Martes de la V Semana de Cuaresma

31 de marzo de 2020
(Ciclo A - Año par)






  • Los mordidos de serpientes quedarán sanos al mirar a la serpiente de bronce (Núm 21, 4-9)
  • Señor, escucha mi oración, que mi grito llegue hasta ti (Sal 101)
  • Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que "Yo soy" (Jn 8, 21-30)
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Mirar a Cristo en la cruz (Nm 21, 4-9)

Las condiciones materiales en las que transcurre nuestra vida terrena suelen ser ocasión de rebeldía y de crítica hacia Dios y hacia quien nos habla en nombre de Dios, como le ocurrió a Israel en su caminar por el desierto. Pero Israel tuvo la humildad –la lucidez espiritual- de reconocer que esa crítica contra Dios y contra Moisés era pecado y de pedirle a Moisés que intercediera por él. Y el remedio divino que el Señor dio a su pueblo fue desconcertante: que dirigieran su mirada hacia un mástil con una serpiente de bronce que le mandó hacer a Moisés. “Y todo el que miraba la serpiente de bronce quedaba con vida”. Ese mástil es una profecía de Cristo en la cruz. Dirijamos nuestra mirada hacia Él, para que él nos cure de los males del cuerpo y del alma. “Estas cosas sucedieron en figura para nosotros” (1Co 10, 6).

La opción fundamental (Jn 8, 21-30)

La opción decisiva para el hombre, la que le hace trascender este mundo o quedarse tan sólo en ser un elemento más de él, es creer o no creer que un hombre, Jesús de Nazaret, es Dios: “Si no creéis que “Yo soy”, moriréis en vuestros pecados”. “Yo soy” es el nombre de Dios, tal como se lo reveló el Señor a Moisés (cf. Ex 3, 14-15). Y el criterio de verificación de esta gran verdad, la más impactante y desconcertante de toda la historia humana, es paradójico, porque consiste en la muerte de Cristo en la cruz: “Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre sabréis que “Yo soy””. La omnipotencia divina se muestra en la debilidad de la muerte en cruz. “Al ver el centurión que estaba frente a él, que había expirado de esa manera, dijo: Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Mc 15, 39).

Emergencia sanitaria: La primacía de lo espiritual

A. Solzhenitsyn diagnosticó el mal de nuestro tiempo en estos términos: “Desde que la deslumbrante burbuja del progreso material ilimitado ha llevado a toda la humanidad a un deprimente callejón sin salida espiritual, sólo se me ocurre un camino saludable para todos, para naciones, sociedades, organizaciones humanas y, por encima de todos, para las iglesias. Debemos confesar nuestros pecados y errores -los nuestros, no los de los otros-, arrepentirnos y utilizar la autolimitación en nuestro desarrollo futuro”. 

Contra la creciente oleada de libertinaje Solzhenitsyn oponía su perpetua llamada a la autolimitación y el lastimero llamamiento del poeta para que cesara el insoportable flujo de información, en gran parte excesiva y trivial, que estaba empequeñeciendo el alma del hombre. “¿Cómo podemos proteger el derecho de nuestros oídos al silencio y el derecho de nuestros ojos a la visión interior?”.

Lunes de la V Semana de Cuaresma

30 de marzo de 2020
(Ciclo A - Año par)






  • Ahora tengo que morir, siendo inocente (Dan 13, 1-9. 15-17. 19-30. 33-62)
  • Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo (Sal 22)
  • El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra (Jn 8, 1-11)
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“Dios eterno, que ves lo escondido” (Dn 13, 1-9. 15-17. 19-30. 33-62)

Susana se encuentra en un callejón sin salida, pues está siendo acusada falsamente y no tiene ninguna posibilidad de defensa. En esa situación desesperada, se remite a Dios, que conoce la verdad no sólo manifiesta, sino también escondida, de cada hombre. Y como siempre que un hombre no tiene más recurso que Dios –tal como le sucedió también a la reina Ester (Est 4, 17l)- el Señor asume su causa y le hace justicia, actuando y abriendo caminos allí donde parecía que no había ninguno. Son caminos que conducen siempre a la salvación y la rehabilitación del honor del inocente, como mínimo en la otra vida y, a veces también, en esta misma vida terrena. Porque Dios es el Señor de lo imposible.

“Tú, ¿qué dices?” (Jn 8, 1-11)

El hombre, cuando peca, merece siempre morir. Porque el pecado es la negación de lo que nos constituye y da el ser: la relación con Dios. Y al ignorar esa relación y actuar como si no existiera, el hombre pecador se está en realidad suicidando. Por eso san Pablo escribe, con toda razón, que “el salario del pecado es la muerte” (Rm 6, 23). Pero el único que está legitimado para ejecutar esa justa sentencia, es Aquel que está libre de pecado, que es Cristo. Y Cristo no quiere ejecutarla, porque prefiere dar una oportunidad al hombre pecador para que se desvincule de su pecado e inicie una vida nueva. Porque Dios no se complace en la muerte del pecador, sino en que se convierta de su conducta y viva (cf. Ez 33, 11). “Anda, y en adelante no peques más”.

Emergencia sanitaria: Incertidumbre y confianza

Quizás las declaraciones más inteligentes que se están haciendo en esta situación en la que nos encontramos son aquellas que dicen con toda honestidad: “no sabemos”. Porque es una situación inesperada, que nos ha sorprendido, y de la que no tenemos referentes semejantes que nos puedan orientar. En esa incertidumbre que, por lo demás, es un componente habitual de la vida humana, el cristiano profesa una confianza, que no nace de ningún optimismo sino de la fe en Dios: “el Señor es mi pastor (…) aunque pase por valles de tinieblas ningún mal temeré, porque tú vas conmigo” (Sal 22, 1. 4). Es mucho lo que se nos escapa de las manos, pero nada escapa de las manos de Dios: “en tu mano está mi destino” (Sal 30, 16). Es posible sentirse abandonado y solo pero “si mi padre y mi madre me abandonan, el Señor me recogerá” (Sal 26, 10). Que el Señor nos conceda dar el testimonio de esta confianza.

V Domingo de Cuaresma

29 de marzo de 2020
(Ciclo A - Año par)






  • Pondré mi espíritu en vosotros y viviréis (Ez 37, 12-14)
  • Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa (Sal 129)
  • El Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros (Rom 8, 8-11)
  • Yo soy la resurrección y la vida (Jn 11, 1-45)
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El domingo pasado la liturgia de la Iglesia nos recordaba que Cristo es la Luz del mundo, presentándonos la curación de un ciego de nacimiento. Hoy nos dice que él es la Vida que ha vencido a la muerte, narrándonos la resurrección de Lázaro.

