13 de noviembre de 2022
(Ciclo C - Año par)
- A vosotros os iluminará un sol de justicia (Mal 3, 19-20a)
- El Señor llega para regir los pueblos con rectitud (Sal 97)
- Si alguno no quiere trabajar, que no coma (2 Tes 3, 7-12)
- Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas (Lc 21, 5-19)
- Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf
El domingo pasado la Palabra de Dios nos hablaba de la
esperanza escatológica, de la “gran esperanza”, del “cielo” en el que nos
aguarda el Señor. Este domingo nos habla de lo que nos espera, pero no al final
de los tiempos, cuando vuelva el Señor, sino de lo que nos espera aquí, en el
tiempo, en la historia humana, en la vida terrena. Y el panorama que el Señor
nos describe es bastante penoso: nos dice que nos las vamos a tener que ver con
la idolatría, con el desorden y con la persecución, la traición y el odio.
La idolatría,
porque muchos dirán “yo soy” o “el momento está cerca”, es decir, porque muchos
pretenderán tener la solución, la respuesta adecuada a los anhelos del corazón
del hombre y conocer el futuro, es decir, poseer la clave de la historia
humana, saber hacia donde vamos inexorablemente, hacia dónde camina la
historia.
Los ídolos los hacemos los hombres con nuestra manera de “mirar”: cuando miramos una realidad cualquiera -una persona (los hijos), una idea, el trabajo, un partido político, un instrumento técnico- como si ella pudiera saciar por completo los deseos de nuestro corazón, entonces creamos un ídolo. Ídolo es todo aquello, distinto de Dios, de lo que esperamos la felicidad total. Y hay quienes, interesadamente, nos proponen realidades para que las idolatremos. El Señor dice: “cuidado con que nadie os engañe”, porque sólo Dios puede darnos esa felicidad total que anhelamos.
La manera de combatir la idolatría es el cumplimiento del
primer mandamiento: “Escucha Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor.
Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu
fuerza” (Dt 6, 4-5). El Señor nos exhorta, pues, a dar testimonio de la unicidad de Dios, de que sólo Dios es Dios, de
que Él ha venido a nosotros de manera única e insuperable en Jesús de Nazaret,
en quien “habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad”, y de que, en
consecuencia, Cristo y sólo Cristo es “el Camino, la Verdad y la Vida”, sin que
nadie se le pueda comparar.
El desorden
tanto en su vertiente social -violencia y guerras-, como en su vertiente
cósmica -grandes terremotos, epidemias, hambre, espantos y grandes signos en el
cielo. El Señor nos exhorta a vivir todo eso sin dudar para nada del amor de
Dios, de que pase lo que pase y ocurra lo que ocurra, Dios nos está amando, se
interesa por nosotros en la integralidad de nuestro ser, y “ni un cabello de
nuestra cabeza perecerá”.
La persecución, la
traición y el odio a los cristianos. El poder
político será hostil a los cristianos, dice el Señor: “os harán comparecer
ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre”. La traición vendrá de
aquellos que nos aman, de los familiares
y amigos, que, en el fondo, no soportan que amemos más a Cristo que a
ellos, porque ellos quieren ser el primer amor de nuestro corazón y cuando
constatan que no son ellos sino Cristo, se rebelan contra nosotros: nos
traicionan porque se sienten traicionados por nosotros, ya que no respondemos a
las expectativas que ellos se habían hecho.
“Y todos os odiarán
por causa de mi nombre”, es decir, porque “mi nombre”, el hecho de que seáis
cristianos, os hace diferentes de todos, pone de relieve que se puede vivir de
otra manera a como la sociedad pretende que vivamos, que lo social, cultural y
políticamente correcto, no coincide con lo humano, que hay otra humanidad posible, la que Cristo engendra en nosotros. Y
los hombres no perdonan la diferencia: quieren que todos seamos iguales y
tengamos la misma esperanza y el mismo destino, que adoremos a los mismos
dioses. Pero nosotros sólo adoramos al Señor y no estamos dispuestos a cambiar
de Dios, a asumir como dioses a los becerros de oro que cada generación va
inventando.
El Señor nos invita a ver en todo esto una ocasión de dar
testimonio y nos exhorta a no preparar nuestra defensa, confiando en Él: si
somos sus testigos, Él pondrá en nuestra boca las palabras convenientes para
ello, él nos dará su Espíritu Santo, que es el “Paráclito”, es decir, el
“abogado defensor” para defendernos en este “pleito” que el mundo tiene con
nosotros y el “Consolador”, que en medio de todas estas luchas y tensiones, nos
llena el corazón de paz.
Que así sea.