Lunes de la III Semana de Cuaresma

16 de marzo de 2020
(Ciclo A - Año par)






  • Muchos leprosos había en Israel, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el Sirio (2 Re 5, 1-15a)
  • Mi alma tiene sed del Dios vivo; ¿cuándo veré el rostro de Dios? (Sal 41)
  • Jesús, al igual que Elías y Eliseo, no fue enviado solo a los judíos (Lc 4, 24-30)
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No salva la penitencia sino la obediencia (2 Re 5, 1-15a)

Lo que aleja al demonio de nosotros no son los grandes sacrificios, ni los grandes esfuerzos, sino la humildad, como nos recuerdan constantemente los Padres del desierto y san Francisco de Sales siguiendo su estela. La presencia del mal está misteriosamente vinculada con el orgullo y la vanidad, y por eso es la humildad la que la vence. La primera reacción de Naamán, el general sirio, está determinada por ese orgullo y por esa vanidad, mientras que la actitud de sus servidores está hecha de humildad, de apertura a la realidad. Al hacer caso a sus servidores y obedecer así la palabra de Eliseo, Naamán obtiene la curación de la lepra, y lo que es más valioso todavía, el conocimiento del verdadero Dios: “Ahora conozco que no hay en toda la tierra otro Dios que el de Israel”.

Aceptar la libertad de Dios (Lc 4, 24-30)

Los hombres somos muy celosos, con toda razón, de nuestra propia libertad. Pero nos cuesta mucho aceptar la libertad de los demás y, sobre todo, la libertad de Dios. Santa Teresita del Niño Jesús inicia el relato de la historia de su vida narrando su descubrimiento de la libertad de Dios para elegir a quien Él quiera y narrando su humilde y gozosa aceptación de este misterio, que la consagraba a ella como pequeña, lejos de las grandezas de otros. Los paisanos de Jesús, que se había criado en Nazaret, no aceptan la libertad de Dios que les recuerda el Señor, y se rebelan tanto contra ella que intentan despeñarlo. Su actitud es la de quienes se consideran propietarios de Dios, de modo que el Señor no puede preferir a otros antes que a ellos. La consecuencia de esta actitud es que Cristo se aleje de ellos: “Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino”.

Emergencia sanitaria: descubrir el precio de la felicidad

El hecho de no poder participar en la celebración eucarística durante este tiempo es un ayuno con el que no contábamos. La privación de la asistencia a la celebración de la realidad más bella, que es la entrega sacrificial de Cristo para la salvación del mundo, tiene que aumentar en nosotros el deseo de ella y hacernos conscientes de la inmensa gracia que supone poder participar en ella siempre que queramos y con tanta facilidad como tenemos en las grandes ciudades de España. La desazón de no poder ver a Cristo entregándose por nosotros “y por muchos” me ha recordado la frase del capítulo XXI de El Principito, en la que el zorro, al pensar que su amigo no va a venir, se agita y se inquieta y exclama: “¡descubriré el precio de la felicidad!”.