Los Padres de la Iglesia subrayan que el Señor, durante su vida terrena, realizó tres resurrecciones de muertos: la de la hija de Jairo, el presidente de la sinagoga, la del hijo de la viuda de Naím y la de su amigo Lázaro, el hermano de Marta y de María. San Agustín nos recuerda que la peor muerte que existe no es la muerte física del cuerpo, sino la muerte espiritual del alma, la que acontece por obra del pecado mortal, que mata en nosotros la vida divina, que arrebata de nuestra alma la presencia de las Tres divinas Personas. San Agustín ve en, en estas tres muertes y resurrecciones, tres símbolos de las diferentes maneras cómo puede morir el alma, y del poder de Cristo para resucitarnos de cada una de ellas.

La hija de Jairo acababa apenas de morir cuando el Señor la resucitó llamándola con aquellas palabras: talitha qumi (muchacha, a ti te lo digo: levántate). En esa muerte San Agustín ve un símbolo del pecado de pensamiento, que no ha traspasado la barrera de la interioridad humana, que ha consistido en un acto del corazón por el que el hombre ha consentido en algo malo, sin que eso malo salga al exterior. Ese pecado mata la vida divina del alma, pero Cristo nos puede sacar de él.

Sábado de la IV Semana de Cuaresma

28 de marzo de 2020
(Ciclo A - Año par)







La venganza del Señor (Jr 11, 18-20)

El profeta Jeremías confía su causa al Señor frente a las maquinaciones de sus enemigos y concluye su plegaria diciendo “que yo pueda ver cómo te vengas de ellos”. La venganza, que en el lenguaje bíblico designa ante todo un cierto restablecimiento de la justicia, una victoria sobre el mal, es algo que compete ejecutar a Dios: “Mía es la venganza, dice el Señor” (Dt 32, 35). Dios realizó su venganza, es decir, el establecimiento de la justicia divina, con la muerte de Cristo en la cruz: “A quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él” (2Co 5, 21). El Señor Jesús aceptó que el Padre del cielo cargara sobre sus espaldas los crímenes de toda la historia humana, asumiéndolos como propios, y que pagara por ellos muriendo en la cruz. De este modo la venganza divina se resuelve en una oferta de misericordia y reconciliación para el hombre pecador. Así se venga Dios y así se venga el cristiano: “No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien” (Rm 12, 21).

“Nadie ha hablado como él” (Jn 7, 40-53)

Los sumos sacerdotes habían enviado a la policía del Templo de Jerusalén a detener a Jesús, que estaba predicando dentro del Templo. Y cuando llegaron y lo encontraron rodeado de gente que le escuchaba, decidieron esperar a que terminara de hablar para detenerle. Y al escucharle descubrieron que nadie entendía tan bien su corazón como ese hombre, que nadie conocía tan bien los anhelos de su corazón, sus esperanzas y sus deseos más profundos. Y comprendieron que detener a aquel hombre era como suicidarse, como renegar de su propio ser, como renunciar al deseo de felicidad que nos hace personas. Y sin ponerse de acuerdo, sin discutir entre ellos, sin urdir ninguna conspiración contra sus jefes, regresaron sin haberlo detenido. Porque uno no puede detener a la felicidad y a la belleza, y ellos la habían encontrado en Él.

Emergencia sanitaria: La sonrisa

Decía M. Teresa de Calcuta que “la sonrisa es el inicio de la paz”. No estamos hechos para el aislamiento, para la incomunicación, y menos todavía para la guerra, para el cruce de acusaciones de unos contra otros, para la desconfianza recíproca y el reproche mutuo. Estamos hechos para la paz, para la convivencia armoniosa, para el reconocimiento y el amor mutuo, dentro de nuestras múltiples diferencias y sensibilidades. La sonrisa proclama que uno comprende esa diversidad y consiente en ella, que no se crispa, que no condena, y que quiere compartir el mundo y la vida con el otro. Hagamos el esfuerzo de sonreír. Aunque sea con mascarilla. Como una promesa de paz.

Viernes de la IV Semana de Cuaresma

27 de marzo de 2020
(Ciclo A - Año par)






  • Lo condenaremos a muerte ignominiosa (Sab 2, 1a. 12-22)
  • El Señor está cerca de los atribulados (Sal 33)
  • Intentaban agarrarlo, pero todavía no había llegado su hora (Jn 7, 1-2. 25-30)
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El justo y los impíos (Sb 2, 1ª. 12-22)

El justo, es decir, el creyente, el hombre que intenta vivir según Dios, según indica su santa Ley, posee por ello mismo un “sello” (cf. 2Co 1, 22) que lo hace distinto a los demás. Y los impíos, es decir, aquellos que prescinden de la ley de Dios y que viven como si Dios no existiera, no pueden soportar la diferencia que el sello de la gracia le da al creyente. Esa diferencia les da grima y quieren demostrar, haciéndole la vida difícil y dura, que el creyente es un hombre como todos los demás y que su fe y su justicia son sólo una apariencia. Creen que Dios –que según ellos no existe- debería ser una garantía de éxito mundano, ignorando que Cristo no nos ha prometido el triunfo en esta vida, en la historia, sino un lugar en su reino.

El enviado del Verdadero (Jn 7, 1-2. 10. 25-30)

Jesús se reivindica a sí mismo como enviado. Él no pretende estar haciendo una obra suya, estar realizando una iniciativa propia, sino la obra y la iniciativa de otro, al que él llama el Verdadero. “Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad” (Jn 18, 37) dirá el Señor a Pilatos el viernes santo. Dios es la Verdad y Cristo, que dijo de sí mismo “yo soy la Verdad” (Jn 14, 6), ha venido a este mundo para manifestarla en toda su hondura y en todo su esplendor: “para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en la faz de Cristo” (2Co 4, 6).

Emergencia sanitaria: Virus biológico y virus espiritual

Con el virus biológico que nos aflige se puede infiltrar otro virus de naturaleza espiritual: el de la desconfianza hacia el prójimo y el juicio duro y contundente contra él. Pues parece que el otro sea, ante todo, un peligro, en vez de ser ante todo una gracia, un don, una posibilidad de comunión. En estos días en que apenas encontramos otras personas y, cuando esto ocurre, nuestra principal preocupación es guardar la distancia de seguridad en relación a ellas, que la cautela sanitaria no conlleve negatividad hacia el otro. Porque no hemos sido creados para la separación sino para el encuentro, y la distancia de ahora es una propedéutica necesaria para el abrazo posterior.

