Lunes de la V Semana de Cuaresma

30 de marzo de 2020
(Ciclo A - Año par)






  • Ahora tengo que morir, siendo inocente (Dan 13, 1-9. 15-17. 19-30. 33-62)
  • Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo (Sal 22)
  • El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra (Jn 8, 1-11)
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“Dios eterno, que ves lo escondido” (Dn 13, 1-9. 15-17. 19-30. 33-62)

Susana se encuentra en un callejón sin salida, pues está siendo acusada falsamente y no tiene ninguna posibilidad de defensa. En esa situación desesperada, se remite a Dios, que conoce la verdad no sólo manifiesta, sino también escondida, de cada hombre. Y como siempre que un hombre no tiene más recurso que Dios –tal como le sucedió también a la reina Ester (Est 4, 17l)- el Señor asume su causa y le hace justicia, actuando y abriendo caminos allí donde parecía que no había ninguno. Son caminos que conducen siempre a la salvación y la rehabilitación del honor del inocente, como mínimo en la otra vida y, a veces también, en esta misma vida terrena. Porque Dios es el Señor de lo imposible.

“Tú, ¿qué dices?” (Jn 8, 1-11)

El hombre, cuando peca, merece siempre morir. Porque el pecado es la negación de lo que nos constituye y da el ser: la relación con Dios. Y al ignorar esa relación y actuar como si no existiera, el hombre pecador se está en realidad suicidando. Por eso san Pablo escribe, con toda razón, que “el salario del pecado es la muerte” (Rm 6, 23). Pero el único que está legitimado para ejecutar esa justa sentencia, es Aquel que está libre de pecado, que es Cristo. Y Cristo no quiere ejecutarla, porque prefiere dar una oportunidad al hombre pecador para que se desvincule de su pecado e inicie una vida nueva. Porque Dios no se complace en la muerte del pecador, sino en que se convierta de su conducta y viva (cf. Ez 33, 11). “Anda, y en adelante no peques más”.

Emergencia sanitaria: Incertidumbre y confianza

Quizás las declaraciones más inteligentes que se están haciendo en esta situación en la que nos encontramos son aquellas que dicen con toda honestidad: “no sabemos”. Porque es una situación inesperada, que nos ha sorprendido, y de la que no tenemos referentes semejantes que nos puedan orientar. En esa incertidumbre que, por lo demás, es un componente habitual de la vida humana, el cristiano profesa una confianza, que no nace de ningún optimismo sino de la fe en Dios: “el Señor es mi pastor (…) aunque pase por valles de tinieblas ningún mal temeré, porque tú vas conmigo” (Sal 22, 1. 4). Es mucho lo que se nos escapa de las manos, pero nada escapa de las manos de Dios: “en tu mano está mi destino” (Sal 30, 16). Es posible sentirse abandonado y solo pero “si mi padre y mi madre me abandonan, el Señor me recogerá” (Sal 26, 10). Que el Señor nos conceda dar el testimonio de esta confianza.