Homilía por su ahijada

(El texto reproduce el final del sermón que el sacerdote pronuncia en el entierro de Antonia, una joven corsa cuya pasión fue la fotografía, con la que se ganó la vida primero como reportero de guerra y después, tras la amarga experiencia de la guerra, como reportera de un periódico local y realizando por su cuenta reportajes de boda. Antonia ha llevado una vida moral bastante desordenada, tras el fracaso de su primera relación sentimental. El sacerdote es su tío, hermano de la madre de la difunta, y su padrino de bautismo, y Antonia ha sido para él la “niña de sus ojos”, su niña mimada; él fue quien le regaló su primera máquina de fotografiar y él la ha ayudado siempre en todo, quizás incluso excesivamente. El sacerdote no quería celebrar el funeral sino estar con su hermana y el resto de la familia y que fuera otro sacerdote quien lo celebrara. Pero su hermana le ha obligado a ello. El resultado es una homilía farragosa, abstracta, larga, interminable, en la que llega a un punto en el que se queda como bloqueado, sin saber qué decir. Tras un tenso silencio termina su homilía diciendo lo que de verdad importa)

Hace ya un buen rato que está callado, con la cabeza gacha hacia los Evangelios, suscitando entre los asistentes la esperanza, pronto defraudada, de que ha terminado. Su hermana crispa las manos en el respaldo del reclinatorio. Sigue sin decir nada a propósito de su ahijada. Antes siquiera de haberlo decidido, retoma la palabra.

“Antonia no era una buena cristiana en el sentido más estricto, lo sé yo y lo sabéis vosotros. Si a veces se planteaba la existencia de Dios, lo hacía de un modo muy extraño. No se fiaba de Él. Nosotros no podemos mentir a la hora de ponerla en las manos del Señor, ni siquiera para consolarnos, y cada cual sabe hasta que punto sería ridícula la mentira en esta hora y en este lugar, en la morada de Aquel a quien resulta imposible engañar. Pero sé también que el corazón de Antonia desbordaba un amor que la volvía especialmente vulnerable al dolor y sé además que el dolor lleva a veces a la rebelión. Lo sé porque soy su tío y su padrino, porque la conocía y la quería, y pido perdón ante todos vosotros y ante Dios si no consigo expresarme aquí únicamente en calidad de sacerdote, como hubiese querido. Sé, por último, y sé, sobre todo, que la misericordia de Dios es infinita y que Él penetra en los corazones con una profundidad que nos es inaccesible. Creo que Él acogerá a Antonia, que Antonia está ya cerca de Él. Sin embargo, estamos afligidos. Os he hablado de las lágrimas de Cristo, largo rato y con torpeza, y por ello vuelvo a pediros perdón. ¿Por qué llora Cristo? Porque está instalado en el dolor. Nosotros también estamos instalados, con él, en ese mismo dolor. Y ahí debemos mantenernos: ahí, entre la esperanza y el duelo, abrumados por el duelo y a la vez desbordantes de esperanza. Así, creemos que Antonia se encuentra junto al Señor, pero la lloramos igualmente”.



Autor: Jérôme FERRARI
Título: A su imagen
Editorial: Libros del Asteroide, Barcelona, 2020, (pp. 108-109)