Santa María, madre de Dios

15 de agosto 

1 de enero de 2022

(Ciclo C - Año par)





  • Invocarán mi nombre sobre los hijos de Israel y yo los bendeciré (Núm 6, 22-27)
  • Que Dios tenga piedad y nos bendiga (Sal 66)
  • Envió Dios a su Hijo, nacido de mujer (Gál 4, 4-7)
  • Encontraron a María y a José y al niño. Y a los ocho días, le pusieron por nombre Jesús (Lc 2, 16-21)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

En este primer día del año civil, la Iglesia nos invita a contemplar a María, la Madre del Señor, para que en ella encontremos el camino que conduce a la paz. Ese camino está indicado en el evangelio al afirmar que  María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.

El Reino de Dios


1. Jesús anuncia el Reino.

“El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva” (Marcos 1,15). Estas palabras referidas por Marcos nos entregan el centro del mensaje de Jesús. Mateo habla del “Reino de los cielos” (Mateo 4,17) pero significa lo mismo puesto que la expresión “cielo” es un circunloquio normal en el judaísmo para ocultar el nombre de Dios. Así pues el reino de Dios es “el asunto” de Jesús.

Curiosamente Jesús no se toma la molestia de explicar en qué consiste ese reino. No lo hace porque supone en todos sus oyentes una idea y una espera de ese mismo reino. En efecto, todo el Antiguo Testamento había hecho comprender al pueblo de Israel la condición trágica del hombre: su deseo profundo de llenar su vida de paz, de justicia, de libertad y de vida, y su incapacidad total para conseguirlo. Como si hubiera unos poderes maléficos que le impiden al hombre realizar aquello mismo que él anhela. La Biblia llama “demonios”, “principados y potestades”, a estos misteriosos poderes que impiden al hombre alcanzar su plenitud, porque corrompen la libertad del hombre y le hacen “elegir lo que no quiere” como dice Pablo.

Pues bien, “reino de Dios” significa la extraordinaria e inaudita noticia de que esta situación se ha terminado, de que estos poderes han sido superados, han sido derrotados y que, en consecuencia, va a ser posible llenar la propia vida de luz y de paz, de justicia, de salvación. “Reino de Dios” significa, por lo tanto, el advenimiento del “señorío de Dios” y, por lo tanto, el final del señorío del diablo. “Pero si por el dedo de Dios expulso yo los demonios es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios” (Lucas 11,20). Jesús anuncia, pues, que la esperanza escatológica, el anhelo profundo del pueblo de Israel, expresión a su vez del anhelo profundo de toda la humanidad, se va a ver realizada ahora: “el tiempo se ha cumplido y el reino de Dios ha llegado” (Marcos 1,14. Mateo 4,17; 10,7. Lucas 10,9.11) Por eso se atreve a afirmar: “¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que veis y no lo vieron; quisieron oír lo que oís y no lo oyeron” (Lucas 10,23ss). Como dijo en Nazaret: “Esta Escritura que acabáis de oír, se ha cumplido hoy” (Lucas 4,21).

2. Jesús es el Reino.

Lo propio de Jesús de Nazaret es que son inseparables su persona y su “asunto”, es decir, el Reino de Dios. Tan inseparables que, en el fondo, su asunto es su persona: Él es el Reino de Dios. Por eso puede declarar dichoso al que Le ve y al que Le oye, porque verLe y oírLe es ver y oír la llegada del Reino. Ese Reino había sido anunciado con una serie de signos (cfr. Isaías 35,5-6; 26,19; 29,18s) que ahora se cumplen: “Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!” (Mateo 11,4-6). La última frase –dichoso aquel que no halle escándalo en mí– indica la novedad de la situación: Él es el Reino, y todo radica en abrirse o cerrarse a Él.

