre, una madre ardiente, toda corazón,
o quizá es una hermana mayor que es como una madre.
Y la Esperanza es una niñita de nada
que vino al mundo la Navidad del año pasado
y que juega todavía con enero, el buenazo,
con sus arbolitos de madera de nacimiento, cubiertos de escarcha pintada,
y con su buey y su mula de madera pintada,
y con su cuna de paja que los animales no comen porque son de madera.
Pero, sin embargo, esta niñita esperanza es la que atravesará los mundos, esta niñita de nada,
ella sola, y llevando consigo a las otras dos virtudes,
ella es la que atravesará los mundos llenos de obstáculos.
Como la estrella condujo a los tres Reyes Magos desde los confines del Oriente, hacia la cuna de mi Hijo,
así una llama temblorosa, la esperanza,
ella sola guiará a las virtudes y a los mundos,
una llama romperá las eternas tinieblas.

Por el camino empinado, arenoso y estrecho,
arrastrada y colgada de los brazos de sus dos hermanas mayores,
que la llevan de la mano,
va la pequeña esperanza
y en medio de sus dos hermanas mayores da la sensación de dejarse arrastrar
como un niño que no tuviera fuerza para caminar.
Pero, en realidad, es ella la que hace andar a las otras dos,
y la que las arrastra,
y la que hace andar al mundo entero
y la que le arrastra.
Porque en verdad no se trabaja sino por los hijos
y las dos mayores no avanzan sino gracias a la pequeña.”

La esperanza es el oxígeno del que todo hombre necesita para poder respirar y crecer. La esperanza consiste en desear alcanzar algo que está fuera de nosotros. La esperanza es un poder interior, una potencia espiritual que nos religa a una realidad transcendente, distinta de nosotros. Ella es el resorte eficaz de toda existencia, el motor de todas las grandes búsquedas de la humanidad. La esperanza es la que hace posible todo nuevo intento y todo nuevo impulso.

“¿Alguien nos ha prometido alguna vez algo? Entonces, ¿por qué esperamos?”, escribe C. Pavese. La espera es la estructura misma de nuestra naturaleza, la esencia de nuestra alma; no es un proyecto nuestro, se nos da. Por eso la promesa está en el origen mismo de nuestra hechura y la vida es este continuo “tender a”, tender hacia la promesa. 

II Domingo del Tiempo Ordinario

19 de enero de 2020
(Ciclo A - Año par)






  • Te hago luz de las naciones, para que seas mi salvación (Is 49, 3. 5-6)
  • Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad (Sal 39)
  • A vosotros, gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo (1 Cor 1, 1-3)
  • Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (Jn 1, 29-34)
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Salve, Madre de Dios

¡Salve, Señora, santa Reina,
santa Madre de Dios, María,
virgen convertida en templo,
y elegida por el santísimo Padre del cielo,
consagrada por Él con su santísimo Hijo amado
y el Espíritu Santo Paráclito;
que tuvo y tiene toda la plenitud de la gracia
y todo bien!
¡Salve, palacio de Dios!
¡Salve, tabernáculo de Dios!
¡Salve, casa de Dios!
¡Salve, vestidura de Dios!
¡Salve, esclava de Dios!
¡Salve, Madre de Dios!


(San Francisco de Asís)

Oración en formato pdf

Bautismo del Señor

12 de enero de 2020
(Ciclo A - Año par)






  • Mirad a mi siervo, en quien me complazco (Is 42, 1-4. 6-7)
  • El Señor bendice a su pueblo con la paz (Sal 28)
  • Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo (Hch 10, 34-38)
  • Se bautizó Jesús y vio que el Espíritu de Dios se posaba sobre él (Mt 3, 13-17)
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Las trencitas de Noemí

