Sábado de la III Semana de Cuaresma

21 de marzo de 2020
(Ciclo A - Año par)








Volver al Señor (Os 6, 1-6)

Dios no es un padre que malcría a sus hijos dándoles todos los caprichos que ellos desean, sino que los corrige para que crezcan, para que puedan llegar un día a estar cara a cara con Él, en la gloria del cielo (cf. Hb 12, 5-7). Por eso, al sentir la corrección del Señor, que como toda corrección resulta dolorosa, no hay que huir de Él, sino, al contrario, volver a Él, “porque él ha desgarrado y nos curará; él nos ha golpeado, y él nos vendará”. Y la mejor manera de volver a Él no consiste en hacer grandes sacrificios y mortificaciones sino tener misericordia con los demás. Pues quien es misericordioso “conoce” a Dios, es decir, tiene experiencia de Él. “Quiero misericordia y no sacrificio, conocimiento de Dios, más que holocaustos”.

Mirar a los hombres o mirar a Dios (Lc 18, 9-14)

Todo depende de la dirección de la mirada. Si mi mirada se centra en los hombres, siempre encontraré motivos para considerar que soy mejor que muchos de ellos, pues mi corazón vanidoso ya se encargará de dirigir mi mirada hacia aquellos hombres al lado de los cuales yo pareceré un hombre justo y santo. Pero no hay que mirar a los hombres sino a Dios. Y entonces, ante la santidad del tres veces santo, descubriré mi miseria, mi mezquindad, mi egoísmo, la doblez de mi intención, mi impureza. Y para que podamos mirar a Dios, el Hijo de Dios se ha hecho hombre. Mirar a Cristo, mirar al crucificado-resucitado, es la opción correcta. Para poder verme a mí mismo.

Emergencia sanitaria: Desolación y consuelo

En este tiempo de desolación por no poder celebrar la Eucaristía de manera pública, entro en mi parroquia, más vacía y silenciosa que nunca, y la encuentro iluminada, con las imágenes de san José y de santa Teresita, con el mosaico de san León Magno y de la Virgen María, con la cruz griega que la preside y, ¡oh maravilla!, en el altar, elevado sobre un pequeño tabor, dentro de la custodia, Cristo Jesús, el Viviente, el Resucitado, reinando y hablando al corazón desde ese humilde pedestal. Y comprendo que Él es la columna de fuego que guiaba al pueblo de Israel por la noche en el desierto (Ex 13, 21), y la roca de la que brotó agua para saciar su sed (Ex 17, 1-7), -“y la roca era Cristo”, escribe san Pablo (1Co 10, 4). Y parece que el Señor nos dice: “No temáis, yo estoy en medio de vosotros, yo camino con vosotros y mi amor, que ha vencido a la muerte, es más poderoso que todos los virus y que todas las fuerzas del mal”.