Las palabras de Jesús expresan constantemente esta realidad. A primera vista Jesús habla como un rabbi, un profeta o un maestro de sabiduría como los que conocía Israel. Pero mirando las cosas más de cerca se descubren diferencias importantes. De hecho la gente las notaba y exclamaba: “¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad!” (Marcos 1,27). Porque Jesús no enseña como un rabbi que se limita a explicar la Ley de Moisés. Es cierto que utiliza la misma fórmula que empleaban los rabinos para exponer su propia opinión, distinguiéndola de las demás opiniones –“Pero yo os digo”– (Mateo 5,22). Pero las discusiones de los rabinos se mantenían dentro del marco de la Ley judía. Sin embargo Jesús sobrepasa la Ley. No se contrapone a ella –“No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento” (Mateo 5,17)– sino que actúa como teniendo más autoridad que Moisés. Detrás de la autoridad de Moisés sólo estaba la de Dios. Cuando Jesús dice “habéis oído que se dijo a los antepasados” para añadir a continuación “pero yo os digo” (Mateo 5,21-22), en realidad Jesús ya no está hablando como un rabino más, sino constituyéndose Él en criterio de la Ley (la expresión “se dijo a los antepasados” es, en realidad, un velado circunloquio del nombre de Dios).

Tampoco habla Jesús como un profeta. Los profetas transmiten la palabra de Dios. Dicen, por ejemplo, “así habla el Señor” o bien “oráculo de Yahveh”. Sin embargo Jesús habla con plena autoridad, sin distinguir para nada su propia palabra de la palabra de Dios: “Y quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (Marcos 1,22). Jesús se considera él mismo como la boca y la voz de Dios. Así lo entendieron sus contemporáneos y por eso lo rechazaron: “¿Por qué éste habla así? Está blasfemando” (Marcos 2,7).

3. El punto de encuentro entre Dios y el hombre es Jesús y no la Ley.

De ahí la sorpresa y la indignación de la mayor parte de los judíos al constatar que Jesús tiene la pretensión de ser Él –su persona– el lugar decisivo del encuentro con Dios, en vez del cumplimiento de la Ley de Moisés. Esta pretensión se manifiesta en multitud de disputas en las que Jesús subordina determinadas prácticas de la Ley al hecho de su persona y su presencia. Cuando le preguntan por qué sus discípulos no ayunan, como hacen los fariseos y los discípulos de Juan el Bautista, la respuesta de Jesús es contundente: “¿Pueden acaso ayunar los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Mientras tengan consigo al novio no pueden ayunar” (Marcos 2,19). Con estas palabras Jesús evoca el Cantar de los cantares donde el encuentro con Dios es descrito como un encuentro nupcial y se presenta él mismo como “el novio”. Proclama así el inaudito acontecimiento anunciado por Isaías al afirmar que “el que te creó te desposa” y retomado por el Apocalipsis al cantar la boda del Cordero: “Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero y su esposa se ha engalanado” (Apocalipsis 19,7). Cuando sus discípulos arrancan espigas –trabajo prohibido en día de sábado– al atravesar por un sembrado un sábado y los fariseos se lo reprochan, Jesús los defiende manifestando lo inaudito de su pretensión: “Porque el Hijo del hombre es señor del sábado” (Mateo 12,8). El sábado era el día consagrado por entero a Yahveh, el día en que el Señor reposó y en el que el pueblo, reposando también, participa del tiempo de Dios, es decir, de su eternidad, entrando de este modo en comunión con Él. Afirmar, por lo tanto, que el hijo del hombre es señor del sábado es tanto como afirmar que él es Dios, ya que el “señor del sábado” por excelencia es el mismo Dios.

4. Jesús ofrece “señales” que autentifican su pretensión.

La pretensión de Jesús es nada más y nada menos que la de hacerse igual a Dios, la de constituirse Él, su persona, en el punto de encuentro entre el hombre y Dios. Esta pretensión la expresa Jesús en frases como “aquí hay algo mayor que el Templo” (Mateo 12,7), es decir, que el lugar de encuentro entre Dios y su pueblo, o “aquí hay algo más que Jonás” o “aquí hay algo más que Salomón” (Mateo 12,41-42) y en gestos como el perdonar los pecados. Para autentificar su pretensión Jesús ofreció numerosos “signos”: “Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados –dice al paralítico–: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa. Él se levantó y se fue a su casa” (Mateo 9,6-7).

