Sobre la belleza

La belleza como anticipo del cielo

Al hablar de este deseo de nuestra lejana patria que hallamos en nosotros aquí y ahora siento cierto pudor: estoy cometiendo prácticamente una indecencia. Estoy intentando desvelar el secreto insondable que existe en cada uno de ustedes: ese secreto que duele tanto que nos vengamos de él poniéndole nombres como Nostalgia, Romanticismo y Adolescencia; ese secreto que nos atraviesa con tanta suavidad que, cuando una conversación íntima se hace inminente, nos incomodamos y fingimos reírnos de nosotros mismos; ese secreto que no podemos ocultar y del que no podemos hablar, aunque deseemos hacer ambas cosas. No podemos hablar de él porque se trata del deseo de algo que nuestra experiencia nunca nos ha ofrecido. No podemos ocultarlo porque nuestra experiencia está constantemente insinuándolo, y nos traicionamos como los enamorados cuando se menciona un nombre. Nuestro recurso más habitual es llamarlo belleza y comportarnos como si así el asunto quedara zanjado (…) Los libros o la música en los que pensamos que se halla la belleza nos traicionarán si depositamos nuestra confianza en ellos: la belleza no estaba en ellos, únicamente nos llegaba a  través de ellos, y lo que nos llegaba a través de ellos era la nostalgia (…) Porque no son la cosa en sí: solo son el aroma de una flor que no hemos encontrado, el eco de una melodía que no hemos escuchado, la información que tenemos de un país que nunca hemos visitado. ¿Creen que pretendo tejer un hechizo? Puede ser. Pero recuerden los cuentos de hadas: los hechizos se usan tanto para romper encantamientos como para provocarlos. Y ustedes y yo necesitamos el hechizo más potente que existe para despertarnos del perverso encantamiento de la mundanidad al que se nos ha venido exponiendo durante casi un siglo. Casi toda nuestra educación se ha dirigido a silenciar esa voz interior tímida y persistente; casi todas nuestras filosofías modernas se han concebido para convencernos de que el bien del hombre se tiene que buscar en este mundo. 

El sentimiento de que en el universo nos tratan como a extranjeros, el deseo de ser conocidos, de recibir alguna respuesta, de salvar el abismo abierto entre nosotros y la realidad, forma parte de nuestro secreto inconsolable. 

La búsqueda de la belleza y de los valores supremos como constitutivo irrenunciable de lo humano

La vida humana se ha vivido siempre al borde un precipicio. La cultura humana siempre ha tenido que existir a la sombra de algo infinitamente más importante que ella. Si los hombres hubieran pospuesto la búsqueda del conocimiento y de la belleza hasta estar a salvo, esa búsqueda no hubiera empezado nunca. Nos equivocamos al comparar la guerra con la “vida normal”. La vida nunca ha sido normal. Incluso las épocas que consideramos más tranquilas –el siglo XIX, por ejemplo-, si se analizan de cerca, resultan estar repletas de crisis, sobresaltos, dificultades y emergencias. Nunca han faltado razones justificadas para aplazar todas las actividades meramente culturales hasta haber evitado algún peligro inminente o enderezado alguna clamorosa injusticia. Pero hace mucho que la humanidad eligió ignorar estas razones justificadas: quería el conocimiento y la belleza ya, y no iba a esperar a ese momento oportuno que no llega nunca. La Atenas de Pericles nos ha dejado no solo el Partenón, sino también –y de modo significativo- la Oración Fúnebre. Los insectos han elegido una línea distinta: han buscado primero el bienestar material y la seguridad de la colmena y, presumiblemente, tienen su recompensa. Los hombres son diferentes. Postulan teoremas matemáticos en ciudades sitiadas , elaboran argumentos metafísicos en celdas de condenados a muerte , bromean en los patíbulos, hablan del último poema publicado mientras avanzan hacia las murallas de Quebec  y se peinan en las Termópilas . Y no es una cuestión de elegancia es nuestra naturaleza. 


Autor: C. S. LEWIS

Título: El peso de la gloria

Editorial: Rialp, Madrid, 2019, (pp. 35-37; 45; 55-56)




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