Todos los santos

15 de agosto 

1 de noviembre de 2022

(Ciclo C - Año par)





  • Vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas (Ap 7, 2-4. 9-14)
  • Esta es la generación que busca tu rostro, Señor (Sal 23)
  • Veremos a Dios tal cual es (1 Jn 3, 1-3)
  • Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo (Mt 5, 1-12a)
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Sólo Dios es santo (“porque sólo Tú eres santo”). Sin embargo los primeros cristianos se denominaban a sí mismos “los santos", y lo hacían con toda naturalidad, hablando como de pasada, revelando así una autoconciencia, una manera de definirse, que era común a todos ellos. Así vemos, por ejemplo, que Ananías le dice al Señor: "Señor, he oído a muchos hablar de ese hombre y de los muchos males que ha causado a tus santos en Jerusalén" (Hch 9,13). Pablo, cuando pide dinero para los cristianos pobres de Jerusalén, afirma estar haciendo una colecta "para los santos" (1Co 16,1-2), "en bien de los santos" (2Co 8,4). Cuando recomienda a Estéfanas lo elogia diciendo que "se ha puesto al servicio de los santos" (1Co 16,15). Pedro, después de resucitar a la joven Tabita, "llamó a los santos y a las viudas" y se la presentó viva (Hch 9,32-41).

La belleza de Dios

Catequesis parroquial nº 171

Autor: D. Fernando Colomer Ferrándiz
Fecha: 26 de octubre de 2022


XXXI Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

30 de octubre de 2022

(Ciclo C - Año par)





  • Te compadeces de todos, porque amas a todos los seres (Sab 11, 22 - 12, 2)
  • Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey (Sal 144)
  • El nombre de Cristo será glorificado en vosotros y vosotros en él (2 Tes 1, 11 - 2, 2)
  • El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido (Lc 19, 1-10)
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La primera lectura de hoy, sacada del libro de la Sabiduría, nos describe de manera muy bella el obrar de Dios con nosotros. Nos explica que Dios tiene paciencia con cada hombre, porque los ama a todos y no quiere que ninguno se pierda. La paciencia es algo divino, no humano. El Señor, en efecto, “conoce nuestra masa, se acuerda de que somos barro” (Sal 102, 14), y por eso procede con nosotros poco a poco, adaptándose a nuestro ritmo. Nos recuerda también que para encontrarnos con Dios es imprescindible el arrepentimiento y que Él, en su bondad y en su paciencia, nos va conduciendo hacia él. La historia de Zaqueo, en el evangelio, lo pone de relieve.

Como una danza

Concedednos, Señor, vivir nuestra vida,
no como una partida de ajedrez donde todo está calculado,
no como una competición en la que todo es difícil,
no como un teorema que nos rompe la cabeza,
sino como una fiesta sin fin en la que el encuentro con Vos se renueva,
como un baile, como una danza,
entre los brazos de vuestra gracia,
en la música universal del amor.
Señor, venid a invitarnos a danzar.


Madeleine Delbrêl


XXX Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

23 de octubre de 2022

(Ciclo C - Año par)





  • La oración del humilde atraviesa las nubes (Eclo 35, 12-14. 16-19a)
  • El afligido invocó al Señor, y él lo escuchó (Sal 33)
  • Me está reservada la corona de la justicia (2 Tim 4, 6-8. 16-18)
  • El publicano bajó a su casa justificado, y el fariseo no (Lc 18, 9-14)
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La liturgia de la palabra de hoy nos habla de la relación con Dios, que se expresa de modo privilegiado en la oración. Viene a decirnos que nuestra manera de orar puede revelarnos cómo es nuestra relación con Dios. Ya la primera lectura nos recuerda que el pobre alcanza el favor de Dios, que Dios es sensible a la llamada del pobre y que, en cambio, añade el evangelio, la fatuidad humana aleja de Dios.

Lo que hace que el hombre sea humilde o fatuo en su relación con Dios, es, como recuerda Benedicto XVI,  la orientación de su mirada: quien centra su mirada en Dios, queda sobrecogido por la gratuidad de su Amor, por su paciencia, por su bondad y generosidad; y, de rebote, se ve a sí mismo pequeño, mezquino, impuro: porque su mirada está centrada en Aquel que es la generosidad y la pureza en persona. Quien, en cambio, centra su mirada en sí mismo, busca términos de comparación que le favorezcan, y ve a Dios de rebote, como Aquel que tiene que sancionar la supuesta excelencia y bondad de uno mismo.

El silencio

Ningún amor verdadero empieza nunca sin su antesala de silencio y asombro; quizá tampoco ninguna verdadera enseñanza ni ninguna auténtica pregunta. Ninguna música. Sin ámbitos de silencio, sin lugares de silencio, sin preludios o pausas de silencio, nada puede engarzarse bien, echar a andar o seguir andando con verdadera fecundidad. En nuestro colosal griterío nihilista, cada vez tenemos mayor falta de lugares y tiempos de silencio, de un silencio más silencioso y espacioso. Necesidad incluso del silencioso vacío de la inmensidad en última instancia, del yermo o el páramo o el desierto, de la pura extensión, como drenaje del confuso chisporroteo continuo de ruidos e imágenes a que estamos sometidos y, luego, como lugar de acogida de la nitidez y la concreción de la presencia.

