V Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

6 de febrero de 2022

(Ciclo C - Año par)





  • Aquí estoy, mándame (Is 6, 1-2a. 3-8)
  • Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor (Sal 137)
  • Predicamos así, y así lo creísteis vosotros (1 Cor 15, 1-11)
  • Dejándolo todo, lo siguieron (Lc 5, 1-11)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

La liturgia de la palabra de este domingo nos presenta a dos grandes creyentes, Isaías y Pedro, en el trance de descubrirse pecadores. El hombre sólo se descubre pecador cuando se encuentra con Dios, como les ocurre a Isaías y a Pedro. Quienes no se han encontrado con Dios no pueden reconocerse pecadores, sino, a lo sumo, egoístas, débiles, frágiles, inconstantes, necios, torpes, pero no pecadores. Porque el pecado es una violencia arbitraria y gratuita contra Dios, es una rebelión en toda regla contra Aquel que nos da el ser.

La conciencia de pecado sólo nace cuando el hombre descubre que existe porque Otro le abraza y le da el ser; y sin embargo inflige una bofetada a Aquel que le abraza porque quiere vivir fuera de ese abrazo. El pecado es una violencia arbitraria y gratuita contra Dios, es querer vivir lejos de Él, como el hijo pródigo, o querer comerse un cabrito con los amigos pero sin el padre, como el otro hijo de la parábola. El pecado es la peor de las injusticias porque es una injusticia cometida contra Aquel que es todo bondad, contra Aquel que es todo Amor. Es también la mayor necedad, porque es querer organizar la vida “como si Dios no existiera”, cuando en realidad “en él vivimos, nos movemos y existimos”, como dijo san Pablo en el areópago de Atenas (Hch 17, 28). Y ésa es la gran tragedia de nuestro tiempo: que el hombre, al organizar la vida al margen de Dios, se está suicidando. Y la cultura contemporánea es, en buena parte, un intento de ocultar este desastre. Porque al margen de Dios no hay nada, y, en los escasos momentos de silencio, el vacío se insinúa en el corazón.

“Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”, dice con toda lucidez Simón Pedro. Pues cuando el hombre se descubre pecador comprende que no merece estar en la presencia de Dios. Y aquí es donde el “Dios que es Amor” nos sorprende. Pues el Señor no sólo perdona nuestro pecado de manera completamente gratuita y generosa, como se ve en el relato de Isaías, sino que, a pesar de nuestro pecado, nos elige y nos asocia a su obra de salvación: “desde ahora serás pescador de hombres”, le dice el Señor a Pedro. Y eso mismo es lo que nos dice también a cada uno de nosotros después de cada una de nuestras caídas. Así de sorprendente y de maravilloso es Dios.

“Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, le siguieron”. Acababan de descubrir que había Alguien (Jesús) ante quien la realidad desplegaba posibilidades inesperadas; que la realidad más hostil y negativa (toda la noche pescando sin conseguir nada), abordada bajo la palabra de Jesús, “florecía”, se revestía de una fecundidad inesperada. Acababan de descubrir que en la persona de Jesús Dios les estaba dando un abrazo total, un abrazo que no censuraba nada, que no temía abrazar incluso su miseria, su negatividad, su pecado. Y comprendieron que lo más inteligente que podían hacer era irse con ese hombre, empezar a existir con El y para Él, porque sólo así se podría hacer realidad el sueño del corazón humano: que la belleza florezca por doquier, que todo, absolutamente todo, incluso lo negativo, se resuelva en la belleza.

Éste es también nuestro desafío: descubrir y vivir el abrazo misericordioso que Dios nos da en Cristo y dejarlo todo e irse con Él. Experimentar que todo, absolutamente todo, las enfermedades incurables, los reveses de  la vida, los fracasos, e incluso el pecado, puede ser transfigurado por ese abrazo de amor que Dios nos da en Cristo. De modo que la vida se resuelva en la alegría. Que el Señor nos lo conceda.