Martes de la V Semana de Cuaresma

31 de marzo de 2020
(Ciclo A - Año par)






  • Los mordidos de serpientes quedarán sanos al mirar a la serpiente de bronce (Núm 21, 4-9)
  • Señor, escucha mi oración, que mi grito llegue hasta ti (Sal 101)
  • Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que "Yo soy" (Jn 8, 21-30)
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Mirar a Cristo en la cruz (Nm 21, 4-9)

Las condiciones materiales en las que transcurre nuestra vida terrena suelen ser ocasión de rebeldía y de crítica hacia Dios y hacia quien nos habla en nombre de Dios, como le ocurrió a Israel en su caminar por el desierto. Pero Israel tuvo la humildad –la lucidez espiritual- de reconocer que esa crítica contra Dios y contra Moisés era pecado y de pedirle a Moisés que intercediera por él. Y el remedio divino que el Señor dio a su pueblo fue desconcertante: que dirigieran su mirada hacia un mástil con una serpiente de bronce que le mandó hacer a Moisés. “Y todo el que miraba la serpiente de bronce quedaba con vida”. Ese mástil es una profecía de Cristo en la cruz. Dirijamos nuestra mirada hacia Él, para que él nos cure de los males del cuerpo y del alma. “Estas cosas sucedieron en figura para nosotros” (1Co 10, 6).

La opción fundamental (Jn 8, 21-30)

La opción decisiva para el hombre, la que le hace trascender este mundo o quedarse tan sólo en ser un elemento más de él, es creer o no creer que un hombre, Jesús de Nazaret, es Dios: “Si no creéis que “Yo soy”, moriréis en vuestros pecados”. “Yo soy” es el nombre de Dios, tal como se lo reveló el Señor a Moisés (cf. Ex 3, 14-15). Y el criterio de verificación de esta gran verdad, la más impactante y desconcertante de toda la historia humana, es paradójico, porque consiste en la muerte de Cristo en la cruz: “Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre sabréis que “Yo soy””. La omnipotencia divina se muestra en la debilidad de la muerte en cruz. “Al ver el centurión que estaba frente a él, que había expirado de esa manera, dijo: Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Mc 15, 39).

Emergencia sanitaria: La primacía de lo espiritual

A. Solzhenitsyn diagnosticó el mal de nuestro tiempo en estos términos: “Desde que la deslumbrante burbuja del progreso material ilimitado ha llevado a toda la humanidad a un deprimente callejón sin salida espiritual, sólo se me ocurre un camino saludable para todos, para naciones, sociedades, organizaciones humanas y, por encima de todos, para las iglesias. Debemos confesar nuestros pecados y errores -los nuestros, no los de los otros-, arrepentirnos y utilizar la autolimitación en nuestro desarrollo futuro”. 

Contra la creciente oleada de libertinaje Solzhenitsyn oponía su perpetua llamada a la autolimitación y el lastimero llamamiento del poeta para que cesara el insoportable flujo de información, en gran parte excesiva y trivial, que estaba empequeñeciendo el alma del hombre. “¿Cómo podemos proteger el derecho de nuestros oídos al silencio y el derecho de nuestros ojos a la visión interior?”.