Oración de una mujer atea, adúltera y farsante

(Sarah es una mujer casada con Henry que está viviendo una relación con otro hombre, un escritor llamado Maurice. Ella ama a Maurice, pero ama también, de algún modo, a su marido y no quiere romper su matrimonio. En uno de sus encuentros, durante la Segunda Guerra Mundial, cuando está con Maurice en la cama, sobreviene un bombardeo. Cuando parecía que había terminado el bombardeo, Maurice baja al sótano para ver si había alguien en él. Y mientras está allí sobreviene una gran explosión. Sarah baja rápidamente por las escaleras a buscar a Maurice y le parece que está muerto. Y en ese momento, Sarah, que no es creyente, ora desesperadamente a Dios. Al reflexionar más tarde sobre lo acontecido escribe en su diario:)

Necesito a alguien que acepte la verdad de mi vida y al que yo no tenga que proteger. Y si soy una zorra y una farsante, ¿no habrá nadie en el mundo que ame a una zorra y a una farsante?

Me arrodillé en el suelo. Hacer aquello fue una locura: nunca me habían obligado a hacerlo de niña, ya que mis padres no creían en las oraciones, y yo tampoco. No tenía ni idea de lo que podía decir (…) Me arrodillé y apoyé la cabeza en la cama, y deseé poder creer. Amado Dios, dije -¿por qué amado, por qué amado?-, haz que crea. Yo no creo. Haz que crea. Dije: soy una zorra y una farsante y me odio a mí misma. No sirvo para nada bueno. Haz que crea. Cerré los ojos y los apreté muy fuerte y me clavé las uñas en las palmas de las manos hasta que no sentí nada más que dolor. Y dije: creeré. Deja que viva y yo creeré. Dale una oportunidad. Deja que disfrute de su felicidad. Hazlo y yo creeré. Pero eso no será suficiente. Amar no hace daño. Así que dije: lo amo y haré lo que sea con tal de que le permitas vivir. Dije muy despacio: lo dejaré para siempre si permites que viva y le das una oportunidad, y me clavé las uñas con mucha más fuerza hasta que sentí el desgarrón de la piel, y dije: la gente se ama sin verse, ¿no es cierto?, y la gente te ama durante toda la vida sin haber llegado a verte. Y entonces él apareció por la puerta, y estaba vivo, y pensé: ahora empieza la agonía de tener que vivir sin él, y deseé que volviera a estar muerto debajo de la puerta.

(Un año y medio más tarde, en una noche lluviosa y desapacible, consumada ya la ruptura con Maurice, Sarah sale de su casa y camina bajo la lluvia en dirección a una iglesia católica. Más tarde escribe en su diario:)

Esta noche no soportaba estar en casa, así que he salido a la calle y me he puesto a caminar bajo la lluvia. He recordado aquella ocasión en que me clavé las uñas en la palma de la mano, y aunque yo no lo supiera, Tú te introdujiste en mí a través del dolor. Aquella vez dije: “Deja que viva”, aunque yo no creía en Ti, pero mi falta de fe no te importó. La incorporaste a tu amor y la aceptaste como una ofrenda, y esta noche de lluvia me estaba empapando la gabardina y la ropa y me mojaba la piel, y yo tiritaba de frío, y ha sido la primera vez en que me ha parecido que estaba a punto de amarte a Ti. He llegado caminado bajo la lluvia hasta tus ventanas y quería quedarme toda la noche apostada allí solo para demostrarte que después de todo yo también puedo aprender a amar y ahora ya no le tengo miedo al desierto porque Tú estás allí. He vuelto a casa y me he encontrado a Maurice con Henry. Ha sido la segunda vez que Tú me lo has devuelto. La primera vez te odié por ello, pero Tú aceptaste mi odio igual que habías aceptado mi falta de fe y lo convertiste en tu amor, y te los guardaste para enseñármelos más tarde, para que así los dos pudiéramos reírnos juntos, igual que en ocasiones yo me reía de Maurice y le decía: “¿Recuerdas lo tontos que hemos sido…?”.

(Quince meses más tarde Sarah ha entrado en contacto con una especie de “predicador del ateísmo”, llamado Richard, que tiene su rostro marcado con una mancha en su mejilla y que intenta convencerla de que no hay Dios. Porque, sorprendentemente, el camino de Sarah se va a cercando a Dios. Y Sarah escribe en su diario:)

Ayer me compré un crucifijo, uno barato y feo porque lo tuve que comprar a toda prisa. Me puse roja cuando lo pedí en la tienda, ya que alguien podría verme comprándolo. En esas tiendas deberían poner cristales esmerilados en la puerta como hacen en las tiendas donde venden preservativos. Cuando me encierro con llave en mi dormitorio puedo sacarlo del fondo de mi joyero. Ojalá me supiera una oración que no fuera yo, yo, yo, mí, mí, mí, me, me, me. Ayúdame. Déjame ser feliz. Me, me, me. Mí, mí, mí.

Déjame pensar en la horrible mancha que tiene Richard en la mejilla. Déjame ver la cara de Henry cuando las lágrimas ruedan por sus mejillas. Deja que me olvide de mí. Amado Dios, he intentado amarte, pero lo he liado todo. Si supiera amarte, también sabría amarlos a todos ellos. Creo en tu leyenda. Creo que naciste de verdad. Creo que quisiste morir por todos nosotros. Creo que eres Dios. Enséñame a amar. Deja que mi dolor se haga eterno, pero no dejes que ellos sufran. Amado Dios, si pudieras descender de la cruz por un momento y dejar que me pusiera yo en tu lugar. Si yo pudiera sufrir como sufres tú, yo también podría sanar a los demás.

Siempre me inclino por el melodrama: creo estar dispuesta a soportar el dolor que sentiste en la cruz, pero luego no me atrevo a soportar veinticuatro horas de mapas y de guías Michelin. Amado Dios, no sirvo para nada. Sigo siendo la misma zorra y la misma farsante. Quítame ya de en medio.



Autor: Graham GREENE
Título: El final del affaire
Editorial: Libros del Asteroide, Barcelona, 2019, (pp. 149-150, 175-176, 186-188)