VII Domingo del Tiempo Ordinario
27 de febrero de 2022
(Ciclo C - Año par)
- No elogies a nadie antes de oírlo hablar (Eclo 27, 4-7)
- Es bueno darte gracias, Señor (Sal 91)
- Nos da la victoria por medio de Jesucristo (1 Cor 15, 54-58)
- De lo que rebosa el corazón habla la boca (Lc 6, 39-45)
- Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf
“Vosotros sois la luz del mundo”, dijo
el Señor (Mt 5, 14). El cristiano tiene pues el deber ser luz que ilumina a los
hombres y que les muestra el camino correcto para encontrarse con Dios y
alcanzar la salvación. Por eso empieza el Señor este evangelio hablando de la
imposibilidad de que un ciego, es decir, alguien que carece del beneficio de la
luz, guíe a otro ciego. De ahí que lo primero deba ser alcanzar la luz para uno
mismo, tal como dice el Señor: “Tu ojo es la lámpara de tu cuerpo. Cuando tu ojo
está sano, todo tu cuerpo está iluminado; pero cuando está malo, también tu
cuerpo está a oscuras. Mira, pues, que la luz que hay en ti no sea oscuridad.
Si, pues, tu cuerpo está enteramente iluminado, sin parte alguna oscura, estará
tan enteramente luminoso, como cuando la lámpara te ilumina con su fulgor” (Lc
11, 34-36). Entonces, cuando estemos debidamente iluminados, podremos ser guías
para los demás.
Oración de una mujer atea, adúltera y farsante
Necesito a alguien que acepte la verdad de mi vida y al que yo no tenga que proteger. Y si soy una zorra y una farsante, ¿no habrá nadie en el mundo que ame a una zorra y a una farsante?
Me arrodillé en el suelo. Hacer aquello fue una locura: nunca me habían obligado a hacerlo de niña, ya que mis padres no creían en las oraciones, y yo tampoco. No tenía ni idea de lo que podía decir (…) Me arrodillé y apoyé la cabeza en la cama, y deseé poder creer. Amado Dios, dije -¿por qué amado, por qué amado?-, haz que crea. Yo no creo. Haz que crea. Dije: soy una zorra y una farsante y me odio a mí misma. No sirvo para nada bueno. Haz que crea. Cerré los ojos y los apreté muy fuerte y me clavé las uñas en las palmas de las manos hasta que no sentí nada más que dolor. Y dije: creeré. Deja que viva y yo creeré. Dale una oportunidad. Deja que disfrute de su felicidad. Hazlo y yo creeré. Pero eso no será suficiente. Amar no hace daño. Así que dije: lo amo y haré lo que sea con tal de que le permitas vivir. Dije muy despacio: lo dejaré para siempre si permites que viva y le das una oportunidad, y me clavé las uñas con mucha más fuerza hasta que sentí el desgarrón de la piel, y dije: la gente se ama sin verse, ¿no es cierto?, y la gente te ama durante toda la vida sin haber llegado a verte. Y entonces él apareció por la puerta, y estaba vivo, y pensé: ahora empieza la agonía de tener que vivir sin él, y deseé que volviera a estar muerto debajo de la puerta.
(Un año y medio más tarde, en una noche lluviosa y desapacible, consumada ya la ruptura con Maurice, Sarah sale de su casa y camina bajo la lluvia en dirección a una iglesia católica. Más tarde escribe en su diario:)
Esta noche no soportaba estar en casa, así que he salido a la calle y me he puesto a caminar bajo la lluvia. He recordado aquella ocasión en que me clavé las uñas en la palma de la mano, y aunque yo no lo supiera, Tú te introdujiste en mí a través del dolor. Aquella vez dije: “Deja que viva”, aunque yo no creía en Ti, pero mi falta de fe no te importó. La incorporaste a tu amor y la aceptaste como una ofrenda, y esta noche de lluvia me estaba empapando la gabardina y la ropa y me mojaba la piel, y yo tiritaba de frío, y ha sido la primera vez en que me ha parecido que estaba a punto de amarte a Ti. He llegado caminado bajo la lluvia hasta tus ventanas y quería quedarme toda la noche apostada allí solo para demostrarte que después de todo yo también puedo aprender a amar y ahora ya no le tengo miedo al desierto porque Tú estás allí. He vuelto a casa y me he encontrado a Maurice con Henry. Ha sido la segunda vez que Tú me lo has devuelto. La primera vez te odié por ello, pero Tú aceptaste mi odio igual que habías aceptado mi falta de fe y lo convertiste en tu amor, y te los guardaste para enseñármelos más tarde, para que así los dos pudiéramos reírnos juntos, igual que en ocasiones yo me reía de Maurice y le decía: “¿Recuerdas lo tontos que hemos sido…?”.
