I Domingo de Cuaresma

1 de marzo de 2020
(Ciclo A - Año par)






  • Creación y pecado de los primeros padres (Gén 2, 7-9; 3, 1-7)
  • Misericordia, Señor, hemos pecado (Sal 50)
  • Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia (Rom 5, 12-19)
  • Jesús ayuna cuarenta días y es tentado (Mt 4, 1-11)
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El corazón del monje


Yo debía tener nueve o diez años. La familia estaba reunida alrededor de la mesa y nosotros comentábamos los sucesos de la jornada. Mi padre, un veterinario rural en el sur de Noruega, nos contó un encuentro turbador que había tenido ese día. Al llegar a una granja, había encontrado a su propietario trabajando el heno. Como hacía calor, el granjero, que no era precisamente joven, trabajaba con el torso desnudo. Su espalda, dio mi padre, estaba marcada por profundas cicatrices, señales inequívocas de flagelación. El hombre había sido prisionero de los alemanes durante la guerra, y había sufrido terribles torturas. Las marcas de este encarcelamiento, que normalmente permanecían escondidas, se mostraban ahora, como un testimonio involuntario, como una especie de confesión.

Nadie comentó este suceso, y la conversación tomó otros derroteros. Pero la imagen de esas heridas quedó grabada en mi espíritu e hicieron que, en una edad tan temprana, yo empezara ya a comprender que llegar a ser un hombre, suponía asumir una pesada carga; y que esa carga tenía que ser llevada con una fuerza que venía del interior; que se me había asignado una misión particular, que yo todavía no había identificado, y que me debía preparar para ser digno de ella.

El látigo, cuya imagen marcó mi infancia, continua siendo lo que siempre fue: sigue infligiendo verdaderas heridas que piden ser contempladas y sobre las cuales hay que llorar. Pero que pueden también ser curadas si son iluminadas por el resplandor del fuego que destruye las tinieblas, venido a este mundo bajo forma de amor, y que tan solo necesita un pequeño madero para inflamarse. Una vez que yo comprendí que hacerse monje era ofrecer su vida como un pequeño trozo de madera seca para que este fuego ardiera, adquirí una certeza: que era la única cosa que yo deseaba. Porque ese modo de vida me permitiría asumir, con total libertad, la tarea que me fue dada desde mi infancia, por una extraña anticipación.

Es una tarea que me solicita en todas las direcciones. Ser monje es habitar un universo sin límites, desgarrado entre alturas y profundidades, longitudes y anchuras que rozan el infinito. Vivida con sinceridad, la vida monástica es un hábitat de transformación. Los Padres describen como el corazón del monje es machacado, abierto y curado. Y como empieza a dilatarse hasta contener el mundo entero, interpelando a Dios por la angustia de los hombres y recordando a los hombres la indulgencia de Dios. El corazón del monje, como el de Cristo, es un tabernáculo. El corazón del monje se eleva en una alegría llena de confianza, precisamente porque ha sido puesta a prueba. La alegría que me faltó a menudo en mi juventud, me ha sido dada ahora, a la vez nueva y familiar. Sigo viendo las tinieblas, ¿cómo podría impedirlo? Pero han perdido ya su maleficio, porque sé que han sido traspasadas pro la luz: “Ni la tiniebla es oscura para ti, la noche es clara como el día” (Sal 138, 12). Esto, por encima de todo, no debe jamás ser olvidado.

(Erik VARDEN, Quand craque la solitude. La Mémoire et la Vie, Les Éditions du Cerf, Paris, 2018, pp. 9 ; 12 ; 17-18)

VII Domingo del Tiempo Ordinario

23 de febrero de 2020
(Ciclo A - Año par)






  • Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Lev 19, 1-2. 17-18)
  • El Señor es compasivo y misericordioso (Sal 102)
  • Todo es vuestro, vosotros de Cristo y Cristo de Dios (1 Cor 3, 16-23)
  • Amad a vuestros enemigos (Mt 5, 38-48)
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Esperar contra toda esperanza


“ESPERAR CONTRA TODA ESPERANZA” (Rm 4,18): LOS PECADOS Y LAS PRUEBAS DE LA ESPERANZA

El hombre está dividido hasta en sus profundidades, pues está atravesado por dos tendencias contrarias, constitutivas de su ser. Una que viene de Dios y que consiste en una afirmación del ser, en un tender hacia la plenitud del ser (y en esta tendencia se inserta la esperanza). La otra tendencia que viene de abajo, de la nada, y que tiende a engullir al hombre en el abismo de la nada del que lo ha sacado el acto creador de Dios; esta tendencia al no ser se manifiesta en el hombre por medio de una sutil y traidora nostalgia. “Dios, escribe Santo Tomás, no puede ser el origen de esta tendencia al no ser; es la propia criatura la causa de esta tendencia porque ella procede del no ser”.

La manifestación más evidente de esta tendencia al no ser es la desesperanza, que puede llegar hasta la desesperación. Se suele manifestar en forma de negación no de la omnipotencia divina en sí misma, sino de la posibilidad de ser perdonado en una determinada situación, en un determinado caso particular en el que se encuentra el sujeto. Hay una cierta tristeza insidiosa, que los antiguos llamaron acedía, que deprime el alma y que predispone de lejos a la desesperación. Hace falta, como observa Santo Tomás, un gran esfuerzo para que quien vive sumergido en la tristeza, sea sacudido y elevado hasta la consideración de las cosas “grandes y bellas. Por eso es muy importante “servir al Señor con alegría”. También la lujuria es causa remota de la desesperación; pues el hombre que vive entregado a ella pierde la libertad para desear las cosas espirituales, que se le convierten en extrañas, en fastidiosas, y acaban por desaparecer de su horizonte como ocurre tristemente hoy en día con algunos ancianos, cuya esperanza vital está definida por la lujuria).