Jueves de la IV Semana de Cuaresma

26 de marzo de 2020
(Ciclo A - Año par)






  • Arrepiéntete de la amenaza contra tu pueblo (Éx 32, 7-14)
  • Acuérdate de mí, Señor, por amor a tu pueblo (Sal 105)
  • Hay uno que os acusa: Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza (Jn 5, 31-47)
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La humildad de Moisés y la fidelidad de Dios (Ex 32, 7-14)

“De ti haré un gran pueblo” le dice Dios a Moisés al contemplar la infidelidad de Israel. Hace falta mucha humildad para rechazar la propuesta divina y asumir ante Dios la defensa de un pueblo infiel e idólatra. Y esa humildad la tiene Moisés, que considera que él no es mejor que sus padres –que Abrahán, Isaac y Jacob- y que apela a la memoria de ellos, a quienes prometió el Señor una gran descendencia y la posesión de la tierra de Canaán. Y Dios es sensible a esa promesa, porque es fiel a la historia de amistad con los hombres que inició con Abraham (cf. Is 41, 8). “Entonces se arrepintió el Señor de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo”.

La mundanidad y la fe (Jn 5, 31-47)

En su disputa con algunos judíos, el Señor Jesús les da cuatro razones para que puedan creer en él: el testimonio de Juan Bautista, las obras que él mismo realiza, el testimonio del Padre del cielo y el testimonio de las Escrituras. Pero el Señor sabe que no es cuestión de falta de testimonios y razones para creer, sino que la raíz de la incredulidad se encuentra en la búsqueda de la gloria que dan los hombres, en vez de buscar la gloria que da Dios. “¿Cómo podéis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene del único Dios?”. Buscar la gloria que dan los hombres, es vivir en la mundanidad. Y la mundanidad, con la inevitable frivolidad que conlleva, hace imposible la fe en Dios.

Emergencia sanitaria: Aprender algo

“El acontecimiento será nuestro maestro interior” (E. Mounier). El acontecimiento es aquello que sucede sin que nosotros lo hayamos previsto, sin que podamos afirmar que “tenía que ser”, porque no responde a ninguna necesidad percibida por la razón. Los acontecimientos aparecen a nuestros ojos como una facticidad ciega que se nos impone, y suscitan en nosotros muchas preguntas -¿por qué?, ¿cómo ha sido posible?, ¿qué sentido tiene esto? etc.- que la mayoría de las veces no sabemos responder. Sin embargo los acontecimientos son siempre portadores de un mensaje que hay que saber descifrar, tal como dijo el Señor: “¿Conque sabéis discernir el aspecto del cielo y no podéis discernir las señales de los tiempos?” (Mt 16, 3). Danos, Señor, tu Espíritu, para que, a través de este acontecimiento que nos está tocando vivir, aprendamos algo.

Todo será juzgado por el fuego


La muerte

La existencia del hombre en la tierra termina con la muerte, que nunca dejaremos de experimentar como algo absolutamente perturbador y desconcertante. Pues la muerte quiebra la vida del hombre sin que éste haya podido completarla o redondearla, en un sentido terrenal, y esa quiebra confiere una impresión de inutilidad a toda su existencia. De modo que siempre, en un cierto sentido, tenemos la impresión de que el difunto ha sido llamado “demasiado pronto”.

Si reflexionamos atentamente descubriremos que de nada hubiera servido prolongar la vida del difunto unos cuantos años más, sino que más bien cuando se llega al final de la vida, sea cuando sea, queda meridianamente claro que en la vida nada podía ser “resuelto”, que nada podía reavivarse ni nada podía vivirse o experimentarse hasta el final, hasta el auténtico centro del acontecimiento, del encuentro, de la experiencia, sino que todo se vivía con una cierta superficialidad, con una especie de diletantismo, con una esperanza siempre ajetreada que aplaza las cosas para más tarde, de una forma piadosa o quizá también sumamente impía. 

El animal muere “consumado”, mientras que el hombre no; ningún punto de vista intra-cósmico puede coser el desgarrón que aquí se produce. El hombre en cuanto naturaleza –es decir: individuo de una especie que permanece- muere regresando al cosmos; sin embargo, en cuanto persona, muere echándose en manos de Dios, más allá de la naturaleza.

Anunciación del Señor

25 de marzo de 2020
(Ciclo A - Año par)






  • Mirad: la virgen está encinta (Is 7, 10-14; 8, 10b)
  • Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad (Sal 39)
  • Así está escrito en el comienzo del libro acerca de mí: para hacer, ¡oh, Dios!, tu voluntad (Heb 10, 4-10)
  • Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo (Lc 1, 26-38)
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El evangelio de hoy nos sitúa en ese momento único de la historia de la humanidad en el que Dios va a realizar el gesto impensable y desconcertante de hacerse uno de nosotros, de entrar en el mundo de sus criaturas como un hombre más, “nacido de una mujer” (Ga 4, 4), para participar así de nuestra carne y sangre “y aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al Diablo, y libertar a cuantos, por temor a la muerte, estaba de por vida sometidos a esclavitud” (Hb 2, 14-15). Y nos presenta el papel único e insustituible de la libertad humana en esta obra de salvación. Ese papel lo asume la virgen María.

Alégrate” le dice el ángel. Con este saludo le está diciendo que el acontecimiento que le va a anunciar y para el que se requiere su libre cooperación, es un acontecimiento de alegría, que todo lo que va a venir después, por turbador y desconcertante que pueda ser, debe ser siempre resuelto en la alegría. Sin embargo María no responde al momento con un gozo pleno. Queda conmovida, reflexiona, pregunta y pide una explicación ulterior. Sólo más tarde, en el encuentro con Isabel, manifestará la explosión de su gozo en su cántico de alabanza (Lc 1,46-55).

Llena de gracia”. El ángel no la llama por el nombre que le han dado sus padres (“Miriam”: “mar de mirra”), sino por este otro, que es como el nombre que le ha dado Dios. “Has encontrado gracia ante Dios”, le repite el ángel. Es como si Dios le cambiara el nombre, tal como hace a menudo con sus grandes colaboradores, con Abraham, con Simón a quien llamará Pedro. El nombre designa la realidad más profunda de una persona. La realidad más profunda de María es que Dios le ha dado de manera definitiva e irrevocable su gracia, su favor, su benevolencia, su complacencia; que es amada por Dios: “llena de gracia”.