(Quince meses más tarde Sarah ha entrado en contacto con una especie de “predicador del ateísmo”, llamado Richard, que tiene su rostro marcado con una mancha en su mejilla y que intenta convencerla de que no hay Dios. Porque, sorprendentemente, el camino de Sarah se va a cercando a Dios. Y Sarah escribe en su diario:)
Ayer me compré un crucifijo, uno barato y feo porque lo tuve que comprar a toda prisa. Me puse roja cuando lo pedí en la tienda, ya que alguien podría verme comprándolo. En esas tiendas deberían poner cristales esmerilados en la puerta como hacen en las tiendas donde venden preservativos. Cuando me encierro con llave en mi dormitorio puedo sacarlo del fondo de mi joyero. Ojalá me supiera una oración que no fuera yo, yo, yo, mí, mí, mí, me, me, me. Ayúdame. Déjame ser feliz. Me, me, me. Mí, mí, mí.
Déjame pensar en la horrible mancha que tiene Richard en la mejilla. Déjame ver la cara de Henry cuando las lágrimas ruedan por sus mejillas. Deja que me olvide de mí. Amado Dios, he intentado amarte, pero lo he liado todo. Si supiera amarte, también sabría amarlos a todos ellos. Creo en tu leyenda. Creo que naciste de verdad. Creo que quisiste morir por todos nosotros. Creo que eres Dios. Enséñame a amar. Deja que mi dolor se haga eterno, pero no dejes que ellos sufran. Amado Dios, si pudieras descender de la cruz por un momento y dejar que me pusiera yo en tu lugar. Si yo pudiera sufrir como sufres tú, yo también podría sanar a los demás.
Siempre me inclino por el melodrama: creo estar dispuesta a soportar el dolor que sentiste en la cruz, pero luego no me atrevo a soportar veinticuatro horas de mapas y de guías Michelin. Amado Dios, no sirvo para nada. Sigo siendo la misma zorra y la misma farsante. Quítame ya de en medio.
VII Domingo del Tiempo Ordinario
20 de febrero de 2022
(Ciclo C - Año par)
- El Señor te ha entregado hoy en mi poder, pero yo no he querido extender la mano (1 Sam 26, 2. 7-9. 12-13. 22-23)
- l Señor es compasivo y misericordioso (Sal 102)
- Lo mismo que hemos llevado la imagen del hombre terrenal, llevaremos también la imagen del celestial (1 Cor 15, 45-49)
- Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso (Lc 6, 27-38)
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El Señor nos propone hoy unos comportamientos que superan con mucho la lógica de lo humano. Pues ofrecer la otra mejilla para volver a ser injuriado (es decir, mantener abierta una relación que me resulta dura e injuriosa), aceptar ser desnudado por alguien que me roba la capa y a quien yo entrego también la túnica (capa y túnica eran, normalmente, todo el “vestido” de la época), no reclamar lo que es mío a quien me lo quita, son comportamientos que contradicen una tendencia básica del ser humano: la autoprotección. Y por otro lado pretender que actuemos con los demás, sin tener en cuenta el modo como los demás actúan con nosotros, también es algo que supera una ley no escrita pero profundamente humana, la reciprocidad: comportarme con el otro como el otro se comporta conmigo, amar a quien me ama, hacer le bien a quien me hace el bien, prestar a quien me prestó. El Señor, a sus discípulos, es decir, a quienes queremos vivir en comunión con él, nos pide que, frente a quienes son nuestros enemigos, nos odian, nos maldicen y nos injurian, respondamos con amor, haciendo el bien, bendiciendo y orando por ellos. San Pablo resumirá todo esto diciendo: “A nadie devolváis mal por mal, ni injuria por injuria (…) No te dejes vencer por el mal, antes bien vence el mal a fuerza de bien” (Rm 12,17-21).
Frases...
“Di que estas piedras se conviertan en panes (…) No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”.