El silencio acoge, el silencio cunde, rinde, concreta, da de sí, el silencio provee y aprovecha. ¿No has visto todo lo que puede llegar a cundir el silencio cuando apagas de repente tus aparatos o te desconectas de tus dispositivos y te pones a escuchar o no te pones a nada?, ¿cuando empiezas por no encender nada y no conectarte a nada? Donde tienes que conectarte primero mayormente es a ti mismo, me digo, que sueles andar inconexo, mostrenco; ponerte primero a dejarte, y luego ya irá viniendo todo y habrá de todo lo demás. Dejarte ver y respirar, oír y respirar, estar y respirar; dejarte ir sacando a las cosas poco a poco de la indiferencia en que las habías sumido y respirar hasta que hayas conectado con algo parecido a un secreto fondo de la vida que hace que entonces todo vuelva a reconectarse y entre en vigor una nueva alianza a partir de la cual ya todo lo que hagas, incluso trajinar con artilugios, esté más cerca de su mejor posibilidad y de tu mejor tú, el que recibe con aprecio y da cabida, el que acoge y aprovecha.

Autor: J. A. GONZÁLEZ SAINZ
Título: La vida pequeña. El arte de la fuga
Editorial: Anagrama, Barcelona 2021, (pp. 169-170)

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XXIX Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

16 de octubre de 2022

(Ciclo C - Año par)





  • Mientras Moisés tenía en alto las manos, vencía Israel (Éx 17, 8-13)
  • Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra (Sal 120)
  • El hombre de Dios sea perfecto y esté preparado para toda obra buena (2 Tim 3, 14 - 4, 2)
  • Dios hará justicia a sus elegidos que claman ante él (Lc 18, 1-8)
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El evangelio de hoy sale al paso de una pregunta que a menudo nos hacemos con cierta angustia: ¿Sirve para algo la oración? ¿Se interesa Dios por quien se dirige a Él en la oración? ¿O la oración va en realidad dirigida al viento y con él se pierde? ¿Tiene de verdad eficacia la oración? Muchas veces parece que Dios no reacciona ante nuestras plegarias, nosotros no advertimos su ayuda y entonces cabe preguntarse si no sería más lógico reconocer que estamos solos con nuestros problemas y que nos las tenemos arreglar por nosotros mismos.

Jesús que conoce nuestro corazón y que sabe que estas cuestiones se insinúan en él, sale al paso con esta parábola del juez indigno y de la pobre viuda, para decirnos que hemos de orar siempre, sin cansarnos, con una confianza inagotable, y que no nos tenemos que desanimar porque pase el tiempo y todo siga igual.

Frases...

Tengo agua, comida y un techo. También, tras la ventana, la cinta de plata del río, el perfil de un monte, la vidriera azul del cielo. Sólo me falta la pureza necesaria para verlo.



(Gabriel INSAUSTI, Récord de permanencia, Rialp, Madrid, 2020, p. 17)

XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

9 de octubre de 2022

(Ciclo C - Año par)





  • Volvió Naamán al hombre de Dios y alabó al Señor (2 Re 5, 14-17)
  • El Señor revela a las naciones su salvación (Sal 97)
  • Si perseveramos, también reinaremos con Cristo (2 Tim 2, 8-13)
  • ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero? (Lc 17, 11-19)
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Uno de los destinos más duros que le podían advenir a un hombre en tiempos de Jesús era la lepra. Pues quien tenía esta enfermedad quedaba rigurosamente excluido de la familia y de la aldea, viéndose obligado a vivir al margen de la comunidad humana. Podía tener vida en común sólo con personas afectadas de la misma enfermedad. Si una persona sana llegaba a sus parajes, el leproso debía reclamar su atención con gritos o con un pequeño cencerro o una campanilla.

Las horas puras

Una de las formas en las que la dimensión de gratuidad que acompaña a la existencia humana, puede aparecer es lo que se puede llamar las horas puras. No entendemos por esto un proceso, sino un estado; aquel en el que la vida se basta, se colma y se siente libre y en calma. Se sabe que todo es bueno. No hay nada más que desear. La existencia es perfecta. Las tensiones que sostienen la vida no han sido eliminadas sino que han entrado en un estado que, lleno de sentido, oscila a la vez ligeramente y promete lo definitivo. El crepúsculo de un día esplendoroso es como un símbolo de este estado: las cosas aparecen dueñas de su más íntima forma esencial y, a la vez, transparentan lo más propio suyo. Algo inefable está presente y hace feliz. El hombre experimenta como una culminación y un íntimo sosiego en el que la vida aparece llena de sus posibilidades y esperanzas. Es una experiencia de plenitud, de cumplimiento, de acabamiento, aunque persiste la conciencia de la fragilidad de nuestro ser y de nuestro mundo. Pero es como si, por un momento, nos hubiera visitado un ángel.

XXVII Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 


2 de octubre de 2022

(Ciclo C - Año par)




  • El justo por su fe vivirá (Hab 1, 2-3; 2, 2-4)
  • Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón» (Sal 94)
  • No te avergüences del testimonio de nuestro Señor (2 Tim 1, 6-8. 13-14)
  • ¡Si tuvierais fe! (Lc 17, 5-10)
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Tanto la primera lectura como el evangelio de hoy nos hablan de la fe. En la primera lectura el profeta Habacuc nos ha dicho: “El injusto (esto es, el hombre que no cree en Dios) tiene el alma hinchada; pero el justo vivirá por su fe”. El alma del injusto está hinchada a causa de su ego, que es tan grande que ocupa todo el espacio de su alma, sin dejar lugar para Otro. La fe es lo contrario de esta hinchazón del alma: es un hueco, un vacío, por el cual puede instalarse Otro, puede entrar en nosotros Dios. El injusto no deja sitio para Dios, todo lo llena su ego, su personalidad, sus ideas, sus planes, sus proyectos. “Creer” es hacer sitio para que en mi vida entren los planes y los proyectos de Otro, del Señor. Por eso en el salmo responsorial hemos repetido: “escucharemos tu voz, Señor”, que es como decir “te haremos sitio en nosotros, Señor”.