Frases...

“El secreto exige una solución, el misterio una genuflexión”




Autor: Alessandro D’AVENIA
Título: ¡Presente!
Editorial: Encuentro, Madrid, 2022, (p. 392)

Dios uno y trino



1. El carácter personal de Dios.

Cuando el hombre dice “Dios” no emplea una palabra como las demás palabras que designan los distintos objetos de su experiencia. Pues con esta misteriosa palabra denomina un ser todavía más misterioso y enigmático, un ser que, propiamente hablando, no es un ser, sino el fundamento último de todo ser, de toda realidad, que no necesita a su vez de ningún otro fundamento, puesto que es él mismo quien todo lo sustenta y rige. “Dios” designa, pues, la realidad que todo lo abarca, que todo lo sostiene y todo lo determina, la realidad englobante de todos los seres y de todos los acontecimientos de la historia humana, pues en él vivimos, nos movemos y existimos, según proclamó San Pablo en el Areópago de Atenas (Hechos 17,28). “Dios” significa también el bien supremo en el que participan todos los bienes finitos y que es su base, así como el último fin que dirige y ordena todas las cosas. Por todo ello “Dios” no es nunca, para el hombre, una realidad más, ni tan siquiera una realidad superior a las demás realidades, sino más bien la respuesta a la pregunta latente en todas las preguntas, es decir, la respuesta a la pregunta sobre el fundamento y el sentido últimos del hombre y del mundo.

Cuando el hombre ha intentado pensar el ser de este fundamento, tan distinto y superior al ser de todas las criaturas, lo ha concebido siempre como esencia inmutable, como necesidad intrínseca de ser. Y así Dios ha sido pensado como el ser Infinito que, por ello mismo, nunca puede ser finito, o como el Absoluto que, por ello mismo, nunca puede ser relativo, o como el Uno que, por ello mismo, nunca puede ser múltiple, o como la coincidencia de los opuestos -caos o matriz originaria de todos los seres- que, por ello mismo, no puede identificarse con el mundo de las formas diferenciadas. La filosofía, la gnosis y la mayor parte de las religiones coinciden en pensar a Dios como Necesidad, de tal manera que todas ellas suscribirían, en principio, la afirmación de que Dios no puede dejar de ser Dios, es decir, de que Dios está condenado a seguir la férrea Necesidad que le prescribe su naturaleza de Dios.

XXI Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

27 de agosto de 2023

(Ciclo A - Año impar)





  • Pongo sobre sus hombros la llave del palacio de David (Is 22, 19-23)
  • Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos (Sal 137)
  • De él, por él y para él existe todo (Rom 11, 33-36)
  • Tú eres Pedro, y te daré las llaves del reino de los cielos (Mt 16, 13-20)
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En el evangelio de este domingo, queridos hermanos, llama la atención el hecho de que Jesús pregunta a los discípulos lo que piensan acerca de su persona. Jesús no les ha preguntado nunca lo que piensan sobre su doctrina, qué les ha parecido, por ejemplo, el sermón de la montaña con las bienaventuranzas. Les pregunta, en cambio, sobre su persona, sobre su identidad, sobre quién es él. Y esto significa que esta cuestión es especialmente importante, que el centro de toda su obra no es su doctrina sino su persona, que el cristianismo no es, en primer lugar, adherir a una enseñanza o cumplir una moral, sino adherir a una persona, a la persona de Jesucristo.

La respuesta que da Pedro a la pregunta del Señor contiene dos afirmaciones distintas. “Tú eres el Mesías” significa tú eres el último y definitivo Rey y Pastor del pueblo de Israel, tú eres aquel en quién y por quien se cumplen las promesas hechas a los Patriarcas. “El Hijo de Dios vivo” significa tú tienes una relación única con Dios, caracterizada por el conocimiento recíproco y por la igualdad con Él, tal como ya había dicho Jesús al afirmar: “Nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo” (Mt 11, 27).

Acto de confianza

Dios mío, estoy tan persuadido de que velas por todos los que en Ti esperan y de que nada le puede faltar a quien de Ti aguarda todas las cosas, que he resuelto vivir en adelante sin cuidado alguno, descargando sobre Ti todas mis inquietudes. Ya dormiré en paz y descansaré, porque Tú, sólo Tú, has asegurado mi esperanza.

