XXIV Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 


11 de septiembre de 2022

(Ciclo C - Año par)




  • Se arrepintió el Señor de la amenaza que había pronunciado (Éx 32, 7-11. 13-14)
  • Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre (Sal 50)
  • Cristo vino para salvar a los pecadores (1 Tim 1, 12-17)
  • Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta (Lc 15, 1-32)
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La luz de la Palabra

Ex 32,7-11.13-14; 1Tm 1,12-17; Lc 15,1-32


1.- «Pero Dios tuvo compasión de mí». Todos los textos hablan hoy de la misericordia de Dios. La misericordia es ya en la Antigua Alianza el atributo de Dios que da acceso a lo más íntimo de su corazón. En la segunda lectura Pablo se muestra como un puro producto de la misericordia divina, diciendo dos veces: “Dios tuvo compasión de mí”, y esto para que “pudiera ser modelo de todos los que creerán en él”: “Se fió de mí y me confió este ministerio. Eso que yo antes era un blasfemo, un perseguidor y un violento”. Y esto por una obcecación que Dios con su potente luz transformó en una ceguera benigna, para que después “se le cayeran de los ojos una especie de escamas”. Pablo, para poner de relieve la total paradoja de la misericordia de Dios, se pone en el último lugar: se designa como “el primero de los pecadores”, para que aparezca en él “toda la paciencia” de Cristo, y se convierte así en objeto de demostración de la misericordia de Dios en beneficio de la Iglesia por los siglos de los siglos.

2.- «Y busca con cuidado». El evangelio de hoy cuenta las tres parábolas de la misericordia divina. Dios no es simplemente el Padre bueno que perdona cuando un pecador se arrepiente y vuelve a casa, sino que “busca al que se ha perdido hasta que lo encuentra”. Así en la parábola de la oveja y de la dracma perdidas. En la tercera parábola el padre no espera en casa al hijo pródigo, sino que corre a su encuentro, se le echa al cuello y se pone a besarlo. Que Dios busque al que se ha perdido, no quiere decir que no sepa dónde se encuentra éste, indica simplemente que busca los caminos –si alguno de ellos es el adecuado- en los que el pecador puede encontrar el camino de vuelta. Tal es el esfuerzo de Dios, que se manifiesta en último término en el riesgo supremo de entregar a su Hijo por el mundo perdido. Cuando el Hijo desciende al  más profundo abandono del pecador, que es la pérdida del Padre, se está realizando el esfuerzo más penoso de Dios a la búsqueda del hombre perdido. La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros” (Rm 5,8).

3.- «Apelación al corazón de Dios». La primera lectura, en la que Moisés impide que se encienda la ira de Dios contra su pueblo y, por así decirlo, trata de hacerle cambiar de opinión, parece contradecir en principio lo dicho hasta ahora. Pero en el fondo no es así. Aunque la ira de Dios está más que justificada, Moisés apela a los sentimientos más profundos de Dios, a su fidelidad a los patriarcas y por tanto también al pueblo, lo que hace que Dios, más allá de su indignación, reconsidere su actitud en lo más íntimo de su corazón. Moisés apela a lo más divino que hay en Dios. Este corazón de Dios tampoco dejará de latir cuando tenga que experimentar que el pueblo prácticamente ha roto la alianza y tenga que enviarlo al exilio. Ningún destierro de Israel puede ser definitivo. “Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo” (2Tm 2,13).

 (Hans Urs von Balthasar, Luz de la Palabra. Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C, Ediciones Encuentro, Madrid, 1994, pp. 282-284)