Todos los santos

15 de agosto 

1 de noviembre de 2023

(Ciclo A - Año impar)





  • Vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas (Ap 7, 2-4. 9-14)
  • Esta es la generación que busca tu rostro, Señor (Sal 23)
  • Veremos a Dios tal cual es (1 Jn 3, 1-3)
  • Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo (Mt 5, 1-12a)
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- Cantidad. Lo primero que llama la atención en esta fiesta es la afirmación que hace la Iglesia de que hay muchos, muchísimos santos: “una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar” (Ap). Los que la Iglesia venera, inscribiéndolos en el catálogo de los santos, son una pequeñísima parte de esa muchedumbre. En ella están tantos y tantos hermanos nuestros, que han sido en esta tierra padres y madres de familia, hombres y mujeres solteros, sacerdotes, religiosos, personas más o menos anónimas que, a pesar de sus fallos, han abierto su corazón a Dios. Nosotros esperamos que en esa muchedumbre estén nuestros antepasados, nuestros seres queridos; también nuestros enemigos, aquellos con los que no hemos sabido entendernos aquí en la tierra: que después, en el cielo, estemos por fin todos juntos y reconciliados.

- Identidad y diferencia. Todos los santos reflejan el rostro bendito del Señor, alguno o algunos de los rasgos de ese rostro. El evangelio de hoy nos ha descrito ese rostro mediante las nueve bienaventuranzas que nos narra san Mateo. Cada uno de los santos ha reflejado en su vida alguna de esas bienaventuranzas, ha sido una pequeña encarnación del rostro de Cristo. Y por eso está en el cielo. Los santos son Cristo en medio de nosotros; no valen por sí mismos, sino por Aquel que se hace presente en ellos.

XXX Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto  

29 de octubre de 2023

(Ciclo A - Año impar)





  • Si explotáis a viudas y a huérfanos, se encenderá mi ira contra vosotros (Ex 22, 20-26)
  • Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza (Sal 17)
  • Os convertisteis, abandonando los ídolos, para servir a Dios y vivir aguardando la vuelta de su Hijo (1 Tes 1, 5c-10)
  • Amarás al Señor tu Dios, y a tu prójimo como a ti mismo (Mt 22, 34-40)
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La pregunta que le hacen hoy al Señor en el evangelio tiene pleno sentido dentro del judaísmo, donde hay 613 preceptos -entre mandatos y prohibiciones- que constituyen la Torah, La Ley de Dios, que el judío piadoso tiene que cumplir. ¿Cuál es el más importante de todos estos preceptos, aquel en cuya observancia está Dios más interesado, aquel que, en cierto modo, nos da la clave de todos los demás?

La respuesta del Señor empieza con una palabra: amarás. Con ello ya se nos está diciendo que la clave de todos los preceptos es el amor. “Amor” es una palabra que nosotros asociamos inmediatamente al sentimiento, a la afectividad. Sin embargo, conviene recordar que, el amor, en la Biblia, designa, ante todo, una decisión de vincularse a alguien, a quien se le conceden, por esa vinculación, unos derechos sobre uno mismo, y a los actos concretos que alimentan esa decisión: amar es hacer alianza con aquel a quien se ama. Y “hacer alianza” significa unir mi destino al destino de otro y saber que, a partir del momento en que he sellado una alianza, yo puedo contar siempre con esa persona, para caminar hacia mi destino, como ella puede contar conmigo para caminar hacia el suyo.

Ser uno mismo

¿Quién soy yo? Esta es una de las preguntas más difíciles de responder. Porque no se trata de averiguar cómo soy yo, sino de percibir quién soy yo, es decir, mi identidad única e irrepetible, y eso es un misterio que sólo se nos desvelará cuando el Señor, en su infinita misericordia, nos entregue la piedrecita blanca en la que está grabado “un nombre nuevo que nadie conoce sino el que lo recibe” (Ap 2, 17). Ese nombre nuevo es el que define mi verdadera identidad, la que Dios me confió como llamada y tarea, la que he ido realizando a tientas durante mi vida terrena y la que, finalmente, el Señor me ha regalado.

Es muy importante ser fiel a la misión que Dios le ha confiado a cada uno. Lo expresa Newman en uno de sus sermones: “Yo he sido creado para hacer o para ser algo para lo cual ningún otro ha sido creado; yo ocupo en los consejos y en el mundo de Dios un lugar que no ocupa ningún otro; tanto si soy rico como si soy pobre, si soy estimado o desdeñado por los hombres, Dios me conoce y me llama por mi nombre. Dios me ha creado para un determinado servicio; me ha confiado un trabajo a realizar que no ha confiado a ningún otro. Tengo que realizar una misión cuyo sentido no descubriré quizás mientras esté en este mundo, pero que descubriré en el otro. Yo soy de cierta manera necesario a sus planes, tan necesario en mi lugar como un arcángel en el suyo (…) En la gran obra de Dios yo tengo que desempeñar un papel; yo soy un eslabón, un vínculo entre personas. No me ha creado para nada. Yo haré el bien, yo ejecutaré la tarea que me ha encomendado” .

