Jueves de la IV Semana de Cuaresma

26 de marzo de 2020
(Ciclo A - Año par)






  • Arrepiéntete de la amenaza contra tu pueblo (Éx 32, 7-14)
  • Acuérdate de mí, Señor, por amor a tu pueblo (Sal 105)
  • Hay uno que os acusa: Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza (Jn 5, 31-47)
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La humildad de Moisés y la fidelidad de Dios (Ex 32, 7-14)

“De ti haré un gran pueblo” le dice Dios a Moisés al contemplar la infidelidad de Israel. Hace falta mucha humildad para rechazar la propuesta divina y asumir ante Dios la defensa de un pueblo infiel e idólatra. Y esa humildad la tiene Moisés, que considera que él no es mejor que sus padres –que Abrahán, Isaac y Jacob- y que apela a la memoria de ellos, a quienes prometió el Señor una gran descendencia y la posesión de la tierra de Canaán. Y Dios es sensible a esa promesa, porque es fiel a la historia de amistad con los hombres que inició con Abraham (cf. Is 41, 8). “Entonces se arrepintió el Señor de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo”.

La mundanidad y la fe (Jn 5, 31-47)

En su disputa con algunos judíos, el Señor Jesús les da cuatro razones para que puedan creer en él: el testimonio de Juan Bautista, las obras que él mismo realiza, el testimonio del Padre del cielo y el testimonio de las Escrituras. Pero el Señor sabe que no es cuestión de falta de testimonios y razones para creer, sino que la raíz de la incredulidad se encuentra en la búsqueda de la gloria que dan los hombres, en vez de buscar la gloria que da Dios. “¿Cómo podéis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene del único Dios?”. Buscar la gloria que dan los hombres, es vivir en la mundanidad. Y la mundanidad, con la inevitable frivolidad que conlleva, hace imposible la fe en Dios.

Emergencia sanitaria: Aprender algo

“El acontecimiento será nuestro maestro interior” (E. Mounier). El acontecimiento es aquello que sucede sin que nosotros lo hayamos previsto, sin que podamos afirmar que “tenía que ser”, porque no responde a ninguna necesidad percibida por la razón. Los acontecimientos aparecen a nuestros ojos como una facticidad ciega que se nos impone, y suscitan en nosotros muchas preguntas -¿por qué?, ¿cómo ha sido posible?, ¿qué sentido tiene esto? etc.- que la mayoría de las veces no sabemos responder. Sin embargo los acontecimientos son siempre portadores de un mensaje que hay que saber descifrar, tal como dijo el Señor: “¿Conque sabéis discernir el aspecto del cielo y no podéis discernir las señales de los tiempos?” (Mt 16, 3). Danos, Señor, tu Espíritu, para que, a través de este acontecimiento que nos está tocando vivir, aprendamos algo.