Los milagros de Jesús son los signos que él ofrece para que el hombre, provocado por el asombro de lo extraordinario, pueda abrir su corazón a la acción de Dios presente en Él. Jesús nunca hizo milagros por una pura demostración de su poder. Cuando se los pidieron en este plan –“Maestro, queremos ver una señal hecha por ti” (Mateo 12,38)– se negó rotundamente a hacerlos y anunció como la única señal valedera y definitiva su muerte y resurrección (cfr. Mateo 12,39-40). Jesús no fue un curandero como tantos que había en su tiempo. Las curaciones de Jesús no son curaciones del cuerpo sino recreaciones del ser entero del hombre, posibles sólo gracias a la fe, por la que el hombre se abre a la acción de Dios presente y operante en Él. De ahí la frase que tantas veces se repite en los evangelios: “tu fe te ha salvado”. No porque la fe por sí misma tenga el poder de salvar, sino porque la fe abre el corazón del hombre al poder de Dios, que es el único que salva. Los curados por Jesús no recuperan meramente la salud física, sino que acceden a una nueva existencia. De la suegra de Pedro curada instantáneamente por Jesús de una fiebre se nos dice que “se puso a servirles” (Marcos 1,31), es decir, que accedió a una nueva existencia configurada por el servicio de Jesús y de sus discípulos; y de tantos y tantos curados se nos dice que marchaban contentos alabando a Dios. Los milagros de Jesús son, pues, signos, que suponen la fe, como apertura personal a Él, y que confirman esa misma fe. Por eso Juan afirma, a propósito del milagro de Caná de Galilea: “Así, en Caná de Galilea, dio comienzo Jesús a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos” (Juan 2,11).

5. El seguimiento de Jesús.

Así pues la decisión a favor o en contra del Reino de Dios y de Dios mismo se convierte en la decisión a favor o en contra de Jesús: “Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles” (Marcos 8,38). La decisión a favor o en contra de Jesús es, pues, la decisión a favor o en contra de Dios mismo. De ahí que Jesús invite al seguimiento.

Los rabinos solían tener un grupo de discípulos a su alrededor. Aparentemente Jesús hace también lo mismo. Pero si se mira más de cerca vemos inmediatamente que hay profundas diferencias. A un rabino se le puede pedir el ser admitido entre sus discípulos; sin embargo Jesús es Él mismo quien elige, de manera soberanamente libre, “a los que quiso” (Marcos 3,13). Su llamada –“Sígueme” (Marcos 1,17)– no es una propuesta o una invitación sino más bien una orden. Una orden que, por lo demás, es una palabra creadora que transforma profundamente la vida del discípulo: “Jesús les dijo: Venid conmigo y os haré llegar a ser pescadores de hombres” (Marcos 1,17). En contra de lo que ocurre con los rabinos y sus discípulos, aquí no se trata de una relación provisional maestro-discípulo, hasta que el discípulo mismo llega a ser maestro. Aquí esto está explícitamente excluido: “Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar «Rabbí», porque uno solo es vuestro Maestro; y todos vosotros sois hermanos” (Mateo 23,8). De ahí que la vinculación de los discípulos con Jesús es mucho más profunda que la de los discípulos de los rabinos con sus respectivos maestros. Jesús, en efecto, llama a sus discípulos “para que estén con él” (Marcos 3,14). Así ellos participan de su peregrinaje, de su carencia de patria, de su “no tener donde reclinar la cabeza”. En realidad ser discípulo de Jesús no consiste en recibir unas enseñanzas sino en entrar en una comunión de vida total con Él, en una comunión de destino, pase lo que pase. Por eso el seguimiento exige “dejarlo todo”. (Marcos 10,28).