XXIX Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

22 de octubre de 2023

(Ciclo A - Año impar)





  • Yo he tomado de la mano a Ciro, para doblegar ante él las naciones (Is 45, 1. 4-6)
  • Aclamad la gloria y el poder del Señor (Sal 95)
  • Recordamos vuestra fe, vuestro amor y vuestra esperanza (1 Tes 1, 1-5b)
  • Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios (Mt 22, 15-21)
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El Evangelio de hoy, queridos hermanos, nos permite comprender la curiosa y difícil, e incómoda, condición de los cristianos, que, por el bautismo, hemos muerto y resucitado con Cristo (Col 2, 12) y hemos sido sentados con Él en el cielo (Ef 2, 6), pero que, sin embargo, seguimos viviendo aquí en la tierra, en este mundo que es provisional y que desparecerá cuando vuelva el Señor y nos regale unos “nuevos cielos y una nueva tierra en los que habite la justicia” (2P 3, 13). Nuestra paradójica situación consiste en que, por el bautismo y la vida nueva que él nos otorga “somos ciudadanos del cielo” (Flp 3, 20), aunque todavía vivimos en la tierra y estamos sometidos a las leyes propias de este mundo terreno. Esta doble ciudadanía, del cielo y de la tierra, puede inducirnos a la tentación de despreciar las leyes de la tierra con la excusa de que nuestra ciudadanía más verdadera y definitiva es la del cielo. Y aquí la palabra del Señor nos advierte de que este desprecio no sería el camino adecuado.

Pues dad al César lo que es del César significa que el Señor declara legítimo el orden temporal y nos enseña que el cristiano, en principio, respeta ese orden temporal y se mueve en él con naturalidad, acatando las leyes que le son propias. A la luz de esta enseñanza de Jesús, san Pablo escribirá más tarde a los cristianos de Roma: “Todos deben someterse a las autoridades constituidas… Dad, pues, a cada uno lo que corresponda: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honor, honor” (Rm 13,1.7).

El bautismo



1. El encuentro con Jesucristo.

El bautismo es la manera concreta como Jesucristo te encuentra en tu vida y te dice sígueme (Mc 2, 14). En él está en juego el ser mismo del cristiano. Uno no se hace cristiano por aprender una doctrina y practicarla sino por tener un encuentro con una persona, con Jesucristo, y comprender, a través de ese encuentro, que Él es el significado de la vida, que las cosas son como Él las ve (fe), que los anhelos del corazón son los que Él desvela y cumple a la vez (esperanza) y que la actitud correcta ante la realidad entera es la que Él proclama y vive (caridad).

En ese encuentro uno comprende, además, que ver, sentir y actuar como Él actúa, es algo que no nace de la carne y de la sangre (Jn 1, 13), es decir, que no surge espontáneamente del hombre, de una decisión de su libertad, sino que es algo que sólo puede ocurrir si uno nace de lo alto (Jn 3, 3), si el propio ser es, de nuevo, remodelado, estructurado, según el querer y el actuar de Dios: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios (Jn 3, 5). Por eso nadie puede hacerse cristiano a sí mismo, sino que tiene que ser hecho cristiano por otro, en realidad, por el mismo Dios. La libertad desempeña aquí un papel capital pero secundario: se trata de acoger lo que te es dado, lo que te es ofrecido y propuesto. Pero la iniciativa de la propuesta no es tuya, es de Dios. De ahí que para ser cristiano uno tenga que ser bautizado, es decir, tenga que agachar la cabeza -reconocer que no es la propia libertad la fuente última del significado- y acoger como un don del cielo el agua vivificadora que se derrama sobre él en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28, 19).

XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

15 de octubre de 2023

(Ciclo A - Año impar)





  • Preparará el Señor un festín, y enjugará las lágrimas de todos los rostros (Is 25, 6-10a)
  • Habitaré en la casa del Señor por años sin término (Sal 22)
  • Todo lo puedo en aquel que me conforta (Flp 4, 12-14. 19-20)
  • A todos los que encontréis, llamadlos a la boda (Mt 22, 1-14)
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La parábola del evangelio de hoy nos habla, queridos hermanos, de la historia de la salvación y nos la describe como un banquete de bodas, subrayando el carácter dramático que lo acompaña.

Ya en el Antiguo Testamento el amor de Dios hacia los hombres se nos había revelado como un amor esponsal, tal como lo vemos en el Cantar de los cantares, en el profeta Oseas y también en el profeta Isaías, que llega a pronunciar esta contundente frase: “el que te creó te desposa” (Is 54,5). Estas bodas se han cumplido en la encarnación del Hijo de Dios, en la que “Dios Padre casó a su Hijo cuando le unió a la naturaleza humana en el seno de la Virgen, cuando quiso que el que era Dios en la eternidad, se hiciese hombre en el tiempo”, según afirma san Gregorio Magno.