Los hombres pueden despojarme de los bienes y de la reputación, las enfermedades pueden quitarme las fuerzas y los medios de servirte; yo mismo puedo perder tu gracia por el pecado. Pero no perderé mi esperanza; la conservaré hasta el último instante de mi vida y serán inútiles todos los esfuerzos de los demonios del infierno por arrebatármela. Dormiré y descansaré en paz.

Que otros esperen su felicidad de su riqueza o de sus talentos; que se apoyen sobre la inocencia de su vida, o sobre el rigor de su penitencia, o sobre el número de sus buenas obras, o sobre el fervor de sus oraciones. En cuanto a mí, Señor, toda mi confianza es mi confianza misma. Porque Tú, Señor, sólo Tú, has asegurado mi esperanza.

Los libros

Los libros no han perdido del todo ese primitivo valor que tuvieron en Roma, la sutil capacidad de trazar un mapa de los afectos y las amistades. Cuando unas páginas nos conmuevan, un ser querido será el primero a quien hablaremos de ellas. Al regalar una novela o un poemario a alguien que nos importa, sabemos que su opinión sobre el texto se reflejará sobre nosotros. Si un amigo, una amada o un amante coloca un libro en nuestras manos, rastreamos sus gustos y sus ideas en el texto, nos sentimos intrigados o aludidos por las líneas subrayadas, iniciamos una conversación personal con las palabras escritas, nos abrimos con mayor intensidad a su misterio. Buscamos en su océano de letras un mensaje embotellado para nosotros.

Cuando apenas se conocían, mi padre le regaló a mi madre un ejemplar de Trilce, los poemas de juventud de César Vallejo. Tal vez nada de lo que sucedió después hubiera sido posible sin la emoción que esos versos despertaron. Ciertas lecturas son una forma de derribar barreras, ciertas lecturas nos recomiendan al desconocido que las ama. No tengo parentesco con el prodigioso César Vallejo, pero le he injertado en mi árbol genealógico. Igual que mis remotos bisabuelos, el poeta fue necesario para que yo existiera.



Autor: Irene VALLEJO
Título: El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo,
Editorial: Siruela, Madrid, 2021, (p. 301)







XX Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

20 de agosto de 2023

(Ciclo A - Año impar)





  • A los extranjeros los traeré a mi monte santo (Is 56, 1. 6-7)
  • Oh, Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben (Sal 66)
  • Los dones y la llamada de Dios son irrevocables para Israel (Rom 11, 13-15. 29-32)
  • Mujer, qué grande es tu fe (Mt 15, 21-28)
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El Evangelio de hoy, queridos hermanos, transcurre en la región de Tiro y Sidón, por lo tanto fuera de los límites de Israel. Es un detalle importante porque la protagonista de este episodio es una mujer cananea, es decir, no-judía, no perteneciente al pueblo de Israel. Y el tema de fondo que, sin ser nombrado, está presente en todo este episodio es el de la salvación de los que no pertenecen al pueblo de Israel, el de la salvación de los gentiles, de los paganos: ¿Tienen o no tienen acceso a la salvación? Y si lo tienen, ¿en qué condiciones?

De entrada llama la atención que el Señor responda con su silencio a los angustiosos gritos de una madre que pide compasión para su hija. Hay como una aparente indiferencia de Jesús que contrasta con el interés de los discípulos que le dicen al Señor que la atienda. Aunque, todo hay que decirlo, este interés está motivado por el hecho de que los gritos de la mujer les molestan: “Atiéndela, que viene detrás gritando”. Parece que los discípulos son muy misericordiosos, pero en realidad lo que quieren es acabar con aquella molestia: quieren sacársela de encima.

Frases...

La vejez es una edad en la que hay que aprender a no hacer nada.