Texto en formato pdf

La bondad de Dios

Catequesis parroquial nº 166

Autor: D. Fernando Colomer Ferrándiz
Fecha: 22 de diciembre de 2021


Sagrada Familia

15 de agosto 

26 de diciembre de 2021

(Ciclo C - Año par)





  • Quien teme al Señor honrará a sus padres (Eclo 3, 2-6. 12-14)
  • Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos (Sal 127)
  • La vida de familia en el Señor (Col 3, 12-21)
  • Los padres de Jesús lo encontraron en medio de los maestros (Lc 2, 41-52)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

Lo que más me llama la atención de la sagrada Familia es la conciencia tan clara que tienen todos sus miembros de pertenecer a Dios, de ser “de Dios”, de que su dueño y señor es Dios y sólo Dios y de que, si están los tres juntos, es porque Dios, que es su verdadero y único dueño, les ha dicho que lo estén.

JESÚS es plenamente consciente de que Él pertenece al Padre del cielo y por eso se queda en el templo de Jerusalén, que es la casa de su Padre, Dios. Y por eso respondió al requerimiento de su madre diciendo: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?”

Natividad del Señor

15 de agosto 

25 de diciembre de 2021

(Ciclo C - Año par)





  • Verán los confines de la tierra la salvación de nuestro Dios (Is 52, 7-10)
  • Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios (Sal 97)
  • Dios nos ha hablado por el Hijo (Heb 1, 1-6)
  • El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Lc 1, 1-18)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

“Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres”, hemos proclamado en la segunda lectura de hoy. Un acontecimiento increíble ha sucedido: “Cuando un sosegado silencio lo envolvía todo y la noche se encontraba en la mitad de su carrera”, la Palabra de Dios “saltó del cielo, desde el trono real” y vino a la tierra, morando en medio de nosotros (Sb 18,14). “Dios ha realizado un milagro nunca visto entre los habitantes de la tierra: el que mide el cielo con la palma de su mano, yace en un pesebre de poco más de un palmo; el que en la cavidad de su mano contiene todo el mar, experimenta qué es nacer en una gruta. El cielo está lleno de su gloria y el pesebre está colmado de su esplendor. Moisés anhelaba contemplar la gloria de Dios, pero no fue posible el verla como deseaba. Entonces ningún hombre pensaba poder ver a Dios y quedar con vida. Hoy todos los que le han visto han pasado de la muerte segunda a la vida”, canta San Efrén (+373).

San Atanasio de Alejandría

Oh Virgen,
tu gloria supera odas las cosas creadas.
¿Qué hay que se pueda semejar a tu nobleza,
madre del Verbo de Dios?
¿A quién te compararé, oh Virgen,
entre toda la creación?
Excelsos son los ángeles de Dios y los arcángeles,
pero ¡cuánto los superas tú, oh María!
Los ángeles y los arcángeles sirven con temor
a Aquel que habita en tu seno,
y no se atreven a hablarle;
tú, sin embargo, hablas con él libremente.
Decimos que los querubines son excelsos,
pero tú eres mucho más excelsa que ellos:
los querubines sostienen el trono de Dios;
tú, sin embargo, sostienes a Dios mismo
entre tus brazos.
Los serafines están delante de Dios,
pero tú estás más presente que ellos;
los serafines cubren su cara con las alas,
No pudiendo contemplar la gloria perfecta;
tú, en cambio,
no sólo contemplas su cara,
sino que la acaricias
y llenas de leche su boca santa.