El Señor está contigo”, se refiere a la ayuda de Dios, a una ayuda especial, personal, referida por completo a la misión que Dios le confía. Es la misma ayuda que recibieron los grandes llamados de la historia del pueblo de Israel: Jacob, Moisés, Josué, Gedeón y David. Todos ellos recibieron la ayuda especial de Dios para cumplir su misión. Dios no se limita a llamar, abandonando después a los llamados a su propia suerte, sino que los acompaña y los capacita para llevar a cabo su misión. María reacciona ante estas palabras desde un plano emocional (“se turbó”) y desde un plano racional (“se preguntaba”). Todo su ser, sentimiento y razón, se siente concernido y se va a implicar en su respuesta.

Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús”. María es llamada a ofrecer su capacidad natural de engendrar, que posee como mujer, para que el Hijo de Dios tenga una existencia humana y un desarrollo plenamente humano. Es llamada a la maternidad, que no es un acto puntual sino una vocación para siempre, una tarea que no termina nunca, como sabéis y decís muy bien todas las madres. Esta misión va a abarcar todo el ser, todo el tiempo y toda la vida de María.

¿Cómo será esto pues no conozco varón?”. Es decir: “Yo no sé cómo siendo virgen, basándome sólo sobre mí misma, voy a poder realizar esta misión”. María declara su propia insuficiencia para realizar la misión que Dios le confía. También Jeremías exclamó al recibir su vocación: “¡Ah, Señor mío, yo no sé hablar, porque todavía soy demasiado joven!” (Jr 1,6). Y el Señor le dijo: “No digas que eres demasiado joven: adondequiera que yo te envíe, irás y hablarás. No les tengas miedo: Yo estoy contigo para protegerte” (Jr 1,7-8). Ante la llamada de Dios uno se siente siempre inadecuado, insuficiente, incapaz de cumplir esa misión por sí mismo, con sus solas fuerzas.

El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra”. Lo que María no puede cumplir con sus solas fuerzas, tanto en el plano biológico como en el plano personal, existencial, Dios lo hará posible por la acción de su poder creador que es el Espíritu Santo. “A la sombra del Espíritu Santo” lo que no es posible desde uno mismo se hace posible y real por la acción de Dios. El Espíritu Santo hará posible que María engendre virginalmente y que toda su vida esté dedicada a Jesús de manera incondicional y total; al pie de la Cruz será el Espíritu Santo quien sostendrá a María para que no desfallezca.

Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”. Al designarse como “la esclava” del Señor, María está diciendo que ella no tiene ningún proyecto propio ante Dios, que ella está por completo al servicio del Señor, que ella es pura disponibilidad hacia Dios. Sólo los grandes llamados de la historia de la salvación (Moisés, Josué, David) son los que aparecen designados como “siervos” o “esclavos” del Señor. En toda la Sagrada Escritura, ninguna mujer, excepto María, es llamada “la esclava del Señor”.

La situación espiritual de la Virgen María es también nuestra propia situación. A cada uno de nosotros el Señor nos llama a poner nuestra vida al servicio de su designio de salvación, requiriendo para ello la entrega de todo nuestro ser y asegurándonos su asistencia, la presencia y la acción del Espíritu Santo sobre cada uno de nosotros, queriendo que toda nuestra vida se resuelva en la alegría. Que cada uno de nosotros, como María, le diga: “Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”.

Martes de la IV Semana de Cuaresma

24 de marzo de 2020
(Ciclo A - Año par)






  • Vi agua que manaba del templo, y habrá vida allí donde llegue el torrente (Ez 47, 1-9. 12)
  • El Señor del universo está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob (Sal 45)
  • Al momento aquel hombre quedó sano (Jn 5, 1-16)
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El manantial inagotable (Ez 47, 1-9.12) 

La visión que tuvo el profeta Ezequiel es una profecía simbólica de Cristo en la cruz, de cuyo costado, atravesado por la lanza del soldado, brotó sangre y agua (Jn 19, 34) –el bautismo y la eucaristía- los sacramentos a través de los cuales Dios inunda el mundo con su misericordia. Y todo lo que sea alcanzado por este torrente de la misericordia, será saneado, curado, restablecido, vivificado. Incluso “el mar de la Sal”, es decir, incluso las situaciones en las que ya no hay posibilidad humana de vida, por el espesor de los pecados que el hombre ha cometido y que le que han conducido a un callejón sin salida. Incluso todo eso será redimido, porque la potencia de la misericordia de Cristo es superior a la fuerza del mal. Si un hombre sumerge su desesperación en el torrente de la misericordia divina, todo será rescatado. Hay esperanza para todos. 

El pecado y la enfermedad (Jn 5, 1-16) 

El mismo Señor que, en el evangelio del domingo pasado, dijo a sus discípulos que el hombre ciego de nacimiento no había pecado, como tampoco lo habían hecho sus padres (Jn 9, 3), desvinculando de ese modo la ceguera de ese hombre del pecado, hoy le dice al hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo, y al que acaba de curar, que no peque más “no sea que te ocurra algo peor”. Hay, pues, una misteriosa conexión entre el pecado y la enfermedad y el sufrimiento humano, aunque no es una conexión unívoca y, en consecuencia, nunca podamos afirmar con seguridad que el origen de una enfermedad sea siempre un pecado personal de quien la sufre. Dos grandes bienes le hizo el Señor a este hombre: curarlo de su enfermedad y revelarle que la fuente de todo mal es el pecado. 

Emergencia sanitaria: Los hermanos son un espejo 

En esta situación en que las familias están obligadas a convivir las veinticuatro horas del día, me viene a la mente lo que me dijo un monje benedictino: “los hermanos de comunidad son un espejo que Dios nos pone para que nos veamos a nosotros mismos”. Yo nunca me vería –me conocería- a mí mismo si no tuviera a mi lado ese hermano que me pone nervioso, que me parece impertinente o desconsiderado. Si no fuera por él, yo nunca descubriría el potencial de violencia y de voluntad de dominio que hay en mí. Dicen algunos que, como consecuencia de esta situación, se romperán muchos matrimonios. Pero la solución nunca es la ruptura sino el cambio del corazón: si aprendo a ser más humilde, paciente y generoso no romperé ningún vínculo, romperé mi corazón: “un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias, Señor” (Sal 50, 19).