Cuando el primado del amor naufraga ante el primado de lo económico, es el odio quien regula el reparto de bienes; y los panes se convierten en piedras.
VI Domingo del Tiempo Ordinario
13 de febrero de 2022
(Ciclo C - Año par)
- Maldito quien confía en el hombre; bendito quien confía en el Señor (Jer 17, 5-8)
- Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor (Sal 1)
- Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido (1 Cor 15, 12. 16-20)
- Bienaventurados los pobres. Ay de vosotros, los ricos (Lc 6, 17. 20-26)
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Es imposible amar a alguien y no
avisarle de los peligros que corre. En el evangelio de hoy el Señor nos ama
advirtiéndonos del peligro de una vida centrada en las “riquezas”, es decir, en
la obtención de todo aquello que puede saciar las necesidades más inmediatas
que tenemos. Para desenvolvernos en la vida, para vivir, para crecer,
ciertamente todos tenemos necesidad de bienes materiales, de alimentos, de ocio
y esparcimiento y de que la gente nos reconozca como personas dignas, como
gente de bien. Pero si la obtención de todo esto acapara todas las energías de
nuestra vida, es decir, si nuestro corazón está puesto en todo esto “y punto”
-es decir, y nada más-, entonces, dice el Señor, nosotros mismos, con esta
actitud, nos cerramos la puerta del reino de Dios. Si centramos nuestra vida en
todo esto, se cumplirá en nosotros la palabra de Jesús que dice: “¿De qué le
sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida?” (Mc 8,36).
El lugar de los comienzos
V Domingo del Tiempo Ordinario
6 de febrero de 2022
(Ciclo C - Año par)
- Aquí estoy, mándame (Is 6, 1-2a. 3-8)
- Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor (Sal 137)
- Predicamos así, y así lo creísteis vosotros (1 Cor 15, 1-11)
- Dejándolo todo, lo siguieron (Lc 5, 1-11)
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La liturgia de la palabra de este
domingo nos presenta a dos grandes creyentes, Isaías y Pedro, en el trance de
descubrirse pecadores. El hombre sólo se descubre pecador cuando se encuentra
con Dios, como les ocurre a Isaías y a Pedro. Quienes no se han encontrado con
Dios no pueden reconocerse pecadores, sino, a lo sumo, egoístas, débiles,
frágiles, inconstantes, necios, torpes, pero no pecadores. Porque el pecado es
una violencia arbitraria y gratuita contra Dios, es una rebelión en toda regla
contra Aquel que nos da el ser.
Cinco recetas de sabiduría para nuestro tiempo
La aspiración a la felicidad es la aspiración a una realización completa, total, exhaustiva del ser del hombre. La felicidad incluye no solo la satisfacción de la inteligencia, mediante la posesión de la Verdad, y de la voluntad, mediante la posesión del Bien, sino también la satisfacción de la afectividad por entrar en una situación donde no hay ningún dolor, ningún disgusto, ninguna pena, sino que todo es armonioso y gratificante, y todos los deseos de nuestro corazón se ven colmados. Hay un himno litúrgico que expresa muy bien esto último:
Cuando la muerte sea vencida
y estemos libres en el reino,
cuando la nueva tierra nazca
en la gloria del nuevo cielo,
cuando tengamos la alegría
con un seguro entendimiento
y el aire sea como una luz
para las almas y los cuerpos,
entonces, sólo entonces, estaremos contentos.
Cuando veamos cara a cara
lo que hemos visto en un espejo
y sepamos que la bondad
y la belleza están de acuerdo,
cuando, al mirar lo que quisimos,
lo veamos claro y perfecto
y sepamos que ha de durar,
sin pasión, sin aburrimiento,
entonces, sólo entonces, estaremos contentos.
Cuando vivamos en la plena
satisfacción de los deseos,
cuando el Rey nos ame y nos mire,
para que nosotros le amemos,
y podamos hablar con él
sin palabras, cuando gocemos
de la compañía feliz
de los que aquí tuvimos lejos,
entonces, sólo entonces, estaremos contentos.
Cuando un suspiro de alegría
nos llene, sin cesar, el pecho,
entonces –siempre, siempre-, entonces
seremos bien lo que seremos.
Gloria a Dios Padre, que nos hizo,
gloria a Dios Hijo, que es su Verbo,
gloria al Espíritu divino,
gloria en la tierra y en el cielo. Amén.