VII Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

27 de febrero de 2022

(Ciclo C - Año par)





  • No elogies a nadie antes de oírlo hablar (Eclo 27, 4-7)
  • Es bueno darte gracias, Señor (Sal 91)
  • Nos da la victoria por medio de Jesucristo (1 Cor 15, 54-58)
  • De lo que rebosa el corazón habla la boca (Lc 6, 39-45)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

“Vosotros sois la luz del mundo”, dijo el Señor (Mt 5, 14). El cristiano tiene pues el deber ser luz que ilumina a los hombres y que les muestra el camino correcto para encontrarse con Dios y alcanzar la salvación. Por eso empieza el Señor este evangelio hablando de la imposibilidad de que un ciego, es decir, alguien que carece del beneficio de la luz, guíe a otro ciego. De ahí que lo primero deba ser alcanzar la luz para uno mismo, tal como dice el Señor: “Tu ojo es la lámpara de tu cuerpo. Cuando tu ojo está sano, todo tu cuerpo está iluminado; pero cuando está malo, también tu cuerpo está a oscuras. Mira, pues, que la luz que hay en ti no sea oscuridad. Si, pues, tu cuerpo está enteramente iluminado, sin parte alguna oscura, estará tan enteramente luminoso, como cuando la lámpara te ilumina con su fulgor” (Lc 11, 34-36). Entonces, cuando estemos debidamente iluminados, podremos ser guías para los demás.

La condición para poder ser debidamente iluminados es tener una relación correcta con el Maestro, que es Jesús, el Señor, que dijo de sí mismo: “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8, 12). Pues nosotros somos luz sólo en cuanto que nos dejamos iluminar por Él. Por eso es tan importante tener una relación correcta con Él. Y esa relación correcta consiste en no querer saber más que Él, en no considerarse más inteligente que Él. Pues cada vez que criticamos los designios de la Providencia, o protestamos porque Dios permite determinadas cosas, nos estamos considerando más inteligentes que Dios, más inteligentes que Cristo. Por eso el Señor advierte: “Un discípulo no es más que su maestro”. Jesús es el Maestro, el único y verdadero Maestro, tal como él mismo recordó: “Vosotros no os hagáis llamar maestros, porque uno solo es vuestro maestro, mientras que todos vosotros sois hermanos (…) Ni os llaméis instructores, porque uno solo es vuestro instructor: el Cristo” (Mt 23, 8. 10).

Si nos dejamos iluminar por Cristo, lo primero que veremos serán nuestros propios pecados y nuestras propias limitaciones, la “viga” que hay en nuestro ojo y lo difícil que nos resulta obrar como Dios quiere que obremos. Entonces estaremos en condiciones de poder ayudar a los demás a extraer la “paja” que hay en su ojo. Corregir a los demás y mostrarles el camino correcto es una tarea importante, es una de las obras de misericordia espirituales; pero es muy difícil de realizar bien, porque nunca hay que hacerla desde el resentimiento y la arrogancia, sino con muchísima humildad y caridad.

En esta tarea de corregir a los demás es muy importante el lenguaje, nuestra manera de hablar. El Señor nos lo recuerda al decirnos que nuestra boca refleja la calidad espiritual de nuestro corazón: “porque lo que rebosa el corazón, lo habla la boca”. El corazón es el centro del ser humano, el lugar de donde provienen nuestros pensamientos, deseos y sentimientos. En este sentido es muy importante analizar nuestra manera de hablar y ver de qué está hecho nuestro lenguaje, pues él nos revelará lo que hay en nuestro corazón. Si nuestro lenguaje está lleno de amargura, de quejas, de resentimiento, de violencia, será un signo de que nuestro corazón está emponzoñado por la envidia y que esconde un juicio contra Dios. Por eso san Pablo advierte: “Toda acritud, ira, cólera, gritos, maledicencia y cualquier clase de maldad, desaparezca de entre vosotros” (Ef 4, 31). Por eso el salmista ora diciendo: “Pon, Señor, un centinela a la puerta de mis labios” (Sal 140, 3), para que mis labios estén controlados y no salga de ellos sino la alabanza y la acción de gracias a Dios y la palabra constructiva hacia el hermano, la que le ayuda a crecer según la idea que Cristo tiene de él.

Que el Señor nos lo conceda.