Señor, Dios Todopoderoso, Padre de Jesucristo, tu hijo amado y bendito, por el que te hemos conocido, Dios de los ángeles y de las potestades, Dios de toda la creación y de toda la familia de los justos que viven en tu presencia.
Te bendigo por haberme juzgado digno de este día y de esta hora, digno de ser contado entre el número de tus mártires y de participar en el cáliz de tu Cristo, para resucitar a la vida eterna del alma y del cuerpo en la incorruptibilidad del Espíritu Santo.
Pueda yo hoy, con ellos ser recibido en tu presencia, como oblación preciosa y bienvenida: Tú me preparaste para ello, Tú me lo mostraste. Has guardado tu promesa, Dios de la fidelidad y de la verdad. Por esta gracia y por todo, te alabo, te bendito, te glorifico por medio del eterno y celestial sacerdote, Jesucristo, tu amado hijo.
Por Él, que está contigo y con el Espíritu Santo, gloria te sea dada ahora y por los siglos venideros. Amén.
(Oración que pronunció san Policarpo, obispo de Esmirna, de 86 años de edad,
cuando estaba atado al poste para ser quemado, en el año 156)