Lunes de la IV Semana de Cuaresma

23 de marzo de 2020
(Ciclo A - Año par)







“Voy a crear” (Is 65, 17-21)

Este mundo en el que vivimos está tan marcado por las consecuencias del pecado que el llanto, la aflicción, la frustración, la muerte, forman parte de él de manera inexorable. Es tan profundo el mal, que no puede ser superado con un remedio parcial. Hace falta un nuevo inicio, un cambio total, la sustitución de este mundo por un mundo nuevo. Y ésta es la buena noticia que nos da el Señor: “voy a crear un nuevo cielo y una nueva tierra” en las que ya no habrá llanto ni gemido porque el mundo nuevo estará sellado por la alegría y el júbilo. Y en ellos la vida no tendrá fin: “habitaré en la casa del Señor por días sin término” (Sal 22, 6).

Creer la palabra de Jesús (Jn 4, 43-54)

“Todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis” (Mc 11, 24). Esta palabra del Señor se cumplió al pie de la letra en el funcionario real que suplicó a Jesús por la vida de su hijo. Porque cuando uno busca a un médico, espera que éste visite al paciente, que lo reconozca y que le ponga un tratamiento. Pero nadie cree que el mejor médico pueda curar a distancia, con sólo su palabra, diciendo: “Anda, tu hijo vive”. Eso supera la capacidad de todo médico y remite al poder de Dios, que habla y, al hablar, crea los seres, tan sólo con su palabra, como se ve en el relato de la creación (Gn 1, 1-27). Al creer en la palabra de Jesús y no insistir más en su petición, este hombre traspasó el umbral de la vida corporal y entró en el ámbito de la vida eterna. “Y creyó él con toda su familia”.

Emergencia sanitaria: La libertad y la autorrestricción

Crecidos en la falsa cultura que dice que el hombre sólo tiene derechos y que el Estado existe para satisfacerlos sin dilación, las circunstancias actuales nos han recordado el papel indispensable de la libertad de cada uno de nosotros, para superar airosamente esta situación. Y me han venido a la mente las palabras de A. Solzhenitsyn: “Tras el ideal occidental de la libertad sin límites, tras el concepto marxista de la liberad como aceptación del yugo de la necesidad, he aquí la verdadera definición cristiana de libertad. ¡La libertad es autorrestricción! ¡Restricción del yo por el bien de los otros!”. Que el Señor nos la conceda.

IV Domingo de Cuaresma

22 de marzo de 2020
(Ciclo A - Año par)






  • David es ungido rey de Israel (1 Sam 16, 1b. 6-7. 10-13a)
  • El Señor es mi pastor, nada me falta (Sal 22)
  • Levántate de entre los muertos y Cristo te iluminará (Ef 5, 8-14)
  • Él fue, se lavó, y volvió con vista (Jn 9, 1-41)
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La historia del ciego de nacimiento es como una parábola del bautismo y de la vida cristiana que se inicia con él. Uno de los nombres del bautismo es, precisamente, iluminación, porque mediante él reconocemos que Cristo es la “luz del mundo” y nos dejamos iluminar por Él: “Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz” (2ª lectura).

La liturgia de la palabra de este domingo subraya la gratuidad del bautismo, la gratuidad del don de Dios. De la misma manera que el joven David no había hecho ningún mérito para que fuera elegido por Dios como rey de Israel, el ciego de nacimiento ni siquiera le pide a Jesús que lo cure, su papel es meramente receptivo: está ahí, en la oscuridad de su ceguera. Pero consiente que los dedos del Señor se posen sobre sus ojos con el barro que había hecho con su propia saliva: “Escupió para que advirtieras que el interior de Cristo es luz. Y ve realmente, quien es purificado por lo que procede del interior de Cristo”, escribe San Ambrosio. 

Así pues lo primero para ser cristiano es dejarse alcanzar por Cristo (y esto es lo que hacéis los padres cristianos cuando traéis a vuestros hijos recién nacidos a la Iglesia para que sean bautizados: se los presentáis y ofrecéis a Cristo, para que Él los ilumine). Y esto es, queridos hermanos, lo que hacemos cada vez que recibimos alguno de los sacramentos: nos dejamos alcanzar por Cristo, para que Él nos toque y realice en nosotros su acción salvadora.

Sábado de la III Semana de Cuaresma

21 de marzo de 2020
(Ciclo A - Año par)








Volver al Señor (Os 6, 1-6)

Dios no es un padre que malcría a sus hijos dándoles todos los caprichos que ellos desean, sino que los corrige para que crezcan, para que puedan llegar un día a estar cara a cara con Él, en la gloria del cielo (cf. Hb 12, 5-7). Por eso, al sentir la corrección del Señor, que como toda corrección resulta dolorosa, no hay que huir de Él, sino, al contrario, volver a Él, “porque él ha desgarrado y nos curará; él nos ha golpeado, y él nos vendará”. Y la mejor manera de volver a Él no consiste en hacer grandes sacrificios y mortificaciones sino tener misericordia con los demás. Pues quien es misericordioso “conoce” a Dios, es decir, tiene experiencia de Él. “Quiero misericordia y no sacrificio, conocimiento de Dios, más que holocaustos”.

Mirar a los hombres o mirar a Dios (Lc 18, 9-14)

Todo depende de la dirección de la mirada. Si mi mirada se centra en los hombres, siempre encontraré motivos para considerar que soy mejor que muchos de ellos, pues mi corazón vanidoso ya se encargará de dirigir mi mirada hacia aquellos hombres al lado de los cuales yo pareceré un hombre justo y santo. Pero no hay que mirar a los hombres sino a Dios. Y entonces, ante la santidad del tres veces santo, descubriré mi miseria, mi mezquindad, mi egoísmo, la doblez de mi intención, mi impureza. Y para que podamos mirar a Dios, el Hijo de Dios se ha hecho hombre. Mirar a Cristo, mirar al crucificado-resucitado, es la opción correcta. Para poder verme a mí mismo.

Emergencia sanitaria: Desolación y consuelo

En este tiempo de desolación por no poder celebrar la Eucaristía de manera pública, entro en mi parroquia, más vacía y silenciosa que nunca, y la encuentro iluminada, con las imágenes de san José y de santa Teresita, con el mosaico de san León Magno y de la Virgen María, con la cruz griega que la preside y, ¡oh maravilla!, en el altar, elevado sobre un pequeño tabor, dentro de la custodia, Cristo Jesús, el Viviente, el Resucitado, reinando y hablando al corazón desde ese humilde pedestal. Y comprendo que Él es la columna de fuego que guiaba al pueblo de Israel por la noche en el desierto (Ex 13, 21), y la roca de la que brotó agua para saciar su sed (Ex 17, 1-7), -“y la roca era Cristo”, escribe san Pablo (1Co 10, 4). Y parece que el Señor nos dice: “No temáis, yo estoy en medio de vosotros, yo camino con vosotros y mi amor, que ha vencido a la muerte, es más poderoso que todos los virus y que todas las fuerzas del mal”.


