¿Es hoy en día es posible “fabricar” hombres?
No es que sea posible fabricarlos sin contar con “materiales” humanos, tomados de otros hombres ya existentes. Es necesario utilizar gametos humanos, es decir, esas células capaces de unirse entre ellas y de dar lugar a un embrión humano que se llaman óvulos (de la mujer) y espermatozoides (del varón). Al menos los óvulos son, hoy por hoy, imprescindibles. Pero con estas células se pueden hacer mil combinaciones en el laboratorio para producir hombres según los deseos de sus productores. En este sentido hablamos de fabricar hombres: cuando los seres humanos son llamados a la existencia en un laboratorio por medios técnicos.
Hay tres modos básicamente distintos de fabricar seres humanos: (1) reproduciendo de modo artificial, en un recipiente del laboratorio, el proceso de fecundación que tiene lugar naturalmente en el cuerpo de la madre (fecundación in vitro), (2) manipulando los gametos de diversas maneras de modo que se consiga la fecundación dentro del cuerpo de la madre (técnicas ‘intracorpóreas’: inseminaciones y transferencias de gametos) y (3) imitando el modo en el que se reproducen algunas plantas y animales inferiores, que se multiplican sin que sea necesaria la aportación de los gametos de los dos sexos (clonación).
La fecundación in vitro se puede hacer de diferentes maneras pero, hágase como se haga, tiene como finalidad fecundar un óvulo que, una vez fecundado, será implantado en el útero de una mujer para que dé comienzo el proceso de gestación. Puede ser homóloga u heteróloga. En el segundo caso se recurre a una persona extraña al matrimonio, que aporta sus propios gametos y que, al menos en España, la Ley civil protege con el anonimato, de modo que el hijo que surgirá no podrá conocer nunca la identidad de uno de sus padres biológicos.
La clonación se puede hacer por fisión gemelar, que consiste en provocar artificialmente lo que se produce de modo natural cuando de un óvulo fecundado provienen dos o más individuos gemelos, o por transferencia nuclear, que consiste en extraer el núcleo a un óvulo fecundado y, en su lugar, implantar el núcleo de una célula somática (no germinal) tomada del cuerpo de un adulto de la misma especie. Así se ha producido a la célebre oveja Dolly (1997), genéticamente idéntica al adulto que aportó el núcleo transferido.
El principio moral fundamental
¿Cuál es el criterio moral con el que la Iglesia juzga y valora todas estas técnicas? El principio ético fundamental con el que la Iglesia contempla todas estas cuestiones es que a cada ser humano, desde la concepción hasta la muerte natural, se le debe reconocer la dignidad de persona. Lo expresó en la Instrucción Donum vitae, de la Congregación para la doctrina de la fe, de 1988: “El fruto de la generación humana desde el primer momento de su existencia, es decir, desde la constitución del cigoto, exige el respeto incondicionado que es moralmente debido al ser humano en su totalidad corporal y espiritual. El ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde el instante de su concepción y, por eso, a partir de ese mismo momento se le deben reconocer los derechos de la persona, principalmente le derecho inviolable de todo ser humano inocente a la vida” (Donum vitae I, 1). La razón fundamental de esta afirmación es que no existe ningún indicador que nos permite afirmar que hay un cambio de naturaleza entre el óvulo fecundado y el individuo humano que nace de él (cf. Dignitas personae 5).
La manera de llamar a un ser humano a la existencia tiene que ser acorde con la dignidad de la persona humana, que ha sido creada a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26) y que está llamada a participar de la naturaleza divina (2Pe 1,4) llegando a ser hijos de Dios (Jn 1,12). Por lo tanto no se puede, moralmente hablando, llamar a un hombre a la existencia, como se llama a la existencia a una casa, a un barco, a un coche, a cualquier objeto de producción industrial. Los hombres no “se hacen” como se hacen los diferentes objetos que produce el hombre. El ser humano no es “producido” sino “procreado”, porque el ser humano no es un objeto sino un misterio, como comprenden todos los padres en cuanto contemplan a su hijo recién nacido: inmediatamente perciben que, aunque su hijo ha venido a través de ellos, en realidad, viene de más allá de ellos porque esa criaturita no es la simple suma de ellos dos sino que es verdaderamente otro, es un ser personal.
El abrazo conyugal es el único camino adecuado para llamar a un ser humano a la existencia, porque sólo él está dotado del carácter personal necesario para que el niño que viene a la vida sea tratado, ya desde su origen mismo, conforme a lo que él es: una persona humana indisponible y no un objeto a disposición de nadie. La naturaleza personal de todo ser humano exige que los niños sean procreados por actos cuya naturaleza sea íntegramente personal. Cuando en vez de procrear niños de esta manera, se “producen” mediante técnicas de reproducción artificial, se obra injustamente con esos niños, porque se les niega algo elemental que le es debido: ser tratados como personas, como hijos, no como objetos, ya en el mismo modo y manera de ser llamados a la vida.