La creación


1. Padre, todopoderoso, creador.

El orden de las palabras del credo es significativo: si Dios es todopoderoso y creador lo es como un padre. Padre se refiere a Hijo y, en el caso de Dios, se trata de su Hijo Único, de su Hijo amado, el que se hizo hombre por nosotros. El Padre es creador con el Hijo y en vistas al Hijo: la creación está hecha para ser entregada como una herencia a un hijo. Por eso del Hijo se dice que le instituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos (Hebreos 1,2). Por eso a Jesucristo se le llama Señor porque todo ha sido creado por Él y para Él, Él es anterior a todo y todo se mantiene en Él (Colosenses 1,17).

La creación está marcada por la paternidad de Dios: el destino de la creación es ser entregada al Hijo. Pero como el Padre del cielo nos ha hecho (por gracia) hijos en el único Hijo (por naturaleza), el destino de la creación es que todos los hombres lleguemos a ser hijos e hijas de Dios. Dios crea, pues, para exteriorizar su amor de Padre, para que se haga visible su paternidad: Él nos eligió, en la persona de Cristo, antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos e irreprensibles ante Él, por el amor (Efesios 1,4).

2. El misterio de la creación: aspectos.

a) Un misterio.

La creación es una sorpresa inesperada. Hay millones y millones de personas que piensan que es imposible que existan unos seres realmente distintos de Dios, porque Dios es el Ser Infinito y, por eso mismo, Dios lo es todo y es impensable que exista “algo” realmente distinto de Dios. Así por ejemplo los hinduistas piensan que creer que el hombre y el mundo son algo frente a Dios, es una pura ilusión (“maya”), un engaño.

Sin embargo nuestra fe proclama que este mundo en que vivimos es un mundo real, que posee un ser verdadero, propio de él, y que es verdaderamente distinto del ser de Dios. Esto no es, ni mucho menos, evidente para la razón. Pero al descubrir, en Jesucristo, que Dios “se hizo” hombre, hemos comprendido que si “se hizo” es porque ser hombre es algo realmente distinto de ser Dios. La verdad de la Encarnación supone y ratifica la verdad de la creación. Por eso la creación es un misterio de fe que confesamos en el Credo y no un problema filosófico o una evidencia racional.

b) Un milagro.

Antes de que existiera el universo creado existía Dios y sólo Dios, sin ninguna otra cosa. Por eso la doctrina de la Iglesia dice que Dios creó el mundo “de la nada”, es decir, sin ninguna materia previa: Te ruego, hijo, que mires al cielo y a la tierra y, al ver todo lo que hay en ellos, sepas que a partir de la nada lo hizo Dios y que también el género humano ha llegado así a la existencia (2º Macabeos 7,28). Por eso todo, absolutamente todo lo que existe, procede de Dios, quien lo creó sin ningún esfuerzo y con plena soberanía: Todo lo creaste con tu palabra (Sabiduría 9,1) (cfr. Juan 1,3).

c) Libertad.

Dios no crea “impulsado” por ninguna “necesidad”, porque Dios no “necesita” nada ni, propiamente hablando, tiene “impulsos”. Dios crea libremente. Como dice la Escritura: porque tú has creado el universo; por tu voluntad no existía y fue creado (Apocalipsis 4,11). Dios no es “más” Dios con el mundo y con la historia humana que sin ellos.

d) Racionalidad.

Dios ha hecho todas sus obras con sabiduría: ¡Cuántas son tus obras Señor, y todas las hiciste con sabiduría! (Salmo 103,24). El mundo no es algo irracional y caótico, sino que está ordenado racionalmente: Todo lo tenías predispuesto con peso, número y medida (Sabiduría 11,21). El mundo es una realización de ideas divinas: todo lo que la ciencia va descubriendo del universo, no son sino “ideas de Dios” plasmadas en la creación. Las cosas tienen una racionalidad intrínseca, propia de ellas, que las constituye en su ser y en su obrar: la que Dios les ha dado.

e) Bondad.

El mundo es bueno, la creación es buena, la materia y todo lo que ella conlleva es buena: el cuerpo humano es bueno y la sexualidad es buena. No hay nada malo en lo que ha creado Dios: Vio Dios cuanto habla hecho, y todo estaba muy bien (Génesis 1,31). Las criaturas del mundo son saludables, no hay en ellas veneno de muerte (Sabiduría 1,14). Otra cosa es que el hombre pueda usar mal lo que Dios ha creado en la bondad.

f) Autonomía.