Viernes de la III Semana de Cuaresma

20 de marzo de 2020
(Ciclo A - Año par)






  • No llamaremos ya "nuestro Dios" a la obra de nuestras manos (Os 14, 2-10)
  • Yo soy el Señor, Dios tuyo; escucha mi voz (Sal 80)
  • El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y lo amarás (Mc 12, 28b-34)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

“Pagaremos con nuestra confesión” (Os 14, 2-10)

Reconocer la verdad es una condición indispensable para “pagar” por nuestros pecados. Y la verdad es que hemos confiado más en nuestras estrategias humanas (“Asiria”, “montar a caballo”) que en la acción de Dios; que de algún modo hemos adorado a lo que es obra de nuestras manos (el progreso, la ciencia, la técnica) en vez de poner nuestra esperanza en Dios. La verdad es que en el corazón de Dios hay compasión hacia el huérfano, es decir, hacia todo aquel que no tiene un valedor humano, porque de ese modo muestra Dios su gloria, su transcendencia, el hecho de que Él no es un elemento más de este mundo, sino “el más allá de todo” (S. Gregorio Nacianceno). Él es el origen, la fuente y el término de todo ser y, cuando damos fruto, ese fruto procede de Él: “de mí procede tu fruto”.

“No estás lejos del reino de Dios” (Mc 12, 28b-34)

¿Por qué dice el Señor al escriba que no está lejos del reino de Dios? Porque el escriba reconoce y afirma una diferencia cualitativa entre el amor a Dios y el amor al prójimo. Porque otorga al amor de Dios una intensidad (“con todo el corazón, con todo el entendimiento, con todo el ser”) que sólo a Dios corresponde. Sólo Dios puede y debe ser amado así. Amar así a un hombre sería idolatrarlo, porque ningún hombre es amor, aunque tenga mucho amor. A los hombres hay que amarlos “como a uno mismo”, es decir, con la conciencia de la propia inadecuación al Amor, pero con la voluntad de que esa inadecuación vaya disminuyendo.

Emergencia Sanitaria: Danos hoy nuestro pan de cada día

El Señor nos ha recomendado pedir a Dios el pan de cada día, no el pan para toda la semana, o para todo el mes, o para todo el año. “Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis (…) Mirad las aves del cielo, no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas?” (Mt 6, 25-26). En medio de las compras desaforadas en los supermercados de alimentación, los cristianos podemos dar un testimonio de serenidad y de moderación, de confianza en Dios. Creemos que Dios existe, y que actúa: Él es un Padre amoroso lleno de solicitud y ternura hacia cada uno de nosotros. “Confiadle todas vuestras preocupaciones, pues él cuida de vosotros” (1P 5, 7).

San José

19 de marzo de 2020
(Ciclo A - Año par)






  • El Señor Dios le dará el trono de David, su padre (2 Sam 7, 4-5a. 12-14a)
  • Su linaje será perpetuo (Sal 88)
  • Apoyado en la esperanza, creyó contra toda esperanza (Rom 4, 13. 16-18. 22)
  • Tu padre y yo te buscábamos angustiados (Lc 2, 41-51a)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf
No sería correcto interpretar que la Virgen y san José se “despistaron” en relación a su hijo Jesús a la hora de regresar desde Jerusalén a Nazaret. Y esto por dos razones. En primer lugar porque el niño Jesús acababa de cumplir 12 años, como el evangelio se preocupa de subrayar. Doce años era y es la edad en la que un niño judío empieza a ser considerado “adulto”: se le declara “hijo de la Ley”, que a partir de ahora tiene la obligación de estudiar, y adquiere también el deber de defender a su pueblo Israel. A partir de los doce años se produce una inflexión en el trato que los padres dispensan a su hijo: un control agobiante ya no sería pertinente, una cierta libertad y capacidad de iniciativa propia resultan ya necesarias. En segundo lugar, en las caravanas de la época los varones y las mujeres caminaban en grupos distintos y diferenciados, mientras que los niños podían elegir libremente entre caminar en uno u otro grupo. Con toda probabilidad María pensaría que Jesús iba con José y José que iba con María. Al reunirse al anochecer para acampar es cuando se percataron de su error.

Miércoles de la III Semana de Cuaresma

18 de marzo de 2020
(Ciclo A - Año par)







Silencio y memoria (Dt 4, 1. 5-9)

Para la mayoría de los hombres vivir es dejarse llevar por la espontaneidad de su naturaleza, siguiendo los impulsos que “el río de la vida suscita en nosotros". Para los cristianos, en cambio, la vida empieza con el silencio. El silencio necesario para escuchar una palabra que no nace de nosotros sino que viene de fuera, que viene de Otro, que viene de Dios. Acoger en silencio esa palabra y obedecerla es para nosotros la condición indispensable para recibir el don de Dios, que es vida eterna. Y no olvidar. Mantener la memoria de que cada vez que hemos obedecido esa palabra hemos florecido y dado fruto, mientras que, cuando la hemos ignorado, la esterilidad ha corroído nuestra vida.

El sol y las estrellas (Mt 5, 17-19)

Cuando sale el sol nadie se acuerda de las estrellas que, humildes, han tachonado la noche, humanizándola, haciéndola más habitable, sugiriendo que Alguien se acuerda de nosotros y nos acompaña, incluso en la oscuridad de la noche. El sol que nace de lo alto y que nos ha visitado (Lc 1, 78) es Cristo, y en su radiante presencia alguien podría minusvalorar las estrellas que le han precedido, la luz de la Torah, de la Ley de Dios dada a Israel por medio de Moisés, y la ley natural inscrita en el corazón de todos los hombres. Ambas son como estrellas en la noche que antecede a la llegada del Mesías. Y el Mesías no las desprecia: Él valora esas estrellas, y ama a aquellos que las respetan y las aman. Aunque, obviamente, Él es la plenitud de todas ellas. Muchos hombres desconocen el sol y viven todavía en la humilde luz de las estrellas. Que el conocimiento que nosotros hemos recibido de manera gratuita –por pura gracia- del sol, no nos haga despreciar la humilde luz de las estrellas.

