Sábado de la IV Semana de Cuaresma

28 de marzo de 2020
(Ciclo A - Año par)







La venganza del Señor (Jr 11, 18-20)

El profeta Jeremías confía su causa al Señor frente a las maquinaciones de sus enemigos y concluye su plegaria diciendo “que yo pueda ver cómo te vengas de ellos”. La venganza, que en el lenguaje bíblico designa ante todo un cierto restablecimiento de la justicia, una victoria sobre el mal, es algo que compete ejecutar a Dios: “Mía es la venganza, dice el Señor” (Dt 32, 35). Dios realizó su venganza, es decir, el establecimiento de la justicia divina, con la muerte de Cristo en la cruz: “A quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él” (2Co 5, 21). El Señor Jesús aceptó que el Padre del cielo cargara sobre sus espaldas los crímenes de toda la historia humana, asumiéndolos como propios, y que pagara por ellos muriendo en la cruz. De este modo la venganza divina se resuelve en una oferta de misericordia y reconciliación para el hombre pecador. Así se venga Dios y así se venga el cristiano: “No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien” (Rm 12, 21).

“Nadie ha hablado como él” (Jn 7, 40-53)

Los sumos sacerdotes habían enviado a la policía del Templo de Jerusalén a detener a Jesús, que estaba predicando dentro del Templo. Y cuando llegaron y lo encontraron rodeado de gente que le escuchaba, decidieron esperar a que terminara de hablar para detenerle. Y al escucharle descubrieron que nadie entendía tan bien su corazón como ese hombre, que nadie conocía tan bien los anhelos de su corazón, sus esperanzas y sus deseos más profundos. Y comprendieron que detener a aquel hombre era como suicidarse, como renegar de su propio ser, como renunciar al deseo de felicidad que nos hace personas. Y sin ponerse de acuerdo, sin discutir entre ellos, sin urdir ninguna conspiración contra sus jefes, regresaron sin haberlo detenido. Porque uno no puede detener a la felicidad y a la belleza, y ellos la habían encontrado en Él.

Emergencia sanitaria: La sonrisa

Decía M. Teresa de Calcuta que “la sonrisa es el inicio de la paz”. No estamos hechos para el aislamiento, para la incomunicación, y menos todavía para la guerra, para el cruce de acusaciones de unos contra otros, para la desconfianza recíproca y el reproche mutuo. Estamos hechos para la paz, para la convivencia armoniosa, para el reconocimiento y el amor mutuo, dentro de nuestras múltiples diferencias y sensibilidades. La sonrisa proclama que uno comprende esa diversidad y consiente en ella, que no se crispa, que no condena, y que quiere compartir el mundo y la vida con el otro. Hagamos el esfuerzo de sonreír. Aunque sea con mascarilla. Como una promesa de paz.