XXVII Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 


2 de octubre de 2022

(Ciclo C - Año par)




  • El justo por su fe vivirá (Hab 1, 2-3; 2, 2-4)
  • Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón» (Sal 94)
  • No te avergüences del testimonio de nuestro Señor (2 Tim 1, 6-8. 13-14)
  • ¡Si tuvierais fe! (Lc 17, 5-10)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

Tanto la primera lectura como el evangelio de hoy nos hablan de la fe. En la primera lectura el profeta Habacuc nos ha dicho: “El injusto (esto es, el hombre que no cree en Dios) tiene el alma hinchada; pero el justo vivirá por su fe”. El alma del injusto está hinchada a causa de su ego, que es tan grande que ocupa todo el espacio de su alma, sin dejar lugar para Otro. La fe es lo contrario de esta hinchazón del alma: es un hueco, un vacío, por el cual puede instalarse Otro, puede entrar en nosotros Dios. El injusto no deja sitio para Dios, todo lo llena su ego, su personalidad, sus ideas, sus planes, sus proyectos. “Creer” es hacer sitio para que en mi vida entren los planes y los proyectos de Otro, del Señor. Por eso en el salmo responsorial hemos repetido: “escucharemos tu voz, Señor”, que es como decir “te haremos sitio en nosotros, Señor”.

Cuando el hombre “hace sitio” a Dios, entonces pueden ocurrir cosas insólitas. El evangelio de hoy viene a continuación de la exhortación que ha hecho el Señor a los apóstoles para que perdonen siempre: “si siete veces al día tu hermano te ofende y te pide perdón, le perdonarás”. Los apóstoles se han asustado: alguien que te ofende siete veces en un día (“siete” es el número del infinito en la Biblia) es ciertamente alguien insoportable; y Jesús les acaba de decir que lo tienen que perdonar siempre (con lo cual no se lo sacarán de encima nunca). Ellos piensan que esto es imposible. Pero ellos han visto ya muchas veces que lo imposible se ha hecho realidad gracias a la fe. Han visto muchas veces que Jesús hacía cosas humanamente imposibles y que decía a los beneficiarios de esos milagros: “tu fe te ha salvado”, o “todo es posible al que cree”. Por eso, porque están confrontados a algo imposible (perdonar siempre), ellos le piden: “auméntanos la fe”.

Jesús aprovecha esta súplica para hablarles de la fe, para decirles que la fe, incluso siendo pequeña, permite a Dios obrar grandes cosas en la vida del hombre. Les dice que lo importante de la fe no es “mucho o poco” sino que sea fe de verdad. Si hay un poco de fe, el Señor con ese poco hará maravillas. Pero ha de ser fe de verdad, es decir, apertura a Dios, brazos tendidos hacia Él, disponibilidad y no-resistencia a que Él me abrace. Si hay algo de esto, el Señor hará su obra. En el Cantar de los cantares la Esposa confiesa que el Esposo “metió la mano por el agujero de la cerradura, y toda entera me estremecí” (5, 4): basta que el hombre haga un hueco a Dios, aunque sea pequeño como el agujero de una cerradura, para que Dios pueda conmocionarnos, hacernos capaces de cosas imposibles (como que una morera -árbol de abundantes raíces- sea arrancada con todas sus raíces del suelo y plantada ¡en el mar!). O como perdonar siempre, perdonar y amar a aquellos que me hacen la vida imposible, es más, que me quitan la vida.

La fe, queridos hermanos, es un don que baja del cielo. Pero para que sea acogido ese don hace falta que el hombre haga en sí mismo esa “hendidura”, ese “agujero”, o “hueco”, o “vacío”, o “sitio” del que estamos hablando. Así lo explica san Cirilo de Alejandría: “Porque en lo que a la fe se refiere parte depende de nosotros y parte es un don de la divina gracia. Cuando digo ‘depende de nosotros’, me refiero a tomar la iniciativa y tener confianza, esto es, fe en Él con todas nuestras fuerzas. Y es don de la gracia divina consolidarnos en ella con fortaleza”.

Y la manera de hacer este lugar para la fe es la oración.  La oración es el “espacio” que hago en mi vida para que entre Dios.

Seamos hombres y mujeres de oración, para que el Señor pueda obrar en nuestras vidas cosas grandes, las que Él quiera; por ejemplo que sepamos perdonar siempre, que seamos sembradores de paz y de reconciliación, que tengamos esperanza para todos. Que tengamos también la audacia de invitar a todos los hombres a orar. Porque todo hombre puede orar, incluso el ateo. El ateo puede orar diciendo: “Oh Dios, si existes, por favor, manifiéstate a mí, haz que yo te encuentre”.