Al pecado de desesperanza corresponde, en sentido contrario, el pecado de presunción que consiste en apelar a la misericordia divina para continuar pecando, rechazando las continuas invitaciones divinas al arrepentimiento. La presunción es un pecado contra el Espíritu Santo, puesto que es Él, de manera especial, quien desde dentro de nuestro corazón nos llama constantemente a la conversión. El “juego” de la presunción puede ir muy lejos; pero es un juego muy peligroso: “No os engañéis: de Dios nadie se burla. Pues lo que uno siembre, eso cosechará: el que siembre para su carne, de la carne cosechará corrupción; el que siempre para el espíritu, del espíritu cosechará vida eterna” (Ga 6,7-8).

Y sin embargo, afirma Santo Tomás, que, en igualdad de condiciones, la presunción es un pecado menor que la desesperación. Porque la presunción ofende a Dios en su Justicia mientras que la desesperación lo ofende en su Bondad infinita, por la que Él se inclina esencialmente a la misericordia y al perdón. También Santa Catalina de Siena sostiene esta opinión: “Utilizan ciertamente mal mi Bondad aquellos que, apoyándose en ella, siguen pecando. Pero yo no les quito la esperanza en la misericordia, para que en el último momento tengan a qué agarrarse y ello les impida caer en la desesperación bajo el peso de los remordimientos. Pues el pecado de desesperación me ofende más y es el más mortal de todos los pecados que hayan cometido a lo largo de su existencia” (Diálogo, cap. 132).


VI Domingo del Tiempo Ordinario

16 de febrero de 2020
(Ciclo A - Año par)






  • A nadie obligó a ser impío (Eclo 15, 15-20)
  • Dichoso el que camina en la ley del Señor (Sal 118)
  • Dios predestinó la sabiduría antes de los siglos para nuestra gloria (1 Cor 2, 6-10)
  • Así se dijo a los antiguos; pero yo os digo (Mt 5, 17-37)
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Protégeme del adversario

Oh Creador mío y Padre de bondad,
que conoces la pequeñez de mi naturaleza,
mantén lejos de mí la impetuosidad del adversario,
arranca de mis miembros la semilla del pecado,
extingue su ardor de mi corazón. Aproxima la mano de la curación
hasta mí y que ella cure los engaños de mi alma.

Liga mis sentidos interiores
con los lazos de la cruz.
acrecienta en mí la plenitud de tu amor,
mediante la comprensión del Crucificado.
Introduce mi pensamiento en el secreto de los misterios
de los que es portadora la cruz.
Graba en mi memoria la humildad de tu Hijo;
haz que crezca en mí el asombro
por la gracia de la salvación,
que has llevado a cabo en mi favor.

(Isaac de Nínive - Siglo VII)

V Domingo del Tiempo Ordinario

9 de febrero de 2020
(Ciclo A - Año par)






  • Surgirá tu luz como la aurora (Is 58, 7-10)
  • El justo brilla en las tinieblas como una luz (Sal 111)
  • Os anuncié el misterio de Cristo crucificado (1 Cor 2, 1-5)
  • Vosotros sois la luz del mundo (Mt 5, 13-16)
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La necesidad de consuelo

[El autor de este texto fue Stig Dagerman (1923-1954), poeta, novelista y crítico que se suicidó a los 31 años. Nihilista convencido, conocía demasiado bien la fuerza gravitacional que nos atrae hacia la tumba. En sus obras dirige una mirada tierna sobre las vidas de los seres humanos ordinarios. Pero, alejado como estaba de una visión bíblica, carecía de un impulso hacia las alturas, de una esperanza, y percibía la existencia humana como carente de sentido (Erik VARDEN, Quand craque la solitude. La Mémoire et la Vie, Les Éditions du Cerf, Paris, 2019, pp. 34-37)]

“No tengo fe y por lo tanto no puedo ser feliz, pues un hombre que teme que su vida sea un caminar absurdo hacia una muerte cierta no puede ser feliz. No he recibido en herencia ni dios, ni un punto fijo sobre la tierra en el que yo pueda llamar la atención de un dios: tampoco me han transmitido el furor disfrazado del escéptico ni el candor ardiente del ateo. En consecuencia no me atrevo a arrojar la piedra a quien cree en cosas que no me inspiran más que dudas, ni a quien cultiva su duda como si esta no estuviera, también, rodeada de tinieblas. Pues esa piedra me alcanzaría a mí mismo que estoy muy seguro de una cosa: que la necesidad de consuelo que posee el ser humano es imposible de saciar.

Por lo que a mí se refiere, persigo el consuelo como el cazador persigue a su presa. Dondequiera que me parece verlo en la selva de la vida, disparo. Muchas veces solo alcanzo el vacío pero, de cuando en cuando, una presa cae a mis pies. Y como sé que el consuelo solo dura lo que dura un soplo de viento en la cima de un árbol, me apresuro a apoderarme de mi víctima”. 

“Como uno a quien su madre consuela, así yo os consolaré y en Jerusalén seréis consolados” (Isaías 66, 13).
Stig Dagerman


Presentación del Señor

2 de febrero de 2020
(Ciclo A - Año par)






  • Llegará a su santuario el Señor a quien vosotros andáis buscando (Mal 3,1-4)
  • El Señor, Dios del universo, él es el Rey de la gloria (Sal 23)
  • Tenía que parecerse en todo a sus hermanos (Heb 2, 14-18)
  • Mis ojos han visto a tu Salvador (Lc 2, 22-40)
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