Emergencia sanitaria: El papel en el ascensor

Al entrar en el ascensor para subir a mi casa, encuentro un papel pegado a la pared en el que se lee: “Si cualquier persona de este edificio necesita salir de compras y por su edad, condición o cualquier otra circunstancia no puede, no se atreve o prefiere evitar males mayores, puede dirigirse al piso 5º D, sin compromisos, intentaremos ayudar. Un saludo”. En un inmueble donde viven bastantes personas mayores que están solas, es muy de agradecer este gesto: saber que seré bien recibido en el 5º D, - y en otros dos pisos que ya se han añadido a este ofrecimiento- es evitar anticipadamente que alguien pueda vivir la angustia de no saber a quién recurrir. Las situaciones límites tienen esta virtualidad: sacan de nosotros lo peor o lo mejor. En este caso ha sido lo mejor. Gracias vecinos.

Oración a la Virgen María para el momento de morir


Durante mi vida, Madre mía, me habéis llevado de la mano. ¿Cómo podría ser que, en la hora de mi muerte, vuestros dedos se abran y vuestra mano me suelte? ¡Ciertamente no será así! Si vuestra mano soberana soltara mi mano en ese momento, sería sin duda, para tomar un pliegue de vuestro manto y cubrirme con él. 

Madre de mi largo caminar y Madre de mi instante supremo, envolvedme en un pliegue de vuestro manto durante ese corto momento, después del cual, seguro ya de haber atravesado la puerta, yo me lo quitaré de repente, para haceros escuchar mi risa. La risa del niño que ríe, que ríe, porque, gracias a los cuidados de su Madre, todo ha salido bien.


(Oración compuesta por el padre Jerónimo, monje del monasterio de Nuestra Señora de Sept Fons, en Francia, para ayudar a morir a un hermano monje, gravemente enfermo, que se durmió en la paz del Señor el 7 de diciembre de 1989, vigilia de la Inmaculada Concepción, y día en el que cumplía veintiocho años)

Martes de la III Semana de Cuaresma

17 de marzo de 2020
(Ciclo A - Año par)






  • Acepta nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde (Dan 3, 25. 34-43)
  • Recuerda, Señor, tu ternura (Sal 24)
  • Si cada cual no perdona a su hermano, tampoco el Padre os perdonará (Mt 18, 21-35)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

Ahora somos el más pequeño de todos los pueblos (Dan 3, 25.34-43)


“En este momento no tenemos príncipes, ni profetas, ni jefes; ni holocausto, ni sacrificios, ni ofrendas, ni incienso; ni un sitio donde ofrecerte primicias, para alcanzar misericordia”, afirma la primera lectura de hoy, que parece estar describiendo nuestra situación: no tenemos celebración pública de la Eucaristía, no tenemos procesiones, no tenemos besapiés, no tenemos catequesis, ni bodas, ni funerales…Pero podemos tener lo que más le interesa a Dios: “Acepta nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde (…) Que este sea hoy nuestro sacrificio, y que sea agradable en tu presencia: porque los que en ti confían no quedan defraudados”.

Perdonar de corazón al hermano (Mt 18, 21-35)

Dios nos lo perdona todo menos que no perdonemos. Perdonar de corazón al hermano es un requisito indispensable para entrar en el Reino de Dios. El perdón no es un sentimiento sino un acto de la libertad humana por el que uno decide libre y soberanamente perdonar, pasando por encima de unos sentimientos que le inducirían a no perdonar nunca. Pues el perdón sólo puede perdonar lo imperdonable. Todo lo que se puede comprender y entender no es objeto de perdón, sino de conocimiento. El perdón se le ha dado al hombre para afrontar justamente lo que no tiene perdón. Y de ese modo el hombre se parece a Dios que hace “salir su sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos” (Mt 5, 45), que salva al hombre gratuitamente, por pura gracia (cf. Ef 2, 4-8).

Emergencia sanitaria: 
Cristo se sigue ofreciendo todos los días por la salvación del mundo

Cuando iba a ser ordenado presbítero, un amigo cisterciense me escribió una carta dándome este consejo: “nunca consideres que celebrar la Eucaristía tú solo, sin que asista ningún fiel, es algo que carece de sentido”. Las circunstancias de la vida me han permitido verificar la pertinencia de este aviso. Y ahora que, siguiendo las instrucciones de nuestro Obispo, los sacerdotes celebramos todos los días la Eucaristía, de manera privada, vuelvo a percibir la verdad de estas palabras. Pues en la soledad silenciosa del templo, Cristo se sigue ofreciendo al Padre y por Cristo, con Él y en Él sube hacia el Padre del cielo el clamor de los hombres enfermos, el sufrimiento de las separaciones forzadas, la mordedura de las restricciones necesariamente impuestas a nuestra libertad de movimientos y de relaciones, la merma de nuestra economía. Y la entrega sacrificial de Cristo hace que las compuertas del cielo se abran y descienda sobre nosotros la misericordia de Dios.

Lunes de la III Semana de Cuaresma

16 de marzo de 2020
(Ciclo A - Año par)






  • Muchos leprosos había en Israel, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el Sirio (2 Re 5, 1-15a)
  • Mi alma tiene sed del Dios vivo; ¿cuándo veré el rostro de Dios? (Sal 41)
  • Jesús, al igual que Elías y Eliseo, no fue enviado solo a los judíos (Lc 4, 24-30)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

No salva la penitencia sino la obediencia (2 Re 5, 1-15a)

Lo que aleja al demonio de nosotros no son los grandes sacrificios, ni los grandes esfuerzos, sino la humildad, como nos recuerdan constantemente los Padres del desierto y san Francisco de Sales siguiendo su estela. La presencia del mal está misteriosamente vinculada con el orgullo y la vanidad, y por eso es la humildad la que la vence. La primera reacción de Naamán, el general sirio, está determinada por ese orgullo y por esa vanidad, mientras que la actitud de sus servidores está hecha de humildad, de apertura a la realidad. Al hacer caso a sus servidores y obedecer así la palabra de Eliseo, Naamán obtiene la curación de la lepra, y lo que es más valioso todavía, el conocimiento del verdadero Dios: “Ahora conozco que no hay en toda la tierra otro Dios que el de Israel”.

Aceptar la libertad de Dios (Lc 4, 24-30)

Los hombres somos muy celosos, con toda razón, de nuestra propia libertad. Pero nos cuesta mucho aceptar la libertad de los demás y, sobre todo, la libertad de Dios. Santa Teresita del Niño Jesús inicia el relato de la historia de su vida narrando su descubrimiento de la libertad de Dios para elegir a quien Él quiera y narrando su humilde y gozosa aceptación de este misterio, que la consagraba a ella como pequeña, lejos de las grandezas de otros. Los paisanos de Jesús, que se había criado en Nazaret, no aceptan la libertad de Dios que les recuerda el Señor, y se rebelan tanto contra ella que intentan despeñarlo. Su actitud es la de quienes se consideran propietarios de Dios, de modo que el Señor no puede preferir a otros antes que a ellos. La consecuencia de esta actitud es que Cristo se aleje de ellos: “Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino”.

