12 de diciembre de 2021
(Ciclo C - Año par)
- El Señor exulta y se alegra contigo (Sof 3, 14-18a)
- Gritad jubilosos, porque es grande en medio de ti el Santo de Israel (Salmo: Is 12, 2-6)
- El Señor está cerca (Flp 4, 4-7)
- Y nosotros, ¿qué debemos hacer? (Lc 3, 10-18)
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¿Es el Reino de Dios fruto del
esfuerzo humano? ¿Puede el hombre implantar el cielo en la tierra? La liturgia
de la Palabra de este tercer domingo de Adviento aborda esta cuestión y nos da
una respuesta clara y contundente: NO. El Reino de Dios es la presencia
salvadora de Dios en medio de nosotros: “El Señor tu Dios, en medio de ti, es
un guerrero que salva. Él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con
júbilo como en día de fiesta” (Sofonías). Y esa presencia, esa venida
misericordiosa y salvadora de Dios, no depende de nosotros: nosotros no nos podemos dar a Dios a
nosotros mismos, porque Dios no es un producto de nuestras manos. Dios es
Dios, es libre y Él viene cuando Él quiere y en el modo y la manera que Él
quiere. Y normalmente ese modo y esa manera nos desconciertan.
Cada vez que los hombres han querido implantar el Reino de Dios en la tierra, lo que han hecho es fabricarse un ídolo -al que han llamado dios- e imponerlo a la fuerza a los demás. El resultado ha sido siempre el mismo: un mundo lleno de cadáveres. El siglo XX desgraciadamente lo ha ilustrado muy bien con el nazismo y el comunismo. El ídolo del primero se llamaba “raza aria” y el del segundo “sociedad sin clases”. El resultado: un montón de asesinatos cometidos “por amor” a su idea convertida en ídolo.
En el evangelio de hoy Juan el
Bautista proclama claramente que él, que es un hombre, no puede implantar el
Reino de Dios; que él es solamente un heraldo, un precursor. Pero que detrás de
él viene uno infinitamente superior que SÍ puede implantar el Reino de Dios:
“Él bautizará con Espíritu Santo y fuego” y realizará el necesario juicio, es
decir, la imprescindible “separación”, para ver qué es lo que puede ser
incorporado al Reino de Dios y qué es lo que no: “Él aventará su parva y
reunirá el trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se
apaga”.
Así pues el Reino de Dios no es obra
del hombre. ¿Significa eso que la libertad y el esfuerzo humano no cuentan para
nada de cara al Reino de Dios? El evangelio de hoy nos dice que ésta sería una
falsa conclusión. Pues Juan el Bautista exhorta a quienes le escuchan a
realizar una serie de actos libres que les
dispongan a la acogida del Reino de Dios que se acerca con el Mesías que
viene. Y éste es el papel de nuestra libertad y de nuestro esfuerzo humano:
disponernos adecuadamente para la acogida del don de Dios que se nos da en
Cristo.
Tres actitudes nos indica Juan como
necesarias para ello:
a) El
que tenga dos túnicas que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga
comida haga lo mismo. Se trata de no ser indiferentes ante las
necesidades de los demás, sino procurar ayudarles. Eso nos lleva a compartir:
bienes materiales, tiempo, dinero, atención. Las necesidades de los demás son
muy variadas y van desde lo material (alimentos, ropa) hasta lo espiritual
(consideración, respeto, reconocimiento). El Señor, por boca de Juan el
Bautista, nos exhorta a salir al encuentro de esas necesidades con caridad y
humildad. Caridad para hacer algo por
ellos; humildad para aceptar que no
lo podemos hacer todo, que no podemos solucionarlo todo, pero que hacemos algo
que va en la buena dirección.
b) No
exijáis más de lo debido. Los hombres tenemos una tendencia al exceso por la que pretendemos a menudo
ser el centro de la vida de los demás. Y entonces somos injustos y exigimos más
de lo debido. Vuestros hijos, por ejemplo, os deben respeto y amor; pero no el
que seáis el centro de su vida. Una cosa es que os respeten y os amen, cosa que
deben de hacer. Otra muy distinta es que os adoren y que ocupéis el primer
lugar en sus afectos y en su dedicación, cosa a la que no tenéis derecho.
c) No
hagáis extorsión a nadie (…) contentaos con la paga. El Señor nos
exhorta a conformarnos con las condiciones concretas en las que transcurre
nuestra vida: hay que saber florecer donde uno ha sido plantado (y no quejarse
del terreno que me ha tocado). Y también nos pide que no cometamos ningún abuso
de poder. Esta palabra, que Juan dice a los militares, vale en realidad para
todos. Porque todos tenemos ‘armas’ que nos dan ‘poder’. Todos podemos, por
ejemplo, poner una cara triste que llame la atención de nuestros familiares y
amigos y que los haga estar pendientes de nosotros, para de este modo gobernar
la vida de nuestra familia y de nuestras amistades. Y eso es poder, es abuso de poder. El Señor nos dice que si
queremos disponernos a la acogida del Reino de Dios que Cristo nos trae, nos
abstengamos de semejantes actitudes.
Compartir, ser justos, ser humildes y moderados. Que el Señor nos lo conceda.