El carácter dramático que acompaña a estas bodas reside, en primer lugar, en la indiferencia con la que los invitados a la boda responden a la invitación de Dios: “Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios”. El interés por las cosas de este mundo y de esta vida se antepone al deseo de Dios: no se encuentra tiempo para atender la invitación de Dios. Y el drama sube de tono cuando algunos, no sólo no atienden a la invitación divina, sino que esta invitación genera en ellos una agresividad tal que “echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos”. Así ha ocurrió con los profetas y con Jesucristo, y así sigue ocurriendo con los cristianos hoy en día.

Frases...

La contemplación del Misterio no produce inquietud, sino paz. Esta es la diferencia entre la atracción pagana por “lo mistérico” y la reverencia cristiana ante el Misterio.



Dora RIVAS, Raíces en el cielo, Cypress Cultura, Polonia, 2021, p. 22


San Policarpo de Esmirna

Señor, Dios Todopoderoso, Padre de Jesucristo, tu hijo amado y bendito, por el que te hemos conocido, Dios de los ángeles y de las potestades, Dios de toda la creación y de toda la familia de los justos que viven en tu presencia.

Te bendigo por haberme juzgado digno de este día y de esta hora, digno de ser contado entre el número de tus mártires y de participar en el cáliz de tu Cristo, para resucitar a la vida eterna del alma y del cuerpo en la incorruptibilidad del Espíritu Santo.

Pueda yo hoy, con ellos ser recibido en tu presencia, como oblación preciosa y bienvenida: Tú me preparaste para ello, Tú me lo mostraste. Has guardado tu promesa, Dios de la fidelidad y de la verdad. Por esta gracia y por todo, te alabo, te bendito, te glorifico por medio del eterno y celestial sacerdote, Jesucristo, tu amado hijo.

Por Él, que está contigo y con el Espíritu Santo, gloria te sea dada ahora y por los siglos venideros. Amén.



(Oración que pronunció san Policarpo, obispo de Esmirna, de 86 años de edad, 
cuando estaba atado al poste para ser quemado, en el año 156)

XXVII Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

8 de octubre de 2023

(Ciclo A - Año impar)





  • La viña del Señor del universo es la casa de Israel (Is 5, 1-7)
  • La viña del Señor es la casa de Israel (Sal 79)
  • Ponedlo por obra, y el Dios de la paz estará con vosotros (Flp 4, 6-9)
  • Arrendará la viña a otros labradores (Mt 21, 33-43)
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La imagen de la viña sirve, tanto en el evangelio como en la primera lectura de hoy, para describirnos sintéticamente el drama de la historia de la salvación. Este drama consiste precisamente en que Dios, para realizar su plan de salvación universal, ha elegido una porción de la humanidad a la que ha cuidado y educado con todo cariño, para que le sirviera de instrumento de su obra de salvación; y esta porción de la humanidad, que es la casa de Israel, que es la Iglesia, que es el alma de cada bautizado, en vez de existir para el Señor, en vez de florecer y fructificar para Él, ha querido existir, florecer y fructificar para sí misma, en vez de para Dios.

Para recordarle que la razón de su existencia era ser el pueblo de Dios, es decir, su pertenencia total al Señor, el Señor ha ido enviando a los profetas. Cada uno de ellos, a su manera y según las circunstancias de su tiempo, ha dicho en el fondo lo mismo: no existís para vosotros mismos sino para Dios, la razón de ser de vuestra existencia no es que exista un pueblo más, sino que ese pueblo sea de Dios, y que por lo tanto exista, funcione, actúe, florezca y dé frutos para Dios, como signo de la presencia de Dios en medio de los hombres y de su voluntad salvadora. Y este mensaje ha sentado siempre mal, porque los miembros de ese pueblo han querido existir para ellos en vez de para Dios. Por eso han maltratado a los profetas.

Frases...



Jesús es la estrella polar de tu libertad, sin Él pierdes la orientación, pues sin el conocimiento de la verdad la libertad se desorienta y confunde, y el corazón siente gran soledad.


(Benedicto XVI)

El Paraíso original

Léon Bloy piensa que sólo en el paraíso original el hombre puede conocerse en verdad: “Sólo se puede ser uno mismo remontándonos al estado anterior a la Caída. Porque ver a Dios es, por fin, verse a sí mismo. Cuando nosotros veremos a Dios tal cual es, nos veremos también a nosotros mismos, tal cual somos, por fin, sin velo. La experiencia de la identidad verdadera conduce a la desnudez primera, anterior a la Caída, al esplendor original de los hijos de Dios: ¡la Humanidad desnuda compareciendo ante la Divinidad desnuda! El Creador desnudo espera a su creatura desnuda. El paraíso terrestre era un lugar en el que toda la especie humana estaba socializada, unificada, en la persona del Primer hombre, era santa, por gracia y por naturaleza, inundada por la luz beatífica, resplandeciente de gloria y de belleza. Era como un diluvio de alegría en un diluvio de esplendor”.



Autor: François ANGELIER

Título: Bloy ou la fureur du Juste

Editorial: Éditions Points, 2015, (pp. 137-138)




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