Alejandro ve el radar y enseguida levanta el pie del acelerador. Es la primera vez que hace este recorrido en medio de un panorama desolador: naves abandonadas, malezas, escombros. Después de una larga curva, la ve. Minifalda, bolso al hombro y botas a medio muslo. Cuando pasa a su lado, durante unos segundos sus miradas se cruzan. Tiene la impresión de que quiere decirle algo. En el primer cruce, hace una inversión y vuelve atrás. “¿Qué estoy haciendo? Estoy yendo a ver a una prostituta”, piensa para sí. Se acerca, baja la ventanilla. La mujer se le acerca: “Hola guapo, ¿qué quieres? El precio para 15 minutos…”. La interrumpe enseguida. “No, no. Solo quiero saber tu nombre y de dónde vienes”. “¿Mi nombre? Me llamo Noemí, soy africana, de Nigeria. ¿Y tú?”. “Alejandro. Estoy casado, tengo una hija y otra en camino para septiembre…”. Siguen hablando, él en el coche y ella apoyada en la ventanilla. Al cabo de diez minutos, Alejandro mira el reloj: “Es tarde, discúlpame, pero tengo que irme. Me esperan en casa”. Noemí se ajusta el bolso al hombro: “Yo también me voy. Hoy acabo antes de ‘trabajar’”.

Por la noche, Alejandro le cuenta a su mujer ese extraño encuentro. “Tendrías que haber visto cómo tenía el pelo. Un enjambre de trencitas perfectas ensartadas con perlitas coloreadas”. La mujer le sorprende diciendo: “Mañana tienes que volver a verla”. “¿Lo dices en serio?”. “Claro. Vas a verla durante la pausa para comer y te llevas unos bocatas. Te los preparo yo muy ricos”.

Al día siguiente, Alejandro aparca un poco lejos y se acerca a la joven. “Hola. He vuelto para invitarte a comer”. Noemí le mira extrañada. “No es una invitación a comer en un restaurante. Mi mujer me ha preparado unos bocatas riquísimos”. Mientras comen sentados en el coche, Noemí le pregunta: “¿por qué estás aquí pasando un tiempo conmigo de una modo ‘muy distinto’ a como lo hacen los demás hombres?”. “Ayer me llamó la atención tu mirada. Y tus trencitas”. La mujer se toca la cabeza y ríe. “¿Sabes? En Nigeria trabajaba de peluquera. Allí tengo tres hermanas”. Hablan de todo durante dos horas. Cuando se despiden, Noemí le dice: “¡Qué contenta estoy! Desde hoy tengo un amigo. Ya no estoy sola”.

Alejandro vuelve más veces a comer con Noemí. Luego un día llega y ella no está. Pregunta a las otras chicas que están por ahí, pero nadie sabe nada. Noemí ha desaparecido.

Al cabo de un año, le llega este WhatsApp: “Querido Alejandro, ¿qué tal estás? Espero que estéis bien tu familia y tú. Por fin estoy en mi casa, en Nigeria. Te escribo para decirte que estoy feliz. No puedo olvidar tu amistad. No puedo olvidar tus ojos tan limpios y tu mirada. Me hablabas siempre con tus ojos, haciéndome sentir lo que yo era, aun con la vergüenza por lo que hacía. Me animaron para que no me sintiera sola y excluida del mundo, me hicieron descubrir que mi persona tiene un valor. Nunca he olvidado el primer día que comimos juntos. Tú y tus ojos me habéis ayudado a empezar de nuevo. Nunca te olvidaré. Que te vaya bien. Noemí”.


Extraído de Huellas. Litterae communionis. Revista internacional de Comunión y Liberación en lengua española, Junio 2019, p. 56.








Epifanía del Señor

6 de enero de 2020
(Ciclo A - Año par)






  • La gloria del Señor amanece sobre ti (Is 60, 1-6)
  • Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra (Sal 71)
  • Ahora ha sido revelado que los gentiles son coherederos de la promesa (Ef 3, 2-3a. 5-6)
  • Venimos a adorar al Rey (Mt 2, 1-12)
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Domingo II después de Navidad

5 de enero de 2020
(Ciclo A - Año par)






  • La sabiduría de Dios habitó en el pueblo escogido (Eclo 24, 1-2. 8-12)
  • El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Sal 147)
  • Él nos ha destinado por medio de Jesucristo a ser sus hijos (Ef 1, 3-6. 15-18)
  • El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1, 1-18)
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Santa María, Madre de Dios

1 de enero de 2020
(Ciclo A - Año par)






  • Invocarán mi nombre sobre los hijos de Israel y yo los bendeciré (Núm 6, 22-27)
  • Que Dios tenga piedad y nos bendiga (Sal 66)
  • Envió Dios a su Hijo, nacido de mujer (Gál 4, 4-7)
  • Encontraron a María y a José y al niño. Y a los ocho días, le pusieron por nombre Jesús (Lc 2, 16-21)
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