Todo lo creado procede de Dios que es quien le ha dado el existir y las normas y estructuras de su propio ser. Y Dios, cuando da, da en serio, da de verdad. Por eso “todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad propias y de un propio orden regulado, que el hombre debe respetar, con el reconocimiento de la metodología particular de cada ciencia o arte” (Gaudium et spes 36). Esto significa que la cultura, la ciencia, la economía, la política y los demás sectores de la realidad mundana poseen una autonomía relativa, una verdad, una bondad y un orden propios y también unas leyes propias, precisamente porque dependen radicalmente de Dios y depender de Dios es ser autónomo: la dependencia de Dios es consistencia, autonomía, ser.

g) Sentido y finalidad.

El primer relato de la creación subraya claramente que el objetivo del mundo no es el mundo, sino lo que viene después de él, el hombre que Dios crea el sexto día. Y el objetivo del hombre, a su vez, no es el hombre, sino lo que viene después de él, el “sábado”, el culto a Dios (séptimo día). De tal manera que el ser humano no ha sido creado para insertarse en el cosmos como una pieza más de su engranaje, para estar simplemente al servicio de las llamadas leyes naturales, sino para referir la creación entera a Dios: Todo es vuestro, vosotros sois de Cristo y Cristo de Dios (1ª Corintios 3,23).

El hombre, “imagen y semejanza” de Dios es, a la vez, creador y creatura. Y del mismo modo que Dios es creador porque es Amor de Padre, el hombre es creador por su amor de hijo. De ahí que la finalidad última de la creación sea la caridad, en la cual el hombre integra el cosmos y lo convierte en alabanza de gloria al Creador. Esa caridad que, precisamente porque no acaba nunca (1ª Corintios 13,8), es la única que puede asegurar un porvenir de gloria para la creación entera.

h) Continuidad.

La creación no es una acción que tuvo lugar en un remoto pasado, sino que es un hecho que acontece en la actualidad: al conservar el mundo Dios hace presente su acto creador. Por eso dice la Escritura: todo se mantiene en Él (Colosenses 1,17). Y también: ¿Y cómo subsistirían las cosas si Tú no lo hubieses querido? ¿Cómo conservarían su existencia, si Tú no las hubieses llamado? (Sabiduría 11,25). La conservación permanente del universo es el mismo acto creador de Dios prolongado a lo largo del tiempo, pues, siendo lo creado pura referencia a Dios, si Dios dejara de “sostenerlo” tan sólo un instante, desaparecería todo, ya que “la criatura, sin el Creador, se esfuma” (Gaudium et spes 36).

El enemigo de la creación es la muerte que disuelve a los seres. Por eso la creación y conservación del mundo culminan en la resurrección de Jesucristo donde se ha iniciado ya el mundo nuevo, los cielos nuevos y la tierra nueva, pues él ha resucitado “como primicia” de todos nosotros.

i) El universo posee una dimensión invisible.

El credo afirma que Dios es el creador del “cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible”. “El cielo y la tierra” es una expresión para decir “todo”, “la totalidad”. De esta totalidad se afirma que tiene dos caras o dimensiones, una visible y otra invisible. Con ello se afirma que la Creación es más grande que lo que nosotros con nuestros ojos corporales, incluso ayudados por potentísimos instrumentos (microscopios, telescopios), podemos contemplar.

Lo invisible incluye también la existencia de otros seres espirituales, distintos del hombre y dotados también como él de inteligencia y de libertad: son los ángeles, que fueron creados antes que el hombre y que son criaturas personales, puramente espirituales, y no simples fuerzas anónimas e impersonales. Ellos habitan la ciudad de Dios vivo, constituyendo la asamblea de los primogénitos inscritos en los cielos (Hebreos 12,23). “Ángel” es una palabra que, en la Biblia, indica la función y no el ser: significa “mensajero” en el sentido de “enviado” y de “servidor” (para designar el ser la Biblia emplea otros términos: espíritus, potencias, tronos, dominaciones etc.). Los ángeles son los primeros en haber conocido el amor de Dios y en haber respondido a él con la alabanza. Por eso ellos participan también en la eucaristía de la Iglesia

-como lo evoca la plegaria eucarística primera al suplicar “que esta ofrenda sea llevada a tu presencia, hasta el altar del cielo, por manos de tu ángel”- y presentan a Dios las oraciones de los hombres. Los ángeles son servidores de Dios que actúa, por medio de ellos, cuando le place. Su actuar sobre los hombres sucede de una manera desconocida para nosotros, propia de un ser puramente espiritual.