El lugar de los comienzos

La mujer es el “lugar de los comienzos”. A menudo es ella la primera que… ve, conoce, anuncia (cf. Mt 27, 19). La mujer es el lugar de los comienzos porque, siendo esposa llega a ser madre, concibiendo en ella una nueva vida. Y ella es la primera que advierte esta vida todavía invisible. Y lo que es verdad en el plano biológico lo es también en el plano psicológico y en el espiritual. La mujer posee, sin ninguna duda, una aptitud particular para conoce a las personas y a las cosas “desde dentro”, para adivinar. La historia de la salvación muestra que siempre o casi siempre es una mujer la primera en recibir una luz o un anuncio decisivo. Así ocurre con la Encarnación del Verbo y con su Resurrección. También se puede citar la advertencia de la mujer de Pilatos (Mt 27, 19). Y la hagiografía muestra mil ejemplos de mujeres que han llevado silenciosamente, a menudo dolorosamente, durante toda su vida lo que tan sólo más tarde iba a nacer y hacerse “oficial” en la Iglesia (se sabe, por ejemplo, que Marta Robin rezó y ofreció mucho para que María fuera proclamada “Madre de la Iglesia”).

Llamada a llevar la maduración después de haber concebido, la mujer está llamada, ella con prioridad, a significar a la Iglesia en cuanto mujer encinta (cf. Ap 12, 1), puesto que significa también ella con prioridad la Iglesia en cuanto Esposa. El encuentro de María e Isabel en la Visitación es muy elocuente en este sentido. Destinada después a dar a luz, la mujer está llamada a vivir el misterio de la mediación maternal, que es de otra naturaleza que la mediación ministerial pero tan indispensable como ella y de la que el varón, cualquiera que sea su lugar en la Iglesia, tiene necesidad. Ya que el hombre nace de la mujer (1Co 11, 12). Finalmente la aptitud espontánea para la compasión –la sim-patía- no denota una mayor virtud, sino una mayor capacidad de percibir lo que germina y de percibirlo desde dentro, desde el interior.

Ligada a esta gracia de poder llevar una vida en su misma interioridad, existe una aptitud femenina específica para captar al ser vivo en su concreción y, por extensión, a lo concreto en cuanto tal. Por eso la mujer es menos propensa que el hombre a la abstracción y a la técnica, a la plasmación de estructuras, a la construcción exterior del mundo y de la Iglesia y está más particularmente dotada para permanecer en lo real concreto y para encontrar el antídoto a la ideología de la que nuestro mundo se encuentra –incluso en la Iglesia- sumergido y a veces como anulado del todo (cf. 1Tm 6, 20).

Siendo la mujer el lugar donde se elabora la vida humana e incluso la vida divina en cuanto encarnada, es el “lugar santo” por excelencia y, por ello mismo, el lugar de una lucha encarnizada, como si fuera “la” plaza fuerte que hay que combatir. Por eso el Enemigo intentó seducir a Eva primero para demolerlo todo a partir de ella. Y por eso Dios lo ha querido reconstruir todo a partir de María.



Autor: Marie-Thérèse HUGUET
Título: Myriam et Israël. Le mystère de l’Épouse
Editorial: Éditions du Lion de Juda, Paris, 1987, (pp. 143-147)