Las trencitas de Noemí

Alejandro ve el radar y enseguida levanta el pie del acelerador. Es la primera vez que hace este recorrido en medio de un panorama desolador: naves abandonadas, malezas, escombros. Después de una larga curva, la ve. Minifalda, bolso al hombro y botas a medio muslo. Cuando pasa a su lado, durante unos segundos sus miradas se cruzan. Tiene la impresión de que quiere decirle algo. En el primer cruce, hace una inversión y vuelve atrás. “¿Qué estoy haciendo? Estoy yendo a ver a una prostituta”, piensa para sí. Se acerca, baja la ventanilla. La mujer se le acerca: “Hola guapo, ¿qué quieres? El precio para 15 minutos…”. La interrumpe enseguida. “No, no. Solo quiero saber tu nombre y de dónde vienes”. “¿Mi nombre? Me llamo Noemí, soy africana, de Nigeria. ¿Y tú?”. “Alejandro. Estoy casado, tengo una hija y otra en camino para septiembre…”. Siguen hablando, él en el coche y ella apoyada en la ventanilla. Al cabo de diez minutos, Alejandro mira el reloj: “Es tarde, discúlpame, pero tengo que irme. Me esperan en casa”. Noemí se ajusta el bolso al hombro: “Yo también me voy. Hoy acabo antes de ‘trabajar’”.

Por la noche, Alejandro le cuenta a su mujer ese extraño encuentro. “Tendrías que haber visto cómo tenía el pelo. Un enjambre de trencitas perfectas ensartadas con perlitas coloreadas”. La mujer le sorprende diciendo: “Mañana tienes que volver a verla”. “¿Lo dices en serio?”. “Claro. Vas a verla durante la pausa para comer y te llevas unos bocatas. Te los preparo yo muy ricos”.

Al día siguiente, Alejandro aparca un poco lejos y se acerca a la joven. “Hola. He vuelto para invitarte a comer”. Noemí le mira extrañada. “No es una invitación a comer en un restaurante. Mi mujer me ha preparado unos bocatas riquísimos”. Mientras comen sentados en el coche, Noemí le pregunta: “¿por qué estás aquí pasando un tiempo conmigo de una modo ‘muy distinto’ a como lo hacen los demás hombres?”. “Ayer me llamó la atención tu mirada. Y tus trencitas”. La mujer se toca la cabeza y ríe. “¿Sabes? En Nigeria trabajaba de peluquera. Allí tengo tres hermanas”. Hablan de todo durante dos horas. Cuando se despiden, Noemí le dice: “¡Qué contenta estoy! Desde hoy tengo un amigo. Ya no estoy sola”.

Alejandro vuelve más veces a comer con Noemí. Luego un día llega y ella no está. Pregunta a las otras chicas que están por ahí, pero nadie sabe nada. Noemí ha desaparecido.

Al cabo de un año, le llega este WhatsApp: “Querido Alejandro, ¿qué tal estás? Espero que estéis bien tu familia y tú. Por fin estoy en mi casa, en Nigeria. Te escribo para decirte que estoy feliz. No puedo olvidar tu amistad. No puedo olvidar tus ojos tan limpios y tu mirada. Me hablabas siempre con tus ojos, haciéndome sentir lo que yo era, aun con la vergüenza por lo que hacía. Me animaron para que no me sintiera sola y excluida del mundo, me hicieron descubrir que mi persona tiene un valor. Nunca he olvidado el primer día que comimos juntos. Tú y tus ojos me habéis ayudado a empezar de nuevo. Nunca te olvidaré. Que te vaya bien. Noemí”.


Extraído de Huellas. Litterae communionis. Revista internacional de Comunión y Liberación en lengua española, Junio 2019, p. 56.