(La novela está ambientada en Plovdiv, ciudad al sur de Bulgaria, en el siglo XX, donde conviven gentes de diferentes etnias y religiones: judíos sefardíes, expulsados de Toledo en tiempos de los Reyes Católicos, turcos otomanos, búlgaros, gitanos, armenios etc. El protagonista y narrador es un judío sefardí que evoca su infancia, criado por sus abuelos, el Borrachón y su esposa Mazal, con sus padres desaparecidos y su relación entrañable con la cristiana armenia Araxi Vartanian, compañera de curso e hija de la profesora de francés. La narración cabalga entre dos tiempos: el de la infancia y el tiempo actual, en el que él es un profesor universitario, bizantinólogo, afincado en Israel)
(En el campamento gitano de la ciudad, en plena fiesta con motivo de San Jorge, aparece la autoridad civil para ordenar el traslado de todos los gitanos hacia el norte del país, a Vidin, a orillas del Danubio, en aras de la nueva “racionalidad” socialista, que quiere construir edificios en el terreno que ellos ocupan)
Quien no haya asistido nunca a una fiesta gitana desconoce lo que es gozar de la vida, embriagarse al máximo de alegría y despreocupación y no agobiarse con interrogantes sobre el día de mañana. Ahora, años más tarde, me doy cuenta de que en esa frivolidad hereditaria hay algo que está en armonía con la naturaleza, un código programado durante los milenios pasados en las cavernas, una incuria animal, pero también marcada por una sabiduría inconsciente y espontánea… Es, en fin, una manera de vivir nuestra fugaz existencia.
El profesor Stóichev alzó la voz para que le oyera toda esa gente apiñada que estaba formando un muro.
-¡El proletariado gitano, compañeras y compañeros de la minoría, debe enviar a sus hijos a la escuela! Vosotros también, hermanos y hermanas gitanos, debéis tener vuestros propios intelectuales, vuestros médicos, escritores, ingenieros…
Sus últimas palabras quedaron suspendidas de forma absurda en el silencio general. Un niño de pecho lloriqueó y desde el río relincharon los caballos, ladraron perros. Por fin, una gitana vieja dijo con una voz cavernosa, poco menos que masculina:
-¿Y quién va a tejer canastas, jefe? ¿Quién va a clavar herraduras a los caballos? ¿Quién va a hacer bailar a los osos? ¿Y quién dirá la suerte por las líneas de las manos?
Uno de los milicianos, el sargento, espetó, sombrío:
-¿Quién va a robar gallinas?