Alain QUILICI, Du bon usage de la vieillesse, Éditions du Carmel, Toulouse, 2017, (p. 9)

La esperanza en la misericordia










“La humanidad no encontrará la paz
hasta que no se vuelva con confianza
hacia mi misericordia (…)
Escribe que cuanto más grande es la miseria,
tanto más tiene derecho a mi misericordia,
e incita a todas las almas
a la confianza
en el inconcebible abismo de mi misericordia,
porque deseo que todos se salven.
La fuente de la misericordia
ha sido ampliamente abierta por la lanza sobre la cruz
para todas las almas,
sin excluir a nadie (…)
Mi Corazón es la misma misericordia.
De este océano de misericordia,
las gracias se derraman sobre el mundo entero.
Ninguna alma que se haya acercado a mí
ha quedado sin consolación.
Toda miseria perece en mi misericordia,
y toda gracia brota de esta fuente salvadora y santificante”

(Palabras de Jesús a santa Faustina)

* * *


"Decid bien, Madre mía,
que si yo hubiera cometido
todos los crímenes posibles,
tendría siempre la misma confianza;
porque siento que toda esta multitud de ofensas
son como una gota de agua
arrojada en un brasero ardiente”


(Palabras de santa Teresita del Niño Jesús, poco antes de morir, a su hermana Paulina, que era la Madre superiora)



Asunción de la bienaventurada Virgen María

15 de agosto 

15 de agosto de 2023

(Ciclo A - Año impar)





  • Una mujer vestida del sol, y la luna bajo sus pies (Ap 11, 19a; 12, 1-6a. 10ab)
  • De pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir (Sal 44)
  • Primero Cristo, como primicia; después todos los que son de Cristo (1 Cor 15, 20-27a)
  • El Poderoso ha hecho obras grandes en mí: enaltece a los humildes (Lc 1, 39-56)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

Celebramos hoy, queridos hermanos, la solemnidad de la Asunción de la bienaventurada Virgen María, en cuerpo y alma, al cielo. Lo que la liturgia propone hoy a nuestra contemplación es el destino final en el que se encuentra la Madre del Señor desde que terminó el curso de su vida terrena, diciéndonos que ella ha alcanzado ya plenamente el estado glorioso que tendrán, a partir del último día, todos los justos resucitados o los que, por vivir todavía cuando vuelva el Señor, serán transformados sin pasar por la muerte, tal como anuncia san Pablo: “He aquí que os anuncio un misterio: no todos moriremos, pero todos seremos transformados” (1Co 15, 51).

Los santos que están en el cielo se encuentran en un estado todavía provisional, en cuanto que una parte de su ser, el cuerpo, ha quedado aquí en la tierra, dejando de ser un cuerpo viviente, bien porque haya conocido la corrupción del sepulcro, o bien porque, aunque esté incorrupto, no es un cuerpo viviente, ya que lo que da vida al cuerpo es el alma, y el alma ya no está allí. Su espíritu y su alma están con el Señor y son colmados por la felicidad de contemplar su gloria; pero su cuerpo espera paciente el día de la segunda venida de Cristo, de su venida gloriosa, el día de la Parusía, para resucitar por la fuerza y el poder del Espíritu Santo, y ser transformado en un cuerpo espiritual, un cuerpo glorioso, tal como afirma san Pablo: “Así también en la resurrección de los muertos: se siembra corrupción, resucita incorrupción (…) se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual” (1Co 15, 42.44), y volver a unirse con su espíritu y su alma en la felicidad total del cielo.

XIX Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

6 de agosto de 2023

(Ciclo A - Año impar)





  • Permanece de pie en el monte ante el Señor (1 Re 19, 9a. 11-13a)
  • Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación (Sal 84)
  • Desearía ser un proscrito por el bien de mis hermanos (Rom 9, 1-5)
  • Mándame ir a ti sobre el agua (Mt 14, 22-33)
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En el encuentro con Dios que tuvo el profeta Elías en el monte Horeb, se nos revela, queridos hermanos, que nuestro Dios no se hizo presente en el huracán, ni en el terremoto, ni en el fuego, sino en el susurro de una suave brisa. Nuestra mentalidad humana asocia más fácilmente al Creador con las experiencias de fuerza y de poder –como son las tres primeras- que con la delicadeza de una suave brisa, descrita como un susurro. Esta suave brisa es un símbolo del Espíritu Santo que se hace presente en nuestro corazón de una manera muy silenciosa y suave, y cuya voz solo puede ser escuchada si en nosotros hay un profundo silencio. De ahí la importancia de la soledad y del silencio para encontrarse con Dios.

