El silencio

Ningún amor verdadero empieza nunca sin su antesala de silencio y asombro; quizá tampoco ninguna verdadera enseñanza ni ninguna auténtica pregunta. Ninguna música. Sin ámbitos de silencio, sin lugares de silencio, sin preludios o pausas de silencio, nada puede engarzarse bien, echar a andar o seguir andando con verdadera fecundidad. En nuestro colosal griterío nihilista, cada vez tenemos mayor falta de lugares y tiempos de silencio, de un silencio más silencioso y espacioso. Necesidad incluso del silencioso vacío de la inmensidad en última instancia, del yermo o el páramo o el desierto, de la pura extensión, como drenaje del confuso chisporroteo continuo de ruidos e imágenes a que estamos sometidos y, luego, como lugar de acogida de la nitidez y la concreción de la presencia.

El silencio acoge, el silencio cunde, rinde, concreta, da de sí, el silencio provee y aprovecha. ¿No has visto todo lo que puede llegar a cundir el silencio cuando apagas de repente tus aparatos o te desconectas de tus dispositivos y te pones a escuchar o no te pones a nada?, ¿cuando empiezas por no encender nada y no conectarte a nada? Donde tienes que conectarte primero mayormente es a ti mismo, me digo, que sueles andar inconexo, mostrenco; ponerte primero a dejarte, y luego ya irá viniendo todo y habrá de todo lo demás. Dejarte ver y respirar, oír y respirar, estar y respirar; dejarte ir sacando a las cosas poco a poco de la indiferencia en que las habías sumido y respirar hasta que hayas conectado con algo parecido a un secreto fondo de la vida que hace que entonces todo vuelva a reconectarse y entre en vigor una nueva alianza a partir de la cual ya todo lo que hagas, incluso trajinar con artilugios, esté más cerca de su mejor posibilidad y de tu mejor tú, el que recibe con aprecio y da cabida, el que acoge y aprovecha.

Autor: J. A. GONZÁLEZ SAINZ
Título: La vida pequeña. El arte de la fuga
Editorial: Anagrama, Barcelona 2021, (pp. 169-170)

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