Emergencia sanitaria: descubrir el precio de la felicidad

El hecho de no poder participar en la celebración eucarística durante este tiempo es un ayuno con el que no contábamos. La privación de la asistencia a la celebración de la realidad más bella, que es la entrega sacrificial de Cristo para la salvación del mundo, tiene que aumentar en nosotros el deseo de ella y hacernos conscientes de la inmensa gracia que supone poder participar en ella siempre que queramos y con tanta facilidad como tenemos en las grandes ciudades de España. La desazón de no poder ver a Cristo entregándose por nosotros “y por muchos” me ha recordado la frase del capítulo XXI de El Principito, en la que el zorro, al pensar que su amigo no va a venir, se agita y se inquieta y exclama: “¡descubriré el precio de la felicidad!”.

INFORMACIÓN

La Parroquia estará abierta según el horario de misas habitual y el Santísimo Sacramento estará expuesto en silencio para la oración personal.


Murcia, 15 de marzo de 2020

INFORMACIÓN

El obispo de Cartagena suspende las celebraciones litúrgicas públicas

III sábado de Cuaresma
A tenor de las medidas adoptadas esta mañana por el gobierno regional, confinando la Región de Murcia para evitar la propagación del Covid-19 y “buscando el bien común de todos”, el obispo de Cartagena, Mons. José Manuel Lorca Planes, ha decretado que se suspendan las celebraciones litúrgicas públicas (celebración de la Eucaristía, así como bodas, bautizos y comuniones) en toda la diócesis de Cartagena, “manteniendo, mientras sea posible, los templos abiertos”.
El obispo decreta además que los sacerdotes celebren la Eucaristía en privado (ellos solos) y que oren a Dios “por toda la población, en especial por los enfermos, ancianos y personal más vulnerable”.
Mons. Lorca recuerda, además, que sigue vigente el decreto publicado ayer por el que dispensa del precepto a todos los fieles de la diócesis de Cartagena durante el tiempo que dure la actual situación pandémica, invitándoles a seguir las celebraciones de la Eucaristía a través de las retransmisiones de los medios de comunicación.
El prelado afirma que tiene presente en sus oraciones a sacerdotes, religiosos y fieles laicos a quienes pide “que intensifiquen en este tiempo su cercanía a Dios y su vida de piedad” y ruega que sigan las instrucciones de las autoridades “para seguir procediendo con unanimidad por el bien común”.

III Domingo de Cuaresma

15 de marzo de 2020
(Ciclo A - Año par)






  • Danos agua que beber (Éx 17, 2)
  • Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: "No endurezcáis vuestro corazón" (Sal 94)
  • El amor ha sido derramado en nosotros por el Espíritu que se nos ha dado (Rom 5, 1-2. 5-8)
  • Un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna (Jn 4, 5-42)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf
Invoquemos, hermanos, con corazón unánime a Dios Padre todopoderoso, fuente y origen de todo bien.
  • Por la paz y unidad de la santa Iglesia y por la conversión de los pueblos paganos a la fe verdadera, roguemos al Señor.
  • Por los gobernantes de España y de todas las naciones, para que acierten en su gestión de la crisis sanitaria que nos aflige, roguemos al Señor.
  • Por los enfermos y por todos los que sufren, para que el Señor llene su corazón de esperanza y les conceda la salud del cuerpo y del alma, roguemos al Señor.
  • Por los médicos y por todo el personal sanitario, para que el Señor los sostenga en su admirable labor en favor de los enfermos y les conceda sabiduría y fortaleza, roguemos al Señor.
  • Por todos nosotros, por nuestros familiares, amigos y enemigos, y por los cristianos que son perseguidos, roguemos al Señor.
Escucha, Padre de bondad, nuestras plegarias, líbranos de todo mal y pon en el corazón de los niños y de los ancianos, de los jóvenes y de los adultos, y de las personas que están solas, el agua viva de tu Espíritu, que salta hasta la vida eterna. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Salmo 83

Catequesis parroquial nº 157
(Ejercicios Espirituales, Cuaresma 2020)

Autor: D. Fernando Colomer Ferrándiz
Fecha: 5 de marzo de 2020

Para escuchar la charla en ivoox, pulse aquí: https://www.ivoox.com/48645835

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La enseñanza de los Padres del desierto (II): La acedía

Catequesis parroquial nº 156
(Ejercicios Espirituales, Cuaresma 2020)

Autor: D. Fernando Colomer Ferrándiz
Fecha: 4 de marzo de 2020

Para escuchar la charla en ivoox, pulse aquí: https://www.ivoox.com/48645684

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La vejez como tarea espiritual

Catequesis parroquial nº 155
(Ejercicios Espirituales, Cuaresma 2020)

Autor: D. Fernando Colomer Ferrándiz
Fecha: 3 de marzo de 2020

Para escuchar la charla en ivoox, pulse aquí: https://www.ivoox.com/48645535

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II Domingo de Cuaresma

8 de marzo de 2020
(Ciclo A - Año par)






  • Vocación de Abrahán, padre del pueblo de Dios (Gén 12, 1-4a)
  • Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti (Sal 32)
  • Dios nos llama y nos ilumina (2 Tim 1, 8b-10)
  • Su rostro resplandecía como el sol (Mt 17, 1-9)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

La sonrisa


En el supermercado, en el pasillo de las bebidas, una señora ha chocado conmigo y yo le he sonreído. Ella ha sonreído a su vez y se ha llevado mi sonrisa, la suya, al estante de los lácteos. Allí, delante de los yogures, un muchacho que la miraba ha sonreído y ha caminado hasta el cajero. El anciano que había delante, en la cola, sonrió al verlo sonreír. Y así sucesivamente. Me he preguntado dónde acabará la sonrisa que he comenzado. La sonrisa es contagiosa, pandémica, por muy gris que sea el día. Se propaga de rostro en rostro como un fuego blanco. Creo en el ser humano. Aunque el mundo parezca injusto. Una sonrisa basta para devolverme la confianza. Mi sonrisa en otras bocas, cada vez más lejos de mí, ya ha salido del supermercado y está en otro barrio. Estas pequeñas cosas me redimen. Una sola palabra amable borra las frases que ha escrito el diablo en la pizarra del tiempo.




Autor: Jesús MONTIEL
Título: Sucederá la flor
Editorial: Pre-textos, Valencia, 2018, (p. 42)