San Atanasio de Alejandría (+ 373)

La belleza de la vida sacerdotal

La belleza de la vida sacerdotal (Parte 1)



La belleza de la vida sacerdotal (Parte 2)


Charlas dadas por D. Fernando Colomer a sacerdotes de la Diócesis de Cartagena.
Murcia, 3 de diciembre de 2021

IV Domingo de Adviento

15 de agosto 

19 de diciembre de 2021

(Ciclo C - Año par)





  • De ti voy a sacar al gobernador de Israel (Miq 5, 1-4a)
  • Oh, Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve (Sal 79)
  • He aquí que vengo para hacer tu voluntad (Heb 10, 5-10)
  • ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? (Lc 1, 39-45)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

El evangelio de hoy es de una singular belleza: nos presenta a dos mujeres puras, llenas de belleza espiritual, que se encuentran en el Espíritu Santo y, por ello mismo, son capaces de percibirse en su verdad más profunda, aceptando y agradeciendo, llenas de alegría, la obra de Dios en cada una de ellas. Cuando uno contempla el encuentro de la Virgen María y de su prima santa Isabel, uno desea que todos los encuentros humanos que va a tener en esta vida sean así: encuentros en el Espíritu Santo, llenos de verdad y de alegría, llenos de agradecimiento al Señor.

La mentalidad evolucionista

El profesor D. M. S. Watson ha escrito que “la evolución es aceptada por los zoólogos no porque hayan observado que se ha producido o (…) porque se haya probado que es cierta basándose en una evidencia lógicamente coherente, sino porque la única alternativa, el creacionismo, es claramente inverosímil” . ¿Es cierto esto? ¿Acaso toda la vasta estructura del naturalismo moderno no depende de la evidencia positiva, sino solamente de un prejuicio metafísico a priori? ¿Acaso se ha concebido no para obtener datos, sino para descartar a Dios? Aunque la evolución en el sentido estrictamente biológico disponga de algunos fundamentos mejores que los que propone el profesor Watson –y no puedo evitar pensar que tiene que ser así-, deberíamos distinguir la evolución en este sentido estricto de lo que podríamos llamar el evolucionismo universal del pensamiento moderno. Con “evolucionismo universal” me refiero a la creencia de que el modelo del desarrollo universal va de lo imperfecto a lo perfecto, de unos orígenes insignificantes a un final grandioso, de lo rudimentario a lo sofisticado; la creencia que lleva a la gente a considerar lógico pensar que la moralidad proviene de unos tabús primitivos, el sentimiento adulto de una inadaptación sexual infantil, el pensamiento del instinto, lo orgánico de lo inorgánico, el cosmos del caos. Quizá este sea el hábito más arraigado en la mente del mundo contemporáneo. A mí me parece totalmente inverosímil, porque hace muy distinto el curso general de la naturaleza de los aspectos de la naturaleza que somos capaces de observar. Recuerden el viejo acertijo de qué fue antes: el huevo o la gallina. La aquiescencia moderna en torno al evolucionismo es una especie de ilusión óptica derivada de centrarse exclusivamente en la aparición de la gallina a partir del huevo. Desde niños nos han enseñado a constatar cómo el roble germina de una bellota y a olvidar que la bellota ha caído de un roble que ya ha germinado. Se nos recuerda constantemente que el ser humano adulto fue un embrión, pero no que la vida del embrión procede de dos seres humanos adultos. Nos encanta constatar que la locomotora de hoy en día desciende de la “Rocket” ; pero no recordamos que la “Rocket” no procede de un motor aún más rudimentario, sino de algo mucho más perfecto y complejo que él: concretamente, del ingenio de un hombre. La evidencia y la naturalidad que mucha gente parece encontrar en la idea de una evolución emergente se presenta como una simple alucinación.



