Natividad del Señor

15 de agosto 

25 de diciembre de 2021

(Ciclo C - Año par)





  • Verán los confines de la tierra la salvación de nuestro Dios (Is 52, 7-10)
  • Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios (Sal 97)
  • Dios nos ha hablado por el Hijo (Heb 1, 1-6)
  • El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Lc 1, 1-18)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

“Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres”, hemos proclamado en la segunda lectura de hoy. Un acontecimiento increíble ha sucedido: “Cuando un sosegado silencio lo envolvía todo y la noche se encontraba en la mitad de su carrera”, la Palabra de Dios “saltó del cielo, desde el trono real” y vino a la tierra, morando en medio de nosotros (Sb 18,14). “Dios ha realizado un milagro nunca visto entre los habitantes de la tierra: el que mide el cielo con la palma de su mano, yace en un pesebre de poco más de un palmo; el que en la cavidad de su mano contiene todo el mar, experimenta qué es nacer en una gruta. El cielo está lleno de su gloria y el pesebre está colmado de su esplendor. Moisés anhelaba contemplar la gloria de Dios, pero no fue posible el verla como deseaba. Entonces ningún hombre pensaba poder ver a Dios y quedar con vida. Hoy todos los que le han visto han pasado de la muerte segunda a la vida”, canta San Efrén (+373).

“Os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo”, dice el ángel a los pastores. “Nuestro Salvador, amadísimos hermanos, ha nacido hoy; alegrémonos. No puede haber, en efecto, lugar para la tristeza, cuando nace aquella vida que viene a destruir el temor de la muerte y a darnos la esperanza de una eternidad dichosa”, afirma nuestro patrono San León Magno (+461).

Se trata de un admirable intercambio por el que el Hijo de Dios asume nuestra naturaleza humana, para hacernos partícipes de su naturaleza divina, para deificarnos, para hacernos dioses, por participación en su vida divina. Como dice San Gregorio Nacianceno (+390): “El que enriquece mendiga. Se empobrece tomando mi carne para que yo me enriquezca con su naturaleza divina. Se vacía quien está repleto de todas las cosas (…) para que yo participe de su plenitud”. Y San Ambrosio (+397), por su parte, afirma: “Él se ha hecho niño, para que tú puedas ser varón perfecto; Él ha sido ligado con pañales, para que tú puedas ser desligado de los lazos de la muerte; Él ha sido puesto en un pesebre, para que tú puedas ser colocado sobre los altares; Él ha sido puesto en la tierra, para que tú puedas estar entre las estrellas; Él no tuvo lugar en el mesón, para que tú tengas muchas mansiones en los cielos (Jn 14,2). Él, siendo rico, se ha hecho pobre por vosotros, a fin de que su pobreza os enriquezca (2Co 8,9)”.

Y la alegría de esta buena noticia de la salvación que Dios trae a los hombres, es ofrecida, en primer lugar, a unos personajes que gozaban de muy mala fama en Israel, pues estaban conceptuados como personas que vivían en la impureza ritual, incapaces de cumplir la Ley del Señor, pertenecientes, por lo tanto, a “esa gente que no conoce la Ley” y que, en consecuencia, “son unos malditos”, tal como dirán, más adelante, los fariseos en el evangelio de San Juan (7,49). Se trata de los pastores. De ellos afirma el Talmud de Babilonia que “es muy difícil que hagan penitencia”; tenían fama, en efecto, de deshonestos y de ladrones. Pues a ellos, precisamente a ellos, es a quien Dios comunica la alegre noticia del nacimiento en la carne de su Hijo, porque, como dirá más tarde Jesús, “el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido” (Lc 19,10), aquello para lo cual, humanamente hablando, ya no había esperanza.

También el signo que Dios, a través del ángel, les ofrece para reconocerlo es un signo desconcertante: no lo encontrarán acostado en una cuna, como sería lo normal, sino en un pesebre. Es un signo que no tiene nada de milagroso -como lo puede tener la estrella que guía a los magos- sino que sirve para indicar que el Mesías que ha nacido es humilde y sufriente, que pertenece a los pobres y que, por lo tanto, es capaz de entender y de amar a los pastores. En palabras de San Ambrosio (+397): “He aquí el pesebre por el que nos fue revelado este divino misterio: que los gentiles, viviendo a la manera de las bestias sin razón en los establos, serían alimentados por la abundancia del alimento sagrado”. “Belén” significa, en efecto, “casa del pan” y Cristo es “el  pan vivo bajado del cielo” (Jn 6,51) que da vida eterna a quien lo come (Jn 6,58).

Todo ello significa, hermanos, que hay esperanza para todos, que Dios no da por perdido a nadie, que aunque el hombre viva muchas veces más como un animal que como una persona, la “misericordia entrañable” de Dios (Lc 1,78) nunca lo da por perdido y no deja de salir a su encuentro. Navidad significa esto: que el amor de Dios rechazado por nosotros -pues no hubo sitio para ellos en la posada- no ceja en su empeño, y que acepta el último lugar -el pesebre- con tal de poder alcanzarnos. Por tanto, hermanos, demos gracias a Dios y no desfallezcamos en nuestra oración y en nuestro trabajo para que la salvación llegue a todo hombre. Pues no hay ningún abismo de miseria física o moral que no pueda ser iluminado y rescatado por Cristo, a quien corresponde la gloria y el poder por los siglos de los siglos.