Letanía por todos los hombres


Te confesamos, ¡oh Dios amante de los hombres!, y presentamos ante Ti nuestra debilidad, rogándote seas nuestra fuerza. Perdona nuestros pasados pecados y remite nuestras faltas de otro tiempo, haciendo de nosotros hombres nuevos. Conviértenos en tus servidores, puros y sin reproche; recíbenos, ¡oh Dios de la verdad!, recibe a tu pueblo y hazle enteramente sin reproche; haz que viva en la rectitud y la inocencia, que puedan ser contados entre los ángeles, que sean todos elegidos y santos.

Te rogamos por los que tienen fe y han reconocido al Señor Jesucristo; que sean confirmados en la fe, el conocimiento y la doctrina.

Te rogamos por este pueblo; sé clemente para todos, manifiéstate y muestra tu luz; que todos te reconozcan como Padre increado, así como a tu Hijo único, Jesucristo.

Te rogamos por todas las autoridades; que sea pacífico su gobierno, para la tranquilidad de la Iglesia católica.

Te rogamos, Dios de misericordias, por los hombres libres y esclavos, por los varones y las mujeres, los ancianos y los niños, los pobres y los ricos; muestra a todos tu benevolencia y extiende sobre todos tu bondad; ten piedad de todos y dirige sus caminos hacia Ti.

Te rogamos por los viajeros, envíales el ángel de la paz para que les acompañe y no les venga mal alguno de ninguna parte; que puedan llevar a buen fin, con toda seguridad, su navegación y su viaje.

Te rogamos por los que sufren, los cautivos y los míseros, dales fuerza a todos, libérales de sus cadenas, de su miseria; alíviales, Tú que eres el alivio y la consolación.

Te rogamos por los enfermos, dales la salud, la curación de su mal; concédeles salud perfecta para su cuerpo y su alma.

Tú eres el Salvador y el Bienhechor; Tú eres el Señor y Rey de todos. Te hemos dirigido nuestra oración por todos, por medio de tu Único, Jesucristo; por Él te sean dadas la gloria y el poder en el Espíritu, ahora y por todos los siglos de los siglos.

Amén.

(Esta oración es muy antigua, procede con toda probabilidad de la liturgia oriental, y ha llegado a nuestro conocimiento a través de san Clemente de Roma y de san Cipriano)