XXXI Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

30 de octubre de 2022

(Ciclo C - Año par)





  • Te compadeces de todos, porque amas a todos los seres (Sab 11, 22 - 12, 2)
  • Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey (Sal 144)
  • El nombre de Cristo será glorificado en vosotros y vosotros en él (2 Tes 1, 11 - 2, 2)
  • El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido (Lc 19, 1-10)
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La primera lectura de hoy, sacada del libro de la Sabiduría, nos describe de manera muy bella el obrar de Dios con nosotros. Nos explica que Dios tiene paciencia con cada hombre, porque los ama a todos y no quiere que ninguno se pierda. La paciencia es algo divino, no humano. El Señor, en efecto, “conoce nuestra masa, se acuerda de que somos barro” (Sal 102, 14), y por eso procede con nosotros poco a poco, adaptándose a nuestro ritmo. Nos recuerda también que para encontrarnos con Dios es imprescindible el arrepentimiento y que Él, en su bondad y en su paciencia, nos va conduciendo hacia él. La historia de Zaqueo, en el evangelio, lo pone de relieve.

Zaqueo, en efecto, era un publicano, es decir, un recaudador de impuestos, un hombre rico. Sin embargo, aunque fuera un hombre rico, estaba marginado en el Israel del tiempo de Jesús, porque los publicanos estaban muy mal vistos por todo el conjunto del pueblo, ya que, por su trabajo, trataban con paganos, lo que les hacía impuros, y también porque se les atribuía una avidez de dinero y unos comportamientos abusivos. Por todo ello Zaqueo, a pesar de su dinero, era un hombre marginado.

Sin embargo en este hombre había un deseo de ver a Jesús. Y este deseo, que tal vez nacía de una simple curiosidad mundana, tropezaba con la dificultad de su pequeña estatura: los hombres que rodeaban a Jesús le impedían verlo. Entonces Zaqueo se subió a una higuera. Eso fue un gesto impropio de un hombre rico e influyente; es más bien un gesto propio de los niños. Sin embargo el Señor valoró ese gesto, deteniéndose debajo de la higuera, mirando hacia arriba y llamando a Zaqueo. El Señor, sin duda, vio el niño que yacía oculto en el corazón de Zaqueo: “Si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los cielos” (Mt 18,3). Así es Dios; valora cualquier gesto nuestro hacia Él, aunque sus motivaciones no sean del todo puras.

Jesús no sólo consintió en que Zaqueo lo viera, sino que quiso comer con él en su casa, quiso ser hospedado por él. Jesús hizo esto movido por una necesidad interior que para Él es determinante: la voluntad de su Padre del cielo, que no le ha enviado al mundo para “juzgar al mundo”, sino para “salvarlo” (Jn 12,47). Por eso Jesús le dice a Zaqueo: “hoy tengo que hospedarme en tu casa”. Con este gesto Jesús muestra la voluntad del Padre del cielo que quiere salvar a todos los hombres, incluso a aquellos publicanos ladrones, traidores a la causa nacional de Israel, pecadores públicos, seres impuros. A ellos también se les va a ofrecer la salvación, porque “el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”.

La multitud, ante este gesto de Jesús, se llena de indignación y empiezan a murmurar. El corazón de Dios es mucho más grande que el corazón del hombre. El hombre, en su miseria, en la estrechez de su corazón, se resiste a la generosidad de Dios, al hecho de que Dios ofrezca también la posibilidad de la salvación a algunos hombres, especialmente antipáticos. Por eso dice un salmo: “andaré por el camino de tus mandatos, cuando me ensanches el corazón” (Sal 118, 32). Para entrar en los caminos del Señor, nuestro corazón tiene que ser “ensanchado”.

Zaqueo comprende la valentía del gesto de Jesús y se siente alcanzado por él en su corazón. Por eso toma la decisión de repartir la mitad de sus bienes a los pobres y de restituir cuatro veces más lo robado. Zaqueo se arruina ese día, pero está feliz: ha encontrado el “tesoro escondido” y la “perla preciosa”, porque ha encontrado a Jesús, Aquel que le mira como nadie le había mirado, Aquel que sabe ver el niño que hay dentro de él, el anhelo de pureza, de verdad y de bien que habita en su corazón.