Esa soledad y ese silencio es lo que buscaba el Señor el domingo pasado en el evangelio y no lo pudo tener a causa del gentío que lo esperaba. Ahora, después de haber saciado su hambre con la multiplicación de los panes y de los peces y de haberlos despedido, consigue por fin esa anhelada soledad y ese deseado silencio para poder orar. Y se queda él solo en el monte orando, hasta que se hace de noche. Ahí el Señor abriría su corazón al Padre del cielo y pondría ante Él el dolor por el asesinato de Juan el Bautista, para que el íntimo coloquio entre Él y el Padre del cielo, en la unidad del Espíritu Santo, le permitiera acoger esa realidad dolorosa con paz.

La creación


1. Padre, todopoderoso, creador.

El orden de las palabras del credo es significativo: si Dios es todopoderoso y creador lo es como un padre. Padre se refiere a Hijo y, en el caso de Dios, se trata de su Hijo Único, de su Hijo amado, el que se hizo hombre por nosotros. El Padre es creador con el Hijo y en vistas al Hijo: la creación está hecha para ser entregada como una herencia a un hijo. Por eso del Hijo se dice que le instituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos (Hebreos 1,2). Por eso a Jesucristo se le llama Señor porque todo ha sido creado por Él y para Él, Él es anterior a todo y todo se mantiene en Él (Colosenses 1,17).

La creación está marcada por la paternidad de Dios: el destino de la creación es ser entregada al Hijo. Pero como el Padre del cielo nos ha hecho (por gracia) hijos en el único Hijo (por naturaleza), el destino de la creación es que todos los hombres lleguemos a ser hijos e hijas de Dios. Dios crea, pues, para exteriorizar su amor de Padre, para que se haga visible su paternidad: Él nos eligió, en la persona de Cristo, antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos e irreprensibles ante Él, por el amor (Efesios 1,4).

Transfiguración del Señor

15 de agosto 

6 de agosto de 2023

(Ciclo A - Año impar)





  • Su vestido era blanco como nieve (Dan 7, 9-10. 13-14)
  • El Señor reina, Altísimo sobre toda la tierra (Sal 96)
  • Esta voz del cielo es la que oímos (2 Pe 1, 16-19)
  • Su rostro resplandecía como el sol (Mt 17, 1-9)
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La transfiguración del Señor que celebramos hoy es como un símbolo de lo que es la vida cristina: un camino cuesta arriba –la subida a una montaña alta- y una transformación luminosa de nuestro propio ser. Pues el cristianismo, como explica san Pablo, afirma que somos “ciudadanos del cielo” de donde esperamos un salvador, nuestro Señor Jesucristo, que “transformará nuestra condición humilde según el modelo de su condición gloriosa, con esa energía que posee para sometérselo todo”. Se trata, por lo tanto, de una transformación ontológica de nuestro ser, al hacernos, como explica san Pedro, “partícipes de la naturaleza divina”. El evangelio de hoy es como una visión anticipada del término hacia el cual caminamos.

Se transfiguró delante de ellos. La transfiguración no fue un cambio de la naturaleza de Jesús, sino una revelación de su verdadera naturaleza, de su identidad más profunda. La figura familiar y el aspecto habitual de Jesús se transforman ante sus ojos y ellos caen en la cuenta de que su aspecto habitual terreno-humano no expresa toda su realidad, toman conciencia de que él no está encerrado en los límites de la realidad terrena. Lo mismo indica el “blanco deslumbrador” de sus vestidos, que simboliza el mundo divino, la esfera de la luz esplendorosa de la majestad divina (cf. Mc 16,5; Ap 3,5), porque “Dios es luz sin tiniebla alguna” (1Jn 1, 5).

Frases...

No estamos en paz con los demás porque no estamos en paz con nosotros mismos y no estamos en paz con nosotros mismos porque no estamos en paz con Dios.


Thomas Merton

San Anselmo

Oh Virgen bendita por encima de todo,
cuida a quien se confía a ti;
haz que el grito de mis necesidades
vaya siempre contigo
y que tus miradas de bondad
me acompañen siempre.
Amén.

San Anselmo (+1109)