1. El carácter personal de Dios.
Cuando el hombre dice “Dios” no emplea una palabra como las demás palabras que designan los distintos objetos de su experiencia. Pues con esta misteriosa palabra denomina un ser todavía más misterioso y enigmático, un ser que, propiamente hablando, no es un ser, sino el fundamento último de todo ser, de toda realidad, que no necesita a su vez de ningún otro fundamento, puesto que es él mismo quien todo lo sustenta y rige. “Dios” designa, pues, la realidad que todo lo abarca, que todo lo sostiene y todo lo determina, la realidad englobante de todos los seres y de todos los acontecimientos de la historia humana, pues en él vivimos, nos movemos y existimos, según proclamó San Pablo en el Areópago de Atenas (Hechos 17,28). “Dios” significa también el bien supremo en el que participan todos los bienes finitos y que es su base, así como el último fin que dirige y ordena todas las cosas. Por todo ello “Dios” no es nunca, para el hombre, una realidad más, ni tan siquiera una realidad superior a las demás realidades, sino más bien la respuesta a la pregunta latente en todas las preguntas, es decir, la respuesta a la pregunta sobre el fundamento y el sentido últimos del hombre y del mundo.
Cuando el hombre ha intentado pensar el ser de este fundamento, tan distinto y superior al ser de todas las criaturas, lo ha concebido siempre como esencia inmutable, como necesidad intrínseca de ser. Y así Dios ha sido pensado como el ser Infinito que, por ello mismo, nunca puede ser finito, o como el Absoluto que, por ello mismo, nunca puede ser relativo, o como el Uno que, por ello mismo, nunca puede ser múltiple, o como la coincidencia de los opuestos -caos o matriz originaria de todos los seres- que, por ello mismo, no puede identificarse con el mundo de las formas diferenciadas. La filosofía, la gnosis y la mayor parte de las religiones coinciden en pensar a Dios como Necesidad, de tal manera que todas ellas suscribirían, en principio, la afirmación de que Dios no puede dejar de ser Dios, es decir, de que Dios está condenado a seguir la férrea Necesidad que le prescribe su naturaleza de Dios.