Anunciación del Señor

25 de marzo de 2020
(Ciclo A - Año par)






  • Mirad: la virgen está encinta (Is 7, 10-14; 8, 10b)
  • Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad (Sal 39)
  • Así está escrito en el comienzo del libro acerca de mí: para hacer, ¡oh, Dios!, tu voluntad (Heb 10, 4-10)
  • Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo (Lc 1, 26-38)
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El evangelio de hoy nos sitúa en ese momento único de la historia de la humanidad en el que Dios va a realizar el gesto impensable y desconcertante de hacerse uno de nosotros, de entrar en el mundo de sus criaturas como un hombre más, “nacido de una mujer” (Ga 4, 4), para participar así de nuestra carne y sangre “y aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al Diablo, y libertar a cuantos, por temor a la muerte, estaba de por vida sometidos a esclavitud” (Hb 2, 14-15). Y nos presenta el papel único e insustituible de la libertad humana en esta obra de salvación. Ese papel lo asume la virgen María.

Alégrate” le dice el ángel. Con este saludo le está diciendo que el acontecimiento que le va a anunciar y para el que se requiere su libre cooperación, es un acontecimiento de alegría, que todo lo que va a venir después, por turbador y desconcertante que pueda ser, debe ser siempre resuelto en la alegría. Sin embargo María no responde al momento con un gozo pleno. Queda conmovida, reflexiona, pregunta y pide una explicación ulterior. Sólo más tarde, en el encuentro con Isabel, manifestará la explosión de su gozo en su cántico de alabanza (Lc 1,46-55).

Llena de gracia”. El ángel no la llama por el nombre que le han dado sus padres (“Miriam”: “mar de mirra”), sino por este otro, que es como el nombre que le ha dado Dios. “Has encontrado gracia ante Dios”, le repite el ángel. Es como si Dios le cambiara el nombre, tal como hace a menudo con sus grandes colaboradores, con Abraham, con Simón a quien llamará Pedro. El nombre designa la realidad más profunda de una persona. La realidad más profunda de María es que Dios le ha dado de manera definitiva e irrevocable su gracia, su favor, su benevolencia, su complacencia; que es amada por Dios: “llena de gracia”.

El Señor está contigo”, se refiere a la ayuda de Dios, a una ayuda especial, personal, referida por completo a la misión que Dios le confía. Es la misma ayuda que recibieron los grandes llamados de la historia del pueblo de Israel: Jacob, Moisés, Josué, Gedeón y David. Todos ellos recibieron la ayuda especial de Dios para cumplir su misión. Dios no se limita a llamar, abandonando después a los llamados a su propia suerte, sino que los acompaña y los capacita para llevar a cabo su misión. María reacciona ante estas palabras desde un plano emocional (“se turbó”) y desde un plano racional (“se preguntaba”). Todo su ser, sentimiento y razón, se siente concernido y se va a implicar en su respuesta.

Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús”. María es llamada a ofrecer su capacidad natural de engendrar, que posee como mujer, para que el Hijo de Dios tenga una existencia humana y un desarrollo plenamente humano. Es llamada a la maternidad, que no es un acto puntual sino una vocación para siempre, una tarea que no termina nunca, como sabéis y decís muy bien todas las madres. Esta misión va a abarcar todo el ser, todo el tiempo y toda la vida de María.

¿Cómo será esto pues no conozco varón?”. Es decir: “Yo no sé cómo siendo virgen, basándome sólo sobre mí misma, voy a poder realizar esta misión”. María declara su propia insuficiencia para realizar la misión que Dios le confía. También Jeremías exclamó al recibir su vocación: “¡Ah, Señor mío, yo no sé hablar, porque todavía soy demasiado joven!” (Jr 1,6). Y el Señor le dijo: “No digas que eres demasiado joven: adondequiera que yo te envíe, irás y hablarás. No les tengas miedo: Yo estoy contigo para protegerte” (Jr 1,7-8). Ante la llamada de Dios uno se siente siempre inadecuado, insuficiente, incapaz de cumplir esa misión por sí mismo, con sus solas fuerzas.

El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra”. Lo que María no puede cumplir con sus solas fuerzas, tanto en el plano biológico como en el plano personal, existencial, Dios lo hará posible por la acción de su poder creador que es el Espíritu Santo. “A la sombra del Espíritu Santo” lo que no es posible desde uno mismo se hace posible y real por la acción de Dios. El Espíritu Santo hará posible que María engendre virginalmente y que toda su vida esté dedicada a Jesús de manera incondicional y total; al pie de la Cruz será el Espíritu Santo quien sostendrá a María para que no desfallezca.

Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”. Al designarse como “la esclava” del Señor, María está diciendo que ella no tiene ningún proyecto propio ante Dios, que ella está por completo al servicio del Señor, que ella es pura disponibilidad hacia Dios. Sólo los grandes llamados de la historia de la salvación (Moisés, Josué, David) son los que aparecen designados como “siervos” o “esclavos” del Señor. En toda la Sagrada Escritura, ninguna mujer, excepto María, es llamada “la esclava del Señor”.

La situación espiritual de la Virgen María es también nuestra propia situación. A cada uno de nosotros el Señor nos llama a poner nuestra vida al servicio de su designio de salvación, requiriendo para ello la entrega de todo nuestro ser y asegurándonos su asistencia, la presencia y la acción del Espíritu Santo sobre cada uno de nosotros, queriendo que toda nuestra vida se resuelva en la alegría. Que cada uno de nosotros, como María, le diga: “Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”.