Autor: C. S. LEWIS
Título: El poder de la gloria
Editorial: Rialp, Madrid, 2019, pp. 133-134







III Domingo de Adviento

15 de agosto 

12 de diciembre de 2021

(Ciclo C - Año par)





  • El Señor exulta y se alegra contigo (Sof 3, 14-18a)
  • Gritad jubilosos, porque es grande en medio de ti el Santo de Israel (Salmo: Is 12, 2-6)
  • El Señor está cerca (Flp 4, 4-7)
  • Y nosotros, ¿qué debemos hacer? (Lc 3, 10-18)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

¿Es el Reino de Dios fruto del esfuerzo humano? ¿Puede el hombre implantar el cielo en la tierra? La liturgia de la Palabra de este tercer domingo de Adviento aborda esta cuestión y nos da una respuesta clara y contundente: NO. El Reino de Dios es la presencia salvadora de Dios en medio de nosotros: “El Señor tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva. Él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta” (Sofonías). Y esa presencia, esa venida misericordiosa y salvadora de Dios, no depende de nosotros: nosotros no nos podemos dar a Dios a nosotros mismos, porque Dios no es un producto de nuestras manos. Dios es Dios, es libre y Él viene cuando Él quiere y en el modo y la manera que Él quiere. Y normalmente ese modo y esa manera nos desconciertan.

Frases...

“A veces me veo demasiado reflejado en los demás. Eso me llena de inquietud, y entonces siento un enorme deseo de creer en los santos y en las virtudes heroicas.”


Graham Greene

Inmaculada Concepción de la bienaventurada Virgen María

15 de agosto 

8 de diciembre de 2021

(Ciclo C - Año par)






  • Pongo hostilidad entre tu descendencia y la descendencia de la mujer (Gén 3, 9-15. 20)
  • Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas (Sal 97)
  • Dios nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo (Ef 1, 3-6. 11-12)
  • Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo (Lc 1, 26-38)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

La liturgia de la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María nos retrotrae al inicio de la creación, al paraíso en el que Dios situó al hombre recién creado a imagen y semejanza de Él, creado “en la santidad y en la justicia”. Es el hombre según el querer de Dios, el hombre conforme a su voluntad. El hombre así creado vivía en la inocencia, lo que significa que veía todas las cosas en Dios, que percibía la realidad en la mirada de Dios. Por eso dice la Escritura que “estaban desnudos y no sentían vergüenza”. En efecto, en la desnudez corporal veían el ser personal del otro, “se veían”, porque así es la mirada de Dios: “todo es puro para los puros”.

La muerte y la belleza

Su padre, su madre, sus hermanos y sus hermanas fueron gaseados nada más llegar.
Los padres eran demasiado viejos, los niños demasiado jóvenes.
Dice: “Mi hermana pequeña era muy guapa. No podéis imaginar lo guapa que era.
No debieron de mirarla.
Si la hubieran mirado, no la habrían matado.
No habrían podido”.



Autor: Charlotte DELBO
Título: Ninguno de nosotros volverá
Editorial: Libros del Asteroide, Barcelona, 2020, (p. 48)



Esponsalidad y paternidad a la luz de San José

 


Charla dada por D. Fernando Colomer a los ENS (Equipos de Nuestra Señora)

Murcia, 27 de noviembre de 2021

II Domingo de Adviento

15 de agosto 

5 de diciembre de 2021

(Ciclo C - Año par)






  • Dios mostrará tu esplendor (Bar 5, 1-9)
  • El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres (Sal 125)
  • Que lleguéis al Día de Cristo limpios e irreprochables (Flp 1, 4-6. 8-11)
  • Toda carne verá la salvación de Dios (Lc 3, 1-6)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

San Lucas se preocupa mucho de subrayar que tanto Juan el Bautista como Jesús son personajes reales, situados en un lugar y en un tiempo concreto de la historia humana. Para ello ofrece seis referencias históricas: cinco del marco político y una del marco religioso (Anás y Caifás). Todo ello significa, en primer lugar, que nosotros los cristianos no creemos en una “idea”, o en un “símbolo”, o en una “sabiduría”, o en un “principio moral”, sino en un acontecimiento, a saber, que Dios se ha hecho hombre y que esto es algo que ha sucedido de verdad, realmente, algo que se puede ubicar en un